EL PUERTO.- El amor sexual -“tipo generador de todo amor”, según Unamuno- tiene por finalidad la perpetuación de nuestra especie. Que haya o no fruición en el acto sexual (cópula) con que el instinto alcanza su objetivo, no es indispensable para la perpetuación de la especie. La regulación del placer sexual es, en relación al instinto de perpetuación, lo que la capacidad reflexiva al instinto de supervivencia: un lujo. Es más, gracias a esta capacidad reflexiva que surge de tener las necesidades básicas cubiertas, se hace posible la regulación del placer sexual, con independencia o no de la perpetuación de la especie. Y es de sobra conocida la relación que se establece entre sexo y cerebro…
Naturalmente, con la aparición de la razón (que debe su origen al lenguaje), ambos instintos, el de conservación y el de perpetuación, sujetos hasta el momento a un conocimiento inconsciente como los animales, pasan a ser interpretados y controlados por aquélla; una de cuyas secuelas, en el ámbito del bien y del mal, de lo que está bien y está mal, será la moral. Pero antes de ésta ya incluso, la religión.
La razón conduce a la moral, y ambas, por el mismo orden, provienen del instinto: ¿No reconoce el lector esta secuencia, aplicada con más o menos aciertos, en la formación de nuestra civilización occidental, y no nota su repercusión en nuestra conciencia individual?
¿No la reconoce, si fue a verla en la noche del sábado, en la obra Los Mojigatos, (versionada por Magüi Mira, de Anthony Neilson), uno de cuyos personajes, interpretado por Gabino Diego, al creerse responsable de unos abusos sexuales que no ha cometido (su mujer, cuando era niña, sufrió abusos de su primo), reprime su deseo sexual, y no puede hacerle el amor, de lo que ella, interpretada de modo espléndido por Cecilia Solaguren, se queja, hasta el punto de obligarle a hacerle el amor frente al público, que es, dicho sea de paso, un socorrido confidente que hace más directo y eficaz el diálogo.
¿No reconoce, digo, en la excesiva conciencia escrupulosa del marido, la determinación de la moral -obra de la razón como dijimos- sobre su propio instinto sexual? En efecto, el esposo, desde que su mujer le contó lo de los abusos de su primo, se siente culpable de todo lo que les pasa a las mujeres, y encuentra, pese a los inútiles esfuerzos de ella por demostrarle que no es culpable, una explicación para inculparse.
Lo importante en esta sugestiva comedia es que, pese a los traumas y la determinación racional de la sexualidad que los origina, el instinto, a despecho de todo, sigue cumpliendo su función de perpetuarnos. La obra ha gustado mucho al público, que, en un mantenido y vibrante aplauso, ha obligado a los actores, hasta tres veces, a salir a escena para agradecerlo.