Con el bagaje que ya tenemos, salvo algún que otro extremista, nadie piensa que los partidos políticos per se sean corruptos. Se crean con fines justos y por personas comprometidas. Por regla general, a todas las personas afiliadas a partidos les une un afán de hacer un mundo mejor. Luego queda el tema de que las distintas visiones de cómo gestionarnos nos lleven a distintos puntos de vista que pueden enfrentarnos —sana o insanamente— en función del grado de intensidad con que algunos quieran imponer su visión del mundo.
Sin embargo, dando igual si existieran partidos políticos o no, dando igual quién gobierne, dando igual absolutamente todo, existe una especie que, como un parásito, se aloja en su huésped para intentar sacar todo el beneficio personal que pueda. A este espécimen, carente de ideología, le mueve tan solo la ambición personal; su único objetivo es su bienestar y, como es natural, nunca se aloja ni se aproxima a quien no gobierne o no detente poder.
La corrupción no conoce de siglas o colores, y caemos en el error de denominar a una formación como una asociación corrupta. No existen partidos políticos ni formaciones corruptas: solo personas que, y no por casualidad, forman parte siempre —sin excepción— de aquel partido que se encuentre en el poder. Todos los partidos, desde el primero hasta el último, se financian con dinero ajeno en la mayoría de las ocasiones; y claro está, quienes financian no lo hacen por amor al arte, sino en busca de un beneficio personal en algún momento.
España, como el resto del mundo, sufre de este mal. El siglo XXI, como ya ocurriera en la República Romana, arrastra esta enfermedad, y el final de todo esto tiene mal color, entre otras cosas porque nos polarizamos, tomamos partido, peleamos, defendemos, insultamos… Y, mientras tanto, el parásito corrupto espera pacientemente a ver en qué rincón pone la cama, silenciosamente, con un bajo perfil que busca la oscuridad de un anonimato de cara a lo público, hasta que llega su oportunidad.
Aún estamos lejos, y sobre todo muy manipulados, para combatir ese mal, sin darnos cuenta de que, como una bacteria, engorda a costa de nuestra propia destrucción. Al margen de eso, no todo es color de rosa, y peor que un corrupto es un manipulador que se aferra al poder a cualquier precio, por un ego desmedido, en donde el bienestar personal sea secundario y prime, bajo la máscara del bien común, su ego, aun a costa de dividir a una sociedad con problemas de hace ochenta años, aunque pase a la historia como el mayor hijo de puta que hizo todo lo posible para que España volviera a una Guerra Civil.











