Dentro del cine europeo, el cine francés ha sido siempre un referente que inspiró la filmografía universal. La Nouvelle Vague, fue la denominación de la revista “Cahiers du Cinéma” para designar cineastas franceses de enorme relevancia, surgidos a finales de la década de los años 1950.? Realizadores como Jean-Luc Godard, François Truffaut, Alain Resnais o Claude Chabrol, entre otros.
Sirvan estas líneas a modo introductorio. Pero lo que quiero subrayar hoy es que las pelis francesas han llenado el enorme hueco que se generó con la pandemia, mitigando los déficits de las carteleras con sus producciones. Se han proyectado sobre todo comedias francesas, que nos lo han hecho pasar bien: Una veterinaria en la Borgoña (2019); Entre rosas (2020), Eiffel (2021), En un muelle de Normandía, Arde Notre Dame (2022), o Paris, Distrito 13 (2021). Y tenemos que estar agradecidos.
Hoy quiero escribir sobre dos filmes de estreno producidos en país galo que, cada cual, en su estilo, están siendo importantes en este verano de 2022: Un amor en Escocia (2022), de B. Lanners; y La brigada cocina (2022), de L.J. Petit.
UN AMOR EN ESCOCIA (2021). Obra honesta y sensible, película predominantemente humana, filme de imagen, con bellos paisajes escoceses, poco diálogo y estupenda música. Nada de esto serviría, de no ser por una excelente dirección del ya prestigioso director y actor belga Bouli Lanners, en su primera incursión en inglés.
Guion extraordinario del propio Lanners y un reparto de lujo. Lanners, en su quinto largometraje, navega confiadamente por una historia de hondas emociones, secretos, culpas, arrepentimientos y anhelos.
Lo hace Lanners todo con notable magisterio. Es director, autor del libreto y, además, intérprete principal, en una película de extrema sensibilidad. Un drama romántico con suspense incluido y un final sorprendente, que no desvelaré.
Phil (Lanners), un hombre de edad mediana procedente de Bélgica ha emigrado a una pequeña comunidad presbiteriana en el norte de Escocia. Es un hombre solitario que trabaja en una granja. Una noche sufre un infarto cerebral, debe ser ingresado de urgencia y pierde la memoria.
Ya de vuelta a la isla restablecido, pero sin recuerdos, encuentra a Millie (Michaelle Fairley), una mujer de su edad que lo espera. Lo lleva a su casa y posteriormente lo cuida.
En uno de sus encuentros Millie dice a Phil que ellos eran enamorados furtivos y que mantenían una relación secreta como amantes, cosa que él no recuerda.
Ella es la hija del dueño de la hacienda donde trabaja Phil y empleada en una inmobiliaria. Por su soltería y seriedad la llaman la “dama de hielo”.
La película nos habla entonces de sus encuentros furtivos, conversaciones y paseos, en una intimidad engranada en el hermoso paisaje natural que nos va descubriendo poco a poco lo que hay de verdad o de fabulación interesada detrás de esa relación.
Es encomiable ver a la pareja en la cincuentena, alejados de los estereotipos y viviendo en plenitud su particular amor; Lanners y Fairley derrochan química.
En el filme funciona mejor con lo “apuntado” o “sugerido” que en lo dicho o expresado (que es más bien poco). Un relato enigmático que tiene también preciosas estampas en grandes angulares en una playa desierta, esplendorosa y salvaje, donde nuestro protagonista se sumerge en un acto de felicidad suma.
Magnífica la fotografía Frank van den Eeden, que acierta a dar con la tonalidad más apropiada para el filme y recoge a la perfección el marco incomparable de los recónditos y lóbregos paisajes de la costa escocesa, paisajes calmos y apagados como parte importante de la historia.
Del reparto destacan, magistrales, los trabajos de Michaelle Fairley y Bouli Lanners, que interpretan a una mujer madura, atractiva, frustrada y habitante perfecta de una isla fría y desabrida; y un hombre sin memoria, sin encantos visibles, con un pasado incierto, en una comunidad aburrida, presbiteriana y beata.
