Mi llegada a la ciudad me había ofrecido un ambiente acogedor, agradable, bonito, lleno de un colorido que el otoño no podía transformar.
El clima era parecido al que ahora respiraba, pero el ambiente había cambiado. Sentado en aquella terraza, me dejé llevar por el nuevo glosario de palabras que ahora eran normales… distancia, mascarilla, hidroalcohol, confinamiento… eran palabras que antes apenas teníamos que usar, y ahora, ahora marcaban el ritmo de toda nuestra vida. [Lee aquí los capítulos anteriores]
Septiembre se marchaba, el invierno comenzaba a acercarse comiendo días al otoño, y las noches eran más cercanas. El ambiente me hacia recapitular sobre que hacía tan lejos de casa, y aun así, me sentía bien en esta ciudad. Un clima benigno que acompañaba mis sueños, mis ganas de salir a compartir mi vida, pero la realidad era que las cosas cambiaban. En mi tierra, cenar a las diez de la noche era una locura, a no ser que trabajases en la hostelería, y ahora, a marchas forzados me vi obligado a cambiar mis hábitos de salida.
En definitiva, mi vida se encontraba un poco más ordenada, pues levantándome siempre a la misma hora, en estos tiempos, la cama me esperaba más temprano, pues a la una de la madrugada nadie permanecía abierto.
Apure el café, en soledad, pues hoy nadie me acompañaba, había cosas buenas en la nueva normalidad, una nueva normalidad de la que solo se hablaba en España, en el resto de los países se habían tomado medidas y se había vuelto a la vida con las medidas necesarias, aquí se empeñaban o bien en ponerle nombre a lo que ya había o es que realmente querían un cambio radical en la forma de vivir.
Tras terminar el café y levantarme, vi como limpiaban la mesa, prefería la alusión a la higiene que siempre es necesaria, en lugar de a la desinfección, pues me hacía sentir como un infectado. Y tras ver las calles desiertas sentí una extraña sensación, había más miedo que respeto, más temor que prudencia, y más irracionalidad que medidas. En fin, era hora de sonreír y disfrutar de El Puerto.