Nunca me dio clase allá en La Salle, pero lo conocía, el mío era Don Jose Luis. Con el tiempo, y de la mano de la política llegué a conocerlo, y fue en ese espacio en el no solo lo conocí, sino que lo admiré y aprecié.
Todas las distinciones me parecen correctas, todos los reconocimientos acertados, pero a veces, algunos son, no solo merecidos, sino necesarios.
Corredera vivió unos tiempos en los que los profesores marcaban carácter, imprimían personalidad en sus alumnos, y de forma elegante y sin leyes ni imposiciones, te trasladaban sus ideas y su forma de entender la vida.
Vivió unos tiempos en el que los políticos eran comprometidos, íntegros y fieles a sus ideas, y él, un profesor, fue todo un maestro en ese arte, un político elegante, un señor que se ganó el Don Joaquín como profesor, como político y como persona.
Por mi parte, me siento orgulloso de haberlo conocido, de haber compartido charlas con él, y sobro todo por enseñarme que por encima de siglas y colores, están las ideas, las ideas por las que merece la pena morir, pero jamás matar aunque sea el alma política del contrario.
Un hombre para el que la integridad era la mejor forma de defender sus ideas, un hombre, un hombre, que como buen humano tendría sus lados oscuros, que no conocí, y cuya integridad debería ser ejemplo para muchos políticos, del color que sean, y que no perdía ni su sitio ni sus ideas por apoyar lo que consideraba justo y bueno para la ciudad.
Aunque eran otros tiempos, aunque eran otras maneras de enseñar, este merecido homenaje lo es al hombre y sus formas, en las que dejó claro que los sinvergüenzas, los trepadores y los oportunistas, realmente para nada sirven.
Como decía, todo un orgullo de haber crecido a la sombra de un gran educador con ideas propias.