Todos nos planteamos que lo del bicho, que allá por el mes de enero ocupó los telediarios, no sería más que otra acción de desvió informativo.

Las barras de los bares se llenaron de epidemiólogos y expertos en medicina tropical, y todos, menos los más propensos al miedo, y aquellos que ya habían perdido algún familiar, disfrutábamos de aquel carnaval. La vida seguía su curso mientras nos llegaban noticias poco tranquilizadoras del desastre.



Pasaron los días, y la palabra confinamiento era el caldo de cultivo perfecto para la gente con ganas de gresca. En pleno siglo XXI, con todos los derechos intactos, con una medicina que considerábamos, aparte de mal pagada, eficaz, nos sonaba a chino, y nunca mejor dicho, las palabras de pandemia, mundial, y crisis médica. Y sin embargo, después de los avisos, y ver como países como Italia se desbordaban de cadáveres, llegaba el día del fin del mundo conocido, las calles se quedaron desiertas, los preparativos para la Semana Santa… paralizados, el trabajo detenido, y nuestro mundo, nuestro pequeño mundo conocido… destrozado, era un 15 de marzo, y todos nuestros valores, pensamientos, formas de vivir y convicciones inmutables se mutaron en un caos apocalíptico que seguía llevándose gente, a las cuales ni podíamos velar.

Como ocurre con todo, todo pasa, todo llega, y recuperamos lo que llamábamos normalidad, pero aquel 15 de marzo rompió vidas, parejas, sueños, ilusiones y miles de cosas irrecuperables que nos marcaron para siempre. Aquel 15 de marzo de 2020 aprendimos no somos dueños de nada más que nuestra mente, y aun así, la misma puede ser confinada trastocando nuestro deambular por la vida.

Hoy después de dos años, y aún con el retazo de una mascarilla que nos sigue tapando la boca, nos preguntamos qué más puede pasar, pues con una guerra que casi podemos oler, con precios que recuerdan mas a los años de la escasez que a los sueños de libertad, nada nos dice que no volvamos a despertar una mañana con toques de queda y sirenas.

Está claro que el mundo está cambiando y que vamos camino a la supeditación del individuo frente a un bien común que a veces ni nos va ni nos viene.