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Cura es el sacerdote católico encargado, en virtud del oficio que tiene, del cuidado, instrucción y doctrina espiritual de una feligresía. En estas páginas ya he referido esta temática: Películas de sacerdotes, Tiempo de espiritualidad o Calvario.
Continuo hoy con el estreno: Un buen padre (2024), de R. Tronchot; El sacerdote (1978), de E. de la Iglesia; El cardenal (1963), de O. Preminger; o Día tras día (1951), de A. del Amo.
UN BUEN PADRE (2024). Simón es un sacerdote católico en un pueblo francés, dedicado en cuerpo y alma a su parroquia y a sus feligreses: atiende a los enfermos, confiesa, dice misa, prepara las homilías, asiste a los entierros y cuantos otros oficios y menesteres son propios de un cura párroco.
En uno de esos servicios se encuentra con Louise, una mujer a quien conoció años antes de ordenarse sacerdote, en su época de seminarista. Ella le presenta a Aloé, su hijo de 11 años, y le dice que él es su padre biológico.
Esta insólita declaración crucial y desconocida, hace tambalear su vida cotidiana y su labor pastoral. Le lleva a cuestionar las certezas que han guiado su vida de sacerdote.
La historia pone la mirada en el celibato, más concretamente, en la paternidad de un párroco enfrentado al fruto de sus relaciones sexuales antes que abrazara la unción sacerdotal.
La pregunta es si puede continuar siendo un entregado sacerdote y, a la vez, cumplir en forma suficiente el papel tan importante de padre de su hijo. El sacerdote emprende una lucha contra sí mismo para convencer a sus superiores de que su voto de obediencia y celibato son compatibles con el amor hacia su hijo.
Película dirigida por el director galo Ronan Tronchot, director francés que asume su primer largometraje apoyado en la garantía del actor Grégory Gadebois como padre Simón.
Esta cinta trata de la actualización de la Iglesia Católica en el siglo XXI. Sin oratorias ni sensacionalismos, Tronchot y Ludovic du Clary (coguionista), van directos al nudo argumental sin ambages. En minutos, Tronchot presenta a su protagonista como un hombre bueno, un cura sensible y responsable en su rol de párroco.
También aparece como un hombre vulnerable, con bondades y desmañas. Pero su cruz se inicia cuando debe tratar a su hijo suyo, un niño de once al que no sabe responder por qué todos lo llaman padre y él no puede llamarlo papá cuando es veramente hijo suyo.
La película se divide en dos partes. En la primera, Tronchot adopta un enfoque casi documental, mostrando la rutina de Simón en su parroquia: la preparación de comuniones y bautizos, la gestión administrativa, el acompañamiento a los feligreses, la tarea de distribuir las obleas eucarísticas, el cuidado de los ropajes litúrgicos o recibir en su despacho a una joven que quiere abortar ante un embarazo no deseado. Interesante todo, porque presenta una visión realista de la vida sacerdotal.
En la segunda mitad, la trama se centra en el conflicto con la institución religiosa: cómo puede hacer para continuar con su ministerio y a la vez ejercer como padre. En este punto la película se convierte en una "película de tesis", que busca cuestionar la rigidez de la legislación católica sobre el celibato y otros aspectos de la vida de los curas.
En esta parte los eclesiásticos que rodean a Simón en su ciudad, su compañero el padre Ammiens (Salem), incluido el obispo (Boudet), se muestran contra la pretensión del sacerdote de continuar con su labor a la vez que cumple su función paterna.
Tiene un guion bastante bien escrito del propio Tronchot junto a Ludovic du Clary, un relato que resulta muy interesante, en el cual se desvelan elementos de hipocresía y de intransigencia por parte de los monseñores que debaten y juzgan sobre el caso.
Con este libreto enredado, Tronchot hace una dirección serena, solvente y discreta, cinematográficamente. Siempre con el dilema moral utilizado para intentar abrir puertas rocosas. Difícil asunto.
Tronchot va dejando muestras en el metraje de señales sorprendentes, apenas sugeridas accidentalmente. Por ejemplo, no se muestran los sentimientos que tiene hacia Simón su compañero, el padre Ammien, un argelino nacido en un mundo musulmán; tampoco se aclara bien la angustia y la actitud de su obispo, salvo que, cuando lo jubilan, muestra gran alivio.
Sensacional papel de Grégory Gadebois, muy bien como el sacerdote biofílico y amoroso que tanto ama a su hijo como a los fieles. Gadebois logra transmitir la lucha interna de su personaje y su trabajo es convincente, interpretando a un sacerdote de gran humanidad. Muy bien Géraldine Nakache, como la madre del niño. Están más que correctos Lyès Salem como el padre Ammien y Jacques Boudet como el obispo de la diócesis.
La puesta en escena es sobria, con una fotografía de Antoine Chevrier que juega con la iconografía religiosa sin resultar excesivamente cargada ni excesivamente simbólica. A esta estupenda fotografía se suma la sugerente música de Damien Tronchot envolviendo el relato.
Película interesante por su enfoque íntimo y su capacidad para generar debate sobre la modernización de la Iglesia, las contradicciones internas del protagonista y los excesos normativos de la institución católica.
