“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

Hay infinidad películas de amor, pero aprovechando estas fiestas tan propias voy a tratar amores de los buenos, de los que junto a turrones o polvorones, pueden provocar un sano empacho. Pero para que no sea excesivo, he intercalado una peli de amor plan crudilla, de amor imposible, de trío.

Me voy a referir al estreno: A pesar de ti (2025), de J. Boone; la chisporroteante, Marie-Jo y sus dos amores (2002), de R. Guédiguian; y más empalagosa: Así es el amor (2001), de T. O´Haver.

A PESAR DE TI (2025). Fui un sábado a la tarde, fuerte lluvia por medio, a ver esta cinta incalificable e incluso inclasificable del director Josh Boone, guion de Susan McMartin (adaptación de Regretting You, novela de Collen Hoover). Entremezcla el romance pastelero con la tragedia griega, con cuantos conflictos y avatares imaginar se pueda.

Una madre joven, Morgan (Allison Williams), cuida que su adolescente hija Clara de 16 años (Mckenna Grace), no cometa los mismos errores que ella siendo muy joven, cuando se quedó embarazada sorpresivamente. A partir de ahí se casó con Chris (Scott Eastwood), teniendo que cumplir con sus obligaciones de madre y abandonar cualquier sueño de estudios o desarrollo profesional. También se hizo cargo de su hermana Jenny (Willa Fitzguerald).

Chris, como padre, colabora en la difícil relación con la hija Clara en plena adolescencia. En una fiesta familiar se encuentran Morgan, Clara, Chris, Jonah, la hermana y Jenny (Dave Franco), antiguo amigo y eterno enamorado de Morgan. Si con los años Morgan y Chris son los orgullosos padres de la prometedora Clara, Jenny y Jonah acaban de tener un bebé adorable y se preparan para casarse.

Pero la bonanza y alborozo de la fiesta se hace añicos cuando al poco, un trágico y extraño accidente trae desgarradoras consecuencias, terrible desdicha que lo cambia todo. Chris y Jenny mueren en un accidente de coche en el que iban juntos, lo cual plantea todo tipo de interrogantes terribles, entre otros qué hacían juntos y a dónde iban.

De lo cual concluyen y luego se corrobora que mantenían una relación. Incluso Jonah siente rechazo por su hijo, que dice es de Chris.

Mientras Morgan y Jonah lidian su cambiante dolor cargado de recelo, Clara se enfrenta a su pena acompañada del incipiente romance con Miller (Mason Thames), el chico guapo y prohibido del pueblo.

Tras el funeral de Chris (nunca vemos el funeral de Jenny), montones de flores y comidas preparadas bloquean la puerta de entrada de Morgan y Clara, pero nunca vemos a esos amigos y vecinos que les envían sus condolencias.

El duelo es caótico y doloroso, pero con demasiada frecuencia parece que superamos todo eso para llegar a lo bueno. ¿Y los besos? Pues sí que llegan, aunque de la forma más sentimental. Morgan y Jonah se besan y son vistos por la hija, para dolor de esta.

La cosa es que mientras hay una lucha de los personajes por reconstruir sus vidas, Morgan encuentra consuelo en la última persona que esperaba, o sea, Joah; mientras Clara se vuelve hacia el único chico que le han prohibido ver, Miller.

El romance adolescente abre un poco más la historia. Al igual que el duelo, crecer es complicado y difícil, pero Grace acierta a encarnar bien la atención a su hija Clara. Esta es una chica compleja, pero hay que apoyarla, sobre todo en lo que respecta a su incipiente romance y su tensa relación con su bienintencionada madre y con su viudo tío.

Están presentes los pequeños detalles graciosos, como el deseo de Miller de ser cineasta, el libro de Sidney Lumet colocado en su mesita de noche lo sugiere, mientras que la colección de carteles de películas en sus paredes lo confirma.

Además, es un buen muchacho, la última persona que debería preocupar a Morgan por estar cerca de Clara. Nadie puede culpar a la joven de estar enamorada a los 17. Y entre el melodrama del conflicto y el arrepentimiento, se esconde una tierna historia sobre una madre y una hija que intentan resolver sus problemas.

La película puede ser divertida para cierto público sensible que sepa apreciar y reírse de sus giros y revelaciones, gente que conecte con su extravagancia melodramática sin burlarse de ella.

Pero ojito, no deja de ser un producto almibarado y una propuesta tan blanca y sencilla (idealiza tanto las relaciones románticas que roza el pastel) que puede compararse con cualquier telefilme de sobremesa, aunque su acabado técnico sea bastante mejor.

 

MARIE-JO Y SUS DOS AMORES (2002). Marie-Jo es una mujer de mediana edad que ama intensamente a su marido Daniel, pero ama igualmente a Marco, a la sazón su amante. En un momento de la historia Marie-Jo deja su casa y se va a vivir con Marco. Mientras, Daniel espera angustiado su regreso.

