El pasado día 27 se celebró el Día Mundial del Teatro. Como es natural, los medios se hicieron eco de tan señalada fecha, aunque, a decir verdad, cada día es el día de algo. Por tener, tenemos hasta el Día del palo de los helados de limón, y quizá por eso pasó algo desapercibido.
Resulta curioso cómo algunas reivindicaciones nos llevaron, hace muy poco tiempo, a dar un tirón de orejas por el abandono del monumento a Don Pedro Muñoz Seca. Sin embargo, ahora me doy cuenta, lamentablemente, de que aquel acto, más que pretender ensalzar la figura del ingenioso y prolífico autor, estaba más destinado a buscar motivos de crítica que a rendir homenaje. Porque, a pesar del día, Pedro se ha quedado en el Día del Teatro más solo que la una.
Curiosamente, su paisano ha tenido mejor suerte. Con una visión de aquella Generación del 27, él se ha conformado con alguna alusión velada y poco más. Esta ciudad tiene suerte: cuenta con dos grandes nombres —y muchos más— que, en distintos ámbitos, forman parte de la historia de la literatura. Dos nombres que emergen si se estudia el tema: uno en la poesía, el otro en el teatro.
Ambos tuvieron la desgracia de vivir en tiempos convulsos y vergonzosos, que esperamos jamás se repitan. Y eso, a pesar del enorme esfuerzo que algunos hacen por revivir aquellos acontecimientos, claro está, desde otra perspectiva, lo que no hace sino estancarnos. Parece que tenemos una nostalgia disfrazada de justicia —