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En este final de la Semana Santa traigo dos películas que hablan del sufrimiento llevado con entereza por sendos personajes. Al hilo de la conmemoración que en estos días se ha hecho de la pasión y muerte en la cruz de Jesucristo, hoy hablaré del sentido de eso que llamamos «pasar un calvario».

Esta expresión significa atravesar un camino de terribles adversidades. El término viene del monte llamado Calvario o Gólgota (del latín «calavera», pues muchos murieron en ese emblemático lugar); y de ahí el «calvario» por el que pasó Jesucristo en ese montículo a las afueras de Jerusalén, antes de ser crucificado. El calvario refiere así, el sufrimiento indecible que padeció Jesús llevando su cruz a cuestas hasta el final, cuando es lanceado una vez ha encomendado su espíritu al Padre.

En el habla popular decimos calvario para expresar, exageradamente, alguna situación difícil de atravesar, por comparación con el sufrimiento de Jesucristo. Pero para ilustrar la idea de pasar un calvario con sufrimiento real y además con connotaciones cristianas en el núcleo del drama, escribo hoy sobre dos episodios duros y trágicos en sendas películas donde sacerdotes deben afrontar un período tormentoso, por su fe y su integridad: su vida puesta en riesgo. Esto sí es más afín y acorde con el concepto cuaresmal de calvario. Como Jesucristo dijo: Mt 10, 37-42: «El que pierda su vida por mí la encontrará». Lo cual es una invitación a apostar por el «hombre nuevo» cristiano y caritativo versus el «hombre viejo» materialista y beligerante. O sea, dar la cara en nombre de Jesús con su ejemplo por delante.

Así, en este día de la Semana Santa cuando el drama se ha consumado y se anticipa el Domingo de Resurrección, traigo dos películas de las buenas donde el calvario está presente en su honda dimensión. Yo confieso (1953), icónica película de Alfred Hitchcock que hace gala de su catolicidad; y Calvary (2014), del director John Michael McDonagh. En ambas, los personajes sufrientes son ministros de la iglesia que padecen por su condición sacerdotal.

YO CONFIESO (1953). Conviene aclarar para entender bien esta obra del genial Hitchcock, que nuestro director era católico (algo poco común en su Inglaterra natal), educado en un estricto colegio de jesuitas. Esta película está relacionada con aspectos confesionales como el sacramento de la penitencia, el celibato y el voto de castidad, el adulterio, el secreto canónico de confesión, el perdón de inspiración divina, la absolución o la indisolubilidad del matrimonio.

Empieza la película con un crimen, puede avistarse un cadáver cuando la cámara se asoma a una ventana y muestra el interior de un domicilio. A continuación aparece un tipo vestido de sacerdote que atraviesa un laberinto de calles oscuras.

Esta es la primera pista falsa del director y del asesino: hacer creer al espectador y a los testigos (dos niñas lo ven caminar aprisa por las aceras) que el asesino es un cura. Pero no tarda en convertir a los espectadores en cómplices cuando ese hombre se quita el hábito y va a confesar su crimen a su sacerdote habitual, el Padre Michael Logan (Clift), quien siempre lo ha ayudado.

El inmigrante es alemán, Otto Keller (Hasse) y trabaja como sacristán de la parroquia de Santa María; los miércoles lo hace como jardinero del abogado Vilette, el cual lo descubrió cuando intentaba robarle dinero y Keller lo asesina. Poco después confesará su crimen al sacerdote Michael Logan (Clift). Obligado por el “secreto de confesión”, Logan guarda silencio y no se defiende cuando el inspector Larrue (Malden) le acusa de ser el autor del crimen. Logan es un joven espiritual, sensible y de fuertes convicciones.

Escena del padre con el asesino:

Para interpretar adecuadamente el sentido y alcance del drama que se narra es necesario comprender la profunda carga moral, doctrinal y religiosa que conllevan para un católico lo que va sucediendo. El perdón y la culpa son dos aspectos que para un católico tienen un firme sentido en el sacramento de la penitencia. Es importante este extremo porque desde otras confesiones cristianas como el protestantismo este film no tuvo una acogida tan buena ni tanta aceptación como en países católicos. La razón es que esas confesiones no se “entienden” bien el espinoso y en apariencia irracional capítulo del “secreto de confesión”.

En la película, el cura católico sabe quién es el criminal, y aunque él mismo está imputado como sospechoso principal, no puede desvelar su secreto. Un ardid de Hitchcock complicado y subversivo que pone en vilo al espectador; además, resulta interesante ver cómo aborda Hitch este complejo tema.

Película de suspense extraordinaria, interpretada por actores extraordinarios. Es igualmente un drama moral y teológico. Y también una reflexión sobre el amor: el amor al prójimo contrapuesto al amor romántico. Igualmente es una obra que atrapa.