El filme se desenvuelve en los márgenes de la corrección, no asusta ni es irreverente. Obra, en fin, que ofrece una reflexión sobre los desafíos que enfrenta la Iglesia del siglo XXI.
Más extenso en ENCADENADOS
EL SACERDOTE (1978). Piedra de escándalo en su momento, esta película sembró la polémica allá en 1978 cuando fue estrenada. Habla sobre la represión que aún existía en aquel tiempo de transición de la dictadura a la democracia.
Eloy de la Iglesia, con guion de Enrique Barreiro, hacen una película provocativa para su época. Una cinta que hoy la censura no permitiría. Habla de diversos tipos de cura en aquel entonces.
El personaje central es el cura Miguel (estupendo Simón Andreu), un atractivo, joven y tímido sacerdote con sotana que se ve cada día en el confesionario con Irene, una bella mujer casada piadosa y apasionada, que socaba sus convicciones religiosas: un cura inundado por delirios en los que el sexo es el protagonista (recuerda a la Regenta, de Clarín).
Tenemos también al padre Luis (sensacional Emilio Gutiérrez), cura de izquierdas que mantiene relaciones sexuales, quien le dice a Miguel que se puede hacer una vida recta con ciertas debilidades.
Hay otros curas como el padre Manuel (Ramón Reparaz), representante del nacionalcatolicismo franquista y un cura autoritario; el padre Alberto (Ramón Pons), entregado a la música de órgano; el padre Ángel, que representa a los curas decularizados y casados de finales de los 60; el padre Carlos, el más joven e inocente; el padre Alfonso (José Franco), parroco jefe de todos ellos.
Eloy de la Iglesia dibuja un retrato de lo que era realmente la sociedad setentera. En esos entonces la Iglesia era atrasada y en el filme nadie sale bien parado: ni el cura progresista que deja de creer en Dios para creer en los hombres; ni el cura facha, ni los demás. Todos, estereotipos manejados cruelmente por Eloy de la Iglesia.
Película, en fin, atrevida política, socialmente y como elemento de crítica. Una obra que contiene algunas escenas perturbadoras, y un na invectiva a la vetusta sociedad española de finales de los años setenta.
EL CARDENAL (1963). En la obra un sacerdote de Boston va ascendiendo en la jerarquía de la iglesia católica, gracias a sus cualidades humanas e intelectuales. El sacerdote proviene de una humilde familia, su padre es conductor de tranvía.
A lo largo del metraje tendrá que abordar y resolver problemas/dilemas personales delicados y situaciones políticas de riesgo como la invasión nazi en Austria.
Es peliaguda la situación en la que el Cardenal debe decidir en un parto extremadamente difícil, si se salva la vida del niño o de la madre que a la sazón es su hermana. Aborda igualmente la infidelidad conyugal, temas sexuales, el aborto o la política de la Iglesia durante el ascenso de Hitler.
La película tiene un buen ritmo narrativo, aunque algo lastrada por la responsabilidad que cayó sobre su director, el gran Otto Preminger, por ser una ambiciosa superproducción.
Tiene un gran reparto con Tom Tryon en el rol de cardenal, trabaja el mismísimo John Huston como Obispo, Romy Schneider sensacional y bella o Ralf Vallone, un clásico.
Basada en la novela de título homónimo de Henry Morton Harrison, Robert Dozier consigue un libreto aceptable. Excelente la fotografía en color de Leon Shamroy y una aceptable música de corte clásico, creada por Jerome Moross.
DÍA TRAS DÍA (1951). En los años cincuenta, en España era prácticamente imposible hacer cine neorrealista. Sin embargo, este film de Antonio del Amo cuenta una historia valiente, que se atreve a sacar la cámara a la calle y contar lo que puede observarse en aquel entorno natural-urbano, los problemas de una juventud que lucha para labrarse un futuro.
Entre otras, el sacerdote protagonista intenta enderezar la vida de dos feligreses de la parroquia del Rastro, en tanto una muchacha se enamora de uno de ellos. Refleja de la vida del legendario Rastro madrileño, con apuntes costumbristas y pícaros.
Un relato sobre los problemas de la juventud de entonces, un retrato social del Madrid de la época. El sacerdote (Prada), es un hombre bueno y humano, un pastor que se preocupa por las ovejas descarriadas.
Dos jóvenes algo desorientados que intentan abrirse camino en un mundo poco favorable, son tutelados y ayudados por un “ángel de la guarda”, encarnado en el padre José de la parroquia del Rastro. Ejemplo de un cine en el cual se muestran los problemas genuinos de la juventud de posguerra.
Describe muy bien la vida de los barrios de Madrid, lugares emblemáticos con sus variopintos personajes tratando de sacar algunas monedas para ir tirando el "día a día" en aquel contexto paupérrimo.
Muestra la pobreza y una solución: la solidaridad y la acción benefactora de la Iglesia Católica, pero también la propia iniciativa.
En el reparto destacan Mario Berriatúa, como personaje central; personaje atormentado. Y junto a él a María de Leza y como el sacerdote bueno, José Prada.
Moralizante, con la Iglesia Católica salvadora de almas perdidas, personificada por un sacerdote popular que es un santo, aun con sus cosillas, pues el "el fin justifica los medios".