Veinte años cumple esta edición el Festival de Música Española de Cádiz Manuel de Falla, cita consolidada y prestigiosa que a lo largo de dos decenios ha profundizado en el abordaje de un concepto muy resbaladizo –música española- a través de múltiples acercamientos: desde el debate y la reflexión a estrenos y recuperaciones que han descubierto, o redescubierto, la riqueza de un legado histórico de calado con necesaria proyección hacia el futuro.
Aunque con lógico epicentro en la capital, otros puntos de la provincia han sido escenarios de este Festival, entre ellos el teatro Muñoz Seca del Puerto, donde pudimos disfrutar el miércoles 16 de un sugerente proyecto a cargo del Trío Arbós y el cantaor Rafael de Utrera, con apoyo en la percusión de Agustín Diassera.
Aforo más que aceptable para ser mitad de semana, con tiempo además desapacible, de un público premiado con un espectáculo que homenajeaba, ahí es nada, el mítico Concurso de Cante Jondo de Granada de hace justo cien años. Por ponernos en antecedentes: en los días del Corpus de 1922 el compositor Manuel de Falla puso en pie con ayuda de sus amigos granadinos, especialmente García Lorca, la cruzada musical y vanguardista de rescatar el cante primitivo andaluz, o cante jondo, que estaba a punto de desaparecer en la memoria de los vetustos cantares, deteriorado por las desviaciones postizas de los cafés cantantes.
El espíritu de aquel encuentro legendario es respetado por Arbós y Rafael de Utrera, pero sin caer en la fácil imitación, porque la propuesta rejuvenece la histórica cita con acompañamiento de violín, piano, violonchelo y percusión -en vez de guitarra flamenca- a la voz oscura, pero cálida, del artista sevillano, algo que chirriaría al purismo más estridente, pero cuyo resultado es impecable merced a una fusión inteligente y emocionante a un tiempo.
El flamenco, pese a quien pese, es grande y generoso, y marida bien con cualquier instrumentación siempre que el desenlace de la suma de elementos sea tan robusto como el que disfrutamos el miércoles.
Cantes primitivos, como tonás, seguiriyas y cabales, se van sucediendo con cañas, serranas o malagueñas en algo más de una hora de duración que se hace corta y que puso la guinda del sonoro pastel con La leyenda del tiempo, guiño a Camarón, dios del nuevo flamenco, y también a García Lorca, quien buscando los sonidos negros encontró el legado insondable de un arte centenario, vibrante y hermoso como pocos.