El retrato conmovedor de una mujer y una historia de amor, sin llegar a ser un ni un drama, ni una comedia romántica, sencillamente una historia de amor verdaderamente hermosa en un entorno cerrado rural.
Hay algo fascinante, ocurrencia del guion, que no desvelo, que puede ser la más romántica nunca vista en cine. Dos seres humanos desafiando sus soledades otoñales como aves que no acaban de posarse o alzar el vuelo. De sus almas surge el aire fresco de la mañana, allá donde más pura es la caricia amorosa del alba.
En fin, la cinta juega muy bien sus cartas y poco a poco va creando su relato romántico, ocultando la información debidamente, con un punto de intriga que va conquistando poco a poco al espectador.
Finalmente, la placidez se adueña del conjunto, dejando una sensación de obra adulta, humanamente muy interesante, honesta y de las que ya se hacen pocas.
Publicado en revista de cine Encadenados.
LA BRIGADA DE LA COCINA (2022). Se trata de una comedia francesa con un poco de temática social, es también jovial, divertida, vistosa y correcta. Además, es acorde a otras obras de producción gala con parecida línea argumental y análoga estructura, como Bajo las estrellas de París (2019).
Cathy es una severa chef de cuarenta años y cuando todo hace pensar que va a tener su propio negocio, esta exigente cocinera se ve obligada a buscar trabajo, pues por su carácter se ha despedido del restaurante donde trabaja. Además, tiene dificultades económicas.
En su búsqueda para la subsistencia encuentra trabajo en el comedor de un centro para jóvenes inmigrantes. Contratada finalmente para esa residencia, la misión de Cathy es hacer los mejores platos, aun en las peores condiciones.
Aunque tiene mal talante, poco a poco accederá a que los muchachos del centro se conviertan en sus ayudantes: la integración social a través de la cocina.
Las habilidades de Cathy y su pasión por la cocina comienzan a cambiar la vida de los chicos, que también tienen mucho que enseñarle a ella. Entre todos llegarán a formar una auténtica brigada de cocina, en la cual muchos de los jóvenes encontrarán una manera de emprendimiento y un sentido a sus vidas.
Solvente dirección de Louis-Julien Petit, con buena intención donde se aprecia entusiasmo y respeto por los personajes que retrata. Petit lleva a buen puerto una especie de comedia con mensajes positivos, a modo de peli de aleccionadora.
Con esta cinta el público puede entender mejor la existencia y la realidad los “menas” (menores extranjeros no acompañados), o sea, chicos menores de 18 años, emigrantes, que se encuentran separados de sus padres y sin la tutela de ningún otro adulto.
En el reparto está muy bien Audrey Lamy, veterana actriz que tiene ese don para fundir simpatía y antipatía en el mismo plano, a la vez que sabe ser tierna también. François Cluzet muy eficiente y en su línea. En sintonía y correctos, actores aficionados como Chantal Neuwirth, estupenda como Sabine, Fatou Kaba (creíble), Yannick Kalombo (bien como GusGus) o Amadou Bah, entre otros.
La estructura de la película, su realización y sentido, es la común del cine como superación, sin politiqueo ni ideología barata. La película es simpática, controla los obstáculos a superar, ofrece una imagen buena de los inmigrantes y permite al espectador salir de la sala con una idea más desprejuiciada y limpia sobre los inmigrantes.
Además, el personaje de Cathy queda integrado con unos oportunos flashbacks que muestran la infancia desvalida y triste de la chef. Cathy fue también una niña abandonada por sus padres, recluida en un internado y criada por una buena mujer que fue quien le enseñó a cocinar y la elaboración de algunos de sus platos más exquisitos.
Hay actitud biempensante que va conduciendo el relato hacia un filme humanista con una pizca de libro de autoayuda, junto a los meandros de la reconciliación y el entendimiento entre seres distintos e incluso discordantes.
Tintada de ingenuidad y ligereza, simpática y digestiva, educativa, Petit pone ante el espectador las contradicciones de la sociedad francesa sin mucho hierro ni profundidad, y sin renunciar a la sonrisa.
Publicado en revista de cine Encadenados.