Indudablemente, nos queda todavía Covid-19 para un tiempo más, nada está acabado, en esta guerra el hombre debe conocer sus limitaciones aún. Queda mucha tela por cortar todavía en esta pesadilla que empezó allá por los idus de marzo, aquellos idus de marzo que el escritor William Shakespeare hizo famosos con la frase «¡Cuídate de los idus de marzo!» (Beware of the ides of March, en su versión anglosajona original) a través de su obra Julio César en la que se recreaba la conspiración para acabar con el líder romano. Lo que es más extraordinario aún es que un vidente le había advertido del grave peligro que le amenazaba en los idus de marzo, y ese día cuando iba al Senado, Julio César encontró al vidente y riendo le dijo: «Los idus de marzo ya han llegado»; a lo que el vidente contestó compasivamente: «Sí, pero aún no han acabado». Y es que cuando estamos a punto de entrar en la segunda fase de desescalada, es momento de volver la vista atrás y observar por el espejo retrovisor de la vida aquello que parece se nos quedó por el camino para siempre.
Esta crisis nos ha traído innumerables estados de ánimos, especialmente desde que comenzó el confinamiento. Hemos visto toda clase de memes sobre el acopio de papel higiénico, la importancia de lavarse las manos correctamente y otras gracietas a veces frívolas. De ahí a la catarsis compartida a través de juegos, música y los aplausos desde los balcones. Pasamos de una emoción a otra muy rápidamente, pero siempre nos queda alguna moraleja de todo esto, de todo se aprende.
Aparte del alto coste de vidas que nos ha costado, algunas cercanas y otras lejanas lo que ha originado que muchos se conciencien en mayor grado y otros se pasen por el forro la tragedia, es más que probable, sobre todo durante los momentos duros del mes de abril, o quizás uno o dos meses antes y por capricho de los dioses del Olimpo, cual augurio de lo que se avecinaba, que alguna persona de nuestro entorno nos pudo decepcionar para luego desaparecer de nuestras vidas dejando un mal sabor de boca por la manera de proceder, esas que te juraban que te querían pero no con amor verdadero. Ahora ya no hacen falta porque aparecen otras, se conocen nuevas gentes solidarias y auténticas que te abren las puertas de su corazón de par en par logrando que el dolor se haga más llevadero al ser compartido. Se esfumaron así mismo hábitos como los tangibles a la hora de comer y beber, ¿quien se va a atrever a meter la manaza en un plato de pimientos fritos que se pasa entre los amigotes como se hacía en una caseta de feria? Por mucho que usted jure y perjure que se lava las manos más que Pilatos, la sombra de la duda siempre quedará entre los comensales. Lo de pasarse el cubata o chupar del pitorro del don Simón, el tinto no el rubio, ya es historia. Lo de los dos besos protocolarios cuando se conoce a alguien siento decir que se va a convertir en el “codeo”, o como mucho darse la manita floja como siempre se ha hecho en, por ejemplo, países como Alemania y los sajones y escandinavos. El acercamiento entre dos o varios interlocutores, tan propio del carácter de aquí, se va al garete por aquello de la distancia social. Enhorabuena a los distantes.
Todo esto, y como es normal cada vez que se presenta algo que es contra natura o antinatural, hará que surjan los más ‘valientes’ que dirán que “de eso nanai, usted es un aprensivo, yo sigo”, como decía Joe Rigoli. Sí, ya, usted puede hacer los que le salga de las narices, como yo haré lo que a mi mejor me parezca para mí y para los mios pero no se olvide que cuando salgamos de este trauma colectivo, podremos decidir volver a la antigua trayectoria o aprender de la experiencia para tomar decisiones diferentes con vistas al futuro.
¿Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán? “Realmente mañana será otro día” fue la frase final pronunciada por Scarlett O´Hara como un símbolo de lo que está ocurriendo estos días en este país.