Entre los protagonistas destaca un Montgomery Clift como padre Logan, que hace gala de unas dotes expresivas y una mirada introspectiva muy sugerente, interpretando de maravilla al joven y beatífico sacerdote. Anne Baxter es Ruth, una mujer bellísima y antigua novia del sacerdote que sigue enamorada de él. Magnífico Karl Malden, comisario de policía, un hombre de lógica que investiga concienzudamente. O.E. Hasse muy bien como el asesino que se esconde tras la confesión. Brian Aherne, fiscal juguetón e implacable. Dolly Haas, gran trabajo Alma, la esposa del asesino Otto Keller.

Impecable fotografía expresionista de Robert Burks, con un marcado blanco y negro que avanza lo terrible de la historia y cómo se precipitarán los acontecimientos. Envolvente la potente partitura del ruso Dimitri Tiomkin que acompaña con una genial sinfonía de notas el drama.

La puesta en escena de Hitch se centra en las reacciones de los personajes, con abundantes primeros planos de los rostros de los actores, sobre todo Clift, que consigue momentos prodigiosos con la cámara, la composición del plano y las caras.

Esta película de Hitchcock refleja aspectos de su propia vida. El sentimiento de culpabilidad, por ejemplo, que era una secuela de su rígida educación católica. Amén de todos los elementos católicos del film. Y el tema en él siempre presente del “falso culpable”.

Hitchcock mantuvo su fidelidad al catolicismo hasta el final de sus días. Era habitual verle a él y a Alma Reville, su esposa, yendo a misa todos los domingos. Yo Confieso es una película católica que solo puede entendida cabalmente por un católico.

La película no es sólo una obra excelente, también es propiamente el relato de un sacerdote católico que debe atravesar su propio drama de fe y existencial (su calvario), con una capacidad de oración y fe que finalmente tendrá su recompensa al final de la historia.

Más extenso en revista de cine Encadenados.

CALVARY (2014). El calvario de James Lavelle, un sacerdote irlandés, una película con insondables cargas de profundidad que excede el pequeño territorio del pueblo donde se desarrolla, para extenderse a una órbita donde habita el cinismo, la maldad y la depravación.

Hay que felicitar al director y guionista John Michael McDonagh, que es un maestro, por esta cinta tensa e irrespirable, angustiosa, en un lugar que habría podido ser alegre y religioso, pero deviene anticlerical, agnóstico e irreverente.

El pueblo irlandés en el que se desarrolla esta historia dura y emocionante está rodeado de parajes hermosos, playas agrestes y verdes praderas. Pero la belleza del paisaje es muy distinta de los malignos vecinos perversos y antisociales. Por ello, la cámara, salvo contadas ocasiones, se desentiende del las preciosas paisajes para centrarse en los primerísimos planos de los rostros de los lugareños, como queriendo indagar en cada uno, sus maldades y patologías.

Todos en el pueblo están encabronados o enfadados por unas u otras razones. No hay alegría, todo es acritud, sarcasmo, chismorreo fatal, y sus habitantes apenas logran sobrevivir a sus propios demonios, a su rencor. Un día, mientras está confesando, recibe una amenaza de muerte de un feligrés anónimo.

En el pueblo se la tienen declarada James Lavelle, un piadoso y fuerte sacerdote que con su enorme y vigorosa presencia, vestido de sotana y con una enorme humanidad, soporta la desolación y los despropósitos de sus feligreses que son adúlteros, malvados, drogadictos y deslenguados. Pero el cura es, además de creyente, inteligente e íntegro y con una genuina fe; sabe escuchar a unos y a otros sin desmayo.

La película se centra en una premonitoria semana en la que el sacerdote se irá comunicando con una docena de parroquianos que, o bien ocultan algo, o necesitan su ayuda. Un cura inocente que arrastra el hábito culpable de toda la institución que representa, a modo de chivo expiatorio.

Curiosa y hermosa música de Patrick Cassidy. Excelente y brillante fotografía de Larry Smith que hace largos planos de los panoramas irlandeses y sus silvestres playas, e igual primerísimos y expresivos planos de sus intérpretes, buscando el análisis moral y psicológico de los mismos.

En el reparto brilla con luz propia y sostenido sobre sus enormes espaldas la figura del personaje principal, el sacerdote James Lavelle, encarnado por un Brendan Gleeson más inspirado que nunca, como cura de calle con sotana; un papel para un auténtico maestro de la interpretación, una actuación tan contenida como libre y suelta, creíble e impactante. Pero es que además, le acompañan fenomenales actores y actrices que hacen un coro de excepcional: Kelly Reilly, Chris O’Dow, Aidan Gillen o Domhnall Gleeson, entre otros..

Quien vea esta película ha de estar muy atento a los diálogos sin desperdicio. La película y sus dolientes, desasosegantes y creíbles personajes producen una constante zozobra en el espectador, y hace que te involucres en esta tragedia que se gesta día a día de la semana en la vida de James, su particular calvario.

Una obra que sabe hacer una extraña mezcla de thriller estilizado de humor sombrío, comedia malévola y sobre todo drama interior, acompañado de los incautos debates a cara de perro del padre James Lavelle y sus feligreses. El film convierte temas como la angustia, el suicidio, el mal trato de género, el crimen o la mala conciencia de un banquero corrupto en un asunto cotidiano en el epicentro de un drama rural.