Todos tenemos en nuestra memoria registros de los olores de la vida, todos recordamos como olía nuestra infancia, los años de escuela, la adolescencia. Quién, en estos momentos no ha recordado el aroma a goma de borrar, a plumier, a lápiz. Pero hay olores especialmente hermosos, por eso, siempre me quedo con el aroma de esas tardes de abril.
Pensemos que a escasos días del cambio de hora, llegando los días de Pasión, en esos momentos, es cuando verdaderamente nos percatábamos del especial aroma de la Primavera en Semana Santa.
En esos días, las largas tardes de primavera siempre nos cogía viendo alguna salida procesional, bajo el tenue Sol que comenzaba a despedirse, veíamos como poco a poco los olores se adueñaban de nosotros. Olía pipas, barquillos, olía a restos de flores en los contenedores, a madera y plata recién limpiada, a vetusta antigüedad, olía a vida, a cerveza, a esparto y a tela sobre el rostro.
Eran los olores de una vida plena que nos transportaba a una particular primavera, porque en estas tierras, la primavera se viste de blanco, suma a la ya de por si bella estación, los particulares sentidos de una Semana particularmente emotiva.
El Puerto, sin ser especialmente digno de ocupar portadas como el Time Cofrade, tiene el encanto de la sencillez, es como el lirio o la amapola de la primavera andaluza, y no por ello, menos encantadora.
Estos días las tardes olerán a soledad, o no, no viviremos esas tardes largas que se irán perdiendo poco a poco, o sí. Y creo que serán distintas, olerán a marchas que saldrán desde los balcones; olerán a oración colectiva y compartida, olerán al incienso que seguro que perfumará cientos de casas. Estos días olerá a sentimiento contenido, quizás también a desdén, y quizás, casi sin pensarlo, dentro de muchos años recordaremos los bellos olores del recogimiento en soledad que nos permite sentir aun mas cuanto amamos, cuanto anhelamos, cuanto sentimos.
Salgamos a la ventana, al balcón, al Jardín, aspiremos los olores de nuestra primavera, y vivamos.