Es la historia de dos amores incompatibles. Me recuerda a la letra de Aute que dice: «Una de dos/ o me llevo a esa mujer/ o te la cambio par dos de quince, (…) o entre los tres nos organizamos,/ si puede ser». Pero con la novedad en este film de ser la mujer y no el hombre quien alterna pareja, es decir, quien tiene dos hombres objeto de su amor. Y Marie-Jo no para de cavilar y sentirse malcontenta con uno y con otro.

Triángulo amoroso que da cuenta de que lo que pretende Mari-Jo es imposible y no tiene salida. Pero hay que ser fuertes y como sea sortear el bache de las contradicciones. Ni la violencia ni la autolisis son solución. El sol nace y muere cada día, y en cada mañana, Marie-Jo sigue teniendo dos amores, aunque ella misma diga: «amar a un hombre te llena, amar a dos es el vacío…».

Todos quieren vivir en plenitud con la persona amada, pero no se puede dividir un número impar sin decimales de angustia, renuncia, sacrificio, tristeza o culpa. En un triángulo amoroso, siempre hay un ángulo solitario donde alguien sufre y espera o desespera, mientras los otros dos yacen juntos sin paz ni alegría.

Robert Guédiguian dirige excepcionalmente esta película con su peculiar estilo naturalista. El filme hace que nos identifiquemos con sus personajes en una trama de amor singular con altos y bajos, de buena factura.

Tiene un buen guion de Jean Louis Milesi y el propio Guédiguian, acertada fotografía de Rénato Berta, bonita música a cargo del sonidista Pascal Maziéres y el montador de sonido Vincent Commaret, y un buen montaje (Bernard Sasia) y puesta en escena.

El reparto es muy acertado con actores y actrices donde resalta la labor estelar de Ariane Acaride, Jean-Pierre Pierre Darrouussin y Gérard Meylan excelentes, a quienes acompañan Julie-Marie Parmentier o Jacques Bourdet.

Es una historia sencilla de amor, encuentros, desencuentros, celos, rivalidad filio-materna, marido abnegado y amante enamorado. Dos amores que se alternan y que a la vez que enriquecen la vida de Marie-Jo, también la llenan de culpa y desosiego. Y como escribe Riambau: «La estabilidad de la tierra firme no es incompatible con el vaivén de las olas, y ambos elementos conviven perfectamente en un lugar como Marsella».

La forma de presentar a los personajes y las aventureras tramas son llevadas con una habilidad, candidez y escrupulosidad equivalente a una forma de revisión de las trivialidades de la cotidianeidad, algo a lo que por otra parte, Robert Huédiguian nos tiene acostumbrados desde obras suyas anteriores como: Un amor en Marsella, 1997; o, La ciudad está tranquila, 2000.

Con esta película uno se hace preguntas por qué los humanos somos así, absorbentes, monógamos, incondicionales y sin posibilidad a la apertura de otras experiencias y afectos. Una historia de amor triste, de personas que se quieren aunque querrían dejar de quererse, de amores imposibles y geometrías insondables con mixturas improbables de asir.

Son cuestiones para psicólogos o filósofos, pero que todos podemos entender muy bien e identificarnos perfectamente pues se trata de una situación inserta en el imaginario universal.

Película digna de verse, una obra humana, en la que el director se adentra en las complejidades del querer con una aparente y pasmosa simplicidad, y con ello, nos regala una obra conmovedora. Como escribió Martínez Santos: «Obra trágica que emociona y cautiva. Sereno drama a media voz, que da variedad, y enriquece con un ángulo de visión inédito». Yo la aconsejo… a pesar de su final fácil y tópico, que todo hay que decirlo.

 

ASÍ ES EL AMOR (2001). El joven Berke Landers (Ben Foster) ha perdido a su novia Allison (Melissa Sagemiller), que le acaba de dejar. No obstante, está dispuesto a cualquier cosa para recuperarla. Lo cual incluye anotarse a una academia para hacer un papel en un musical, con los consiguientes rivales de turno.

Comedia-romance norteamericana un tanto ñoña, y la directora Tommy O´Haver hace lo que puede. O´Haver pretende cierto paralelismo con la obra de William Shakespeare Sueño de una noche de verano. Pero lo que le sale es una trama predecible, de esas que hemos visto docenas de veces y llena de tópicos, propiamente para emocionar a espíritus cándidos.

Peli con muchacho feíto pero bueno, el guapo malo, la amiga fiel, la joven superficial y bella, el amigo de juergas, etc. El guionista R. Lee Fleming Jr. escribe un libreto con una historia sin exceso de gracia. Fotografía decente de Maryse Alberti, y una música pegadiza de Steve Bartek.

En el reparto destaca un Ben Foster que anda perdido por la pantalla, junto a Melissa Sagemiller que quiere hacer de chica mona, y lo hace, pero no mucho más. El resto son actores de relleno como Sisgó Martin o Melissa Sagemiller. Destaca por su esplendorosa figura y por cantar bien y darle un poco de salsa a la cinta, Kirsten Dunst.

Película trivial que en estas fechas navideñas puede gustar, sobre todo, a los adolescentes y a los aficionados a las zonceras del corazón tembloroso.