Diego Ruiz Mata.- España, como ente histórico, y millones de españoles que hacemos posible su existencia, vivimos con diferentes intensidades de perplejidad lo que está ocurriendo en nuestro país de historia milenaria, desde hace unos años.

No recurro a los milenios como un tópico, sino como un hecho histórico, cultural y político. No sólo se agudiza la perplejidad, que es un estado de desconcierto, expectación y de dudas, sino la preocupación, indignación y miedo al presente y al futuro desde hace algunos años, cuando el presidente del Estado en funciones y con el descaro de gobernar sin tener la mayoría en el Parlamento, alcanzó de modo legal pero extraño la presidencia de la nación en 2018 en una estudiada moción de censura, acompañado de dudosos amigos emergentes de partidos de extintas ideas, enmarcadas la mayoría en un funesto pasado comunista fracasado y olvidable, de antiguos terroristas asesinos con objetivos de muerte por la muerte y de nacionalistas desfasados en un mundo que preconiza la unión en vez de la desintegración y que lo que pretenden es el poder político y económico para su nefasta política que avoca a la confrontación y desigualdad territorial.
Es decir, se inicia el retroceso a un pasado que creíamos existente en la historiografía de la Historia y que resucitan como falsa modernidad.

Muchos la aplauden para sus conveniencias de supervivencias, porque de algo hay que vivir. Pero el pago se hace con los impuestos que religiosamente pagamos el pueblo que ellos dicen que pretenden defender. La generosidad es fácil cuando yo invito y paga otro.



Y con estas ideas caducas y a destiempo, en un mundo que discurre por otros ámbitos, comenzamos los españoles, muchos millones que no contamos para nada, a vivir una historia que ni tiene sentido, ni se comprende y que está en las antípodas del progreso.

Curiosamente estos forjadores de políticas nuevas de presente y de futuro –dicen ellos-, que hablan de progreso, se hallan en lo contrario del significado real de este término.
Progresar no es siempre cambiar, en este caso con absurdas ideas, sino también la mejora de lo existente. El resultado es el retroceso hacia situaciones que muy pocos comprenden pero que afecta a todos con sus nefastas consecuencias.

Y para definir a la sociedad, que en realidad desprecian, utilizan términos que ni siquiera entienden: progresistas, fachas y partidos ultras, en los que sólo incluyen a la derecha sin incluir a la izquierda perteneciente a un pasado terrorífico, antiprogreso, fracasado, al margen del mundo moderno y cuya casa, por poner el lugar donde deben habitar con todo derecho, es en las vitrinas de un museo de antigüedades, para que el público los vea con curiosidad como piezas representativas de un pasado muerto.

No se dan cuenta. Es como la película de Los Otros de Alejandro Amenábar, donde los muertos creían que eran los que en realidad estaban vivos. El comunismo, puro extremismo de izquierda y las teorías afines, murió hace tiempo, de la enfermedad de la inutilidad. Murió por necesidad. Ahora se quiere revivir por conveniencia. Cuando la política parte de lo falso y para favorecer a unos pocos, los resultados son los que ven mis ojos: el desastre absoluto de sus fines.

Hallándome en estas reflexiones, con el afán por entender lo que no es posible porque no tiene sentido lógico, veo una película del oeste, rodada en el pueblo blanco de Níjar en Almería, La muerte tenía un precio. Y pensé que es lo que mis ojos están viendo. El asunto resumido es el de dos cazarrecompensas, de nombres Monco y Col, que persiguen por separado, y rivales, a una banda de forajidos. Pero acabarán colaborando, para lograr la recompensa. Me recordó los pactos execrables y disonantes de Pedro Sánchez, en los que España y muchos españoles –la mayoría- no contábamos para sus pretensiones de crear un orden nuevo que ha sido un fracaso. No es otra cosa lo que vivimos en estos días. El progreso se convirtió en retroceso, la unidad de España en desintegración, el bienestar y felicidad, que procura la actividad política, en lo contrario, en inseguridad, en odio y lucha constante. Veo lo que nunca soñé en la peor pesadilla en una mala noche cualquiera, después de una mala digestión o una desaforada borrachera que acaba en la UCI.

Y lo que mis ojos ven con el dolor que supone contemplar lo indeseable, me proporciona motivos para que en otras páginas reflexione sobre el alto precio de la amnistía, inusitada ante un delito que la justicia se ha pronunciado y se quiere desautorizar, el horror y crimen de la desintegración de una nación, que se quiere mutilada en vez de completa y activa para el progreso real, la ideología que vive en la cuneta del poder que no es democracia sino autocracia, y los sueños sensatos de Lennon y su Imagine ante un mundo que está enfermo y que algunos le quieren aplicar la eutanasia para que siga imperando el retroceso a la nada. No exagero, sólo cuento lo que ven mis ojos, el desbarajuste de la política convertida en partidismo. El partido es otra cosa más seria para la política y para España.