Me cuesta creer que el señor Carrero, presidente de la corrida de este domingo, esté tan limitado taurinamente hablando. O, por el contrario, le guste mucho taurinear, ese vocablo que define a quien disfruta codeándose con toreros, ganaderos y gente del toro en general. Hasta he llegado a pensar que, si el palco no estuviera tan alto, Carrero sacaría a hombros a los toreros. O al mayoral, porque ayer volvió a dar otra pataíta por bulerías, se unió a la fiesta —raro en él—, y sacó el pañuelo azul para premiar al quinto toro de El Freixo. No sé dónde vio la excepcionalidad, pero como cualquier capitalista que saca a hombros a los toreros, se merece una buena propina.
Al poco de llegar a El Puerto, destinado en Agroman en la Bahía de Cádiz, conocí a Alfredo Bootello. Peculiar en su día a día, aficionado práctico y con una memoria superlativa, Bootello solía parar por la zona del Hotel Bellavista. Compartimos muchas charlas en el desaparecido bar La Galera, con Luís Rivas “Lucy” como excelente anfitrión.
Cuenta la leyenda —aunque a veces se haya tergiversado— que, un buen día, Alfredo esperaba el autobús en la playa de Valdelagrana. Aburrido por la espera, se agachó y recogió un papel del suelo: era un billete que decía “Jerez – A la playa de Jerez”. Se lo guardó. Días después fue al Ayuntamiento de Jerez a solicitar el montaje de un kiosko en Valdelagrana. Y fue allí cuando el funcionario de turno le respondió: “Usted se ha equivocado de ayuntamiento. Para eso tiene que dirigirse al Ayuntamiento de El Puerto, porque esa playa es de El Puerto”. A lo que Bootello replicó: “Eso es lo que yo quería escuchar”.
Y es que la vecindad está plagada de anécdotas de este tipo, siempre con esa mezcla de sana ironía y guasa gaditana.
Ayer compartí localidad con un joven que se reconocía poco aficionado. Estuvo preguntando durante toda la tarde, pero su comportamiento fue exquisito. Al terminar la corrida, antes de despedirse, me dijo: “Yo no entiendo mucho de esto, pero lo de Morante es distinto”. Le respondí: “Eso es lo que yo quería escuchar”.
Dirán que me voy por los cerros de Úbeda, pero para poner en contexto lo que sucedió este domingo en el coso portuense, he tenido que tirar de recuerdos. Ya no tengo nostalgia: la plaza de toros que conocí y en lo que la han convertido debería captar la atención de la ministra de Igualdad, porque esto es un prostíbulo. La segunda oreja de Talavante y el pañuelito azul del presidente son una auténtica provocación.
Es cierto que el público se ha acostumbrado a la foto de los tres toreros a hombros, y ya no acepta la frustración de no ver abrir de par en par la puerta cincuenta y nueve… aunque parece que nunca se cierra.
Juan Ortega fue el damnificado de la tarde. Le tocó el peor lote, aunque puso empeño, ganas y disposición. Sus toros, parados, sosos y descastados, no se lo pusieron fácil. El público se impacienta si no hay una serie de pases, y enseguida llegan los pitos y protestas. Le queda una tarde más, esperemos que tenga más suerte.
Alejandro Talavante tiene la virtud de calentar los tendidos con esos pases mirando al público que enardecen al graderío de sol, más que caldeado con la que estaba cayendo. En su primero, se empeñó en torear al natural, el pitón menos potable. Pero quien está delante es quien sabe, y por algo basó la faena en la mano izquierda. Enganchones y algún muletazo suelto fue todo el balance.
En el quinto vino la apoteosis. Incluso un espectador gritó: “¡No lo mates!”. Y debió tomar nota el señor Carrero, que desempolvó el pañuelo azul y, para sorpresa de muchos, concedió la vuelta al ruedo. “Ganadero, ¿qué hay de lo mío?”
No se le pueden restar méritos al arrimón del torero extremeño, pero el toro “extraordinario” que le tocó en suerte pegaba tornillazos en cada muletazo, unas veces por el viento de levante, otras por el calamocheo. La faena no terminaba de volar, hasta que tiró de repertorio y destapó el tarro del arrimón, de los desplantes, de los pases por la espalda. Algo me debí perder, porque tras la estocada vino otra apoteosis. Aún deben de estar riéndose Talavante, su cuadrilla y El Juli, como en el timo de la estampita.
Y me dejo para el final a Morante. ¡Qué forma de andar por la plaza! ¡Qué manera de torear a la verónica! ¡Qué torero tiene la fiesta! No, no me tachen de morantista, pero lo verdaderamente importante de la tarde lo ejecutó el torero de La Puebla. Variado con el capote, galleando por chicuelinas, naturales que paraban los relojes. Por algo colgó el cartel de “NO HAY BILLETES”.
Y es que, cuando pasen 40 años, los aficionados que por edad no hayan visto a Morante tendrán en él un referente, como lo fueron Joselito y Belmonte, Manolete, Curro Puya, Camino, Ordóñez… No creo equivocarme si afirmo que en Morante se resume todo.
Y termino como empecé, recordando a mi amigo Alfredo Bootello. Porque este domingo, el callejón estaba repleto de personalidades y políticos. Y entre ellos, me dicen que andaba la Delegada del Gobierno, la responsable de nombrar a los presidentes de plaza. Espero que, más pronto que tarde, el señor Carrero se le acerque y le diga: “Vengo a presentar mi renuncia como presidente de la plaza de toros”. Y ojalá que la divinidad ilumine a esta señora y le responda: “Eso es lo que yo quería escuchar”.
Aunque mucho me temo que no caerá esa breva.
FICHA DEL FESTEJO
Toros de El Freixo, lavados de cara y escaso trapío. Nobles en general. Lleno.
MORANTE DE LA PUEBLA: Estocada trasera y desprendida (dos orejas); tres pinchazos y media estocada baja (ovación y saludos)
ALEJANDRO TALAVANTE: Pinchazo, estocada baja y dos descabellos (ovación y saludos); estocada (dos orejas -una de ellas orejita del Puerto)
JUAN ORTEGA: Estocada (ovación y saludos); estocada (silencio)