Primera de abono del otoño teatral portuense en el Pedro Muñoz Seca: la temporada viene fuerte y ha empezado bien arriba. Aforo numeroso, aunque sin completar por un personal cuya media de edad sube y sube sin visos de remisión.
Aviso urgente a quienes corresponda con objeto de que pongan medios –es un decir– para que el viejo mundo del teatro no acabe convertido en país para viejos. Máxime cuando brotan cada vez más propuestas innovadoras, hechas por gente joven y que pueden llegar con todas sus verdades a públicos lampiños, que son, y serán, los espectadores de mañana.
La maravilla que pasó por El Puerto este viernes, sin ir más lejos, es ejemplo de lo que se puede hacer, deshacer, retorcer con mucho talento, y mucho curro, provistos de recursos de hoy sobre la piel curtida de un arte de veintitantos siglos.
Pablo Chaves y Fernando Delgado-Hierro son dos todavía jóvenes sevillanos que ponen en escena Los Remedios, una obra que entra en el cerco de lo que se denomina “autoficción”, pero que en este caso se escapa de la etiqueta por la vía de la honestidad para convertirse en pura autobiografía, porque los intérpretes y autores hacen prácticamente una dramaturgia de sus propias vidas.
El reto era grande y el resultado corría el riesgo de la simplificación: dos niños bien de un barrio bien que, contra todo pronóstico y el peso de tradición, deciden hacer un boquete en sus previsibles trayectorias y acabar habitando en el resbaladizo mundo de la farándula. Pero Pablo y Fernando –actores de sí mismos– consiguen levantar, a base de esfuerzo sostenido, más de dos horas de cuadros autorreferenciales que acaban interesando del todo a un público merecidamente entregado a un endiablado ritmo sin baches, a una versatilidad interpretativa impropia de gente que apenas frisa la treintena y a un texto soberbio, rompedor y perfectamente engarzado que emparenta a este par de buenos clowns con el mejor teatro español de los últimos años, pienso en el desarrollo fragmentario de las mejores obras de Alfredo Sanzol o en el descaro inolvidable de las primeras andanadas de Animalario. Un barrio de Sevilla puede ser el mundo entero -parece recordarnos Los Remedios- siempre que desde la excelencia artística consiga elevarse lo más identitariamente local hasta los límites sin límites de lo humanamente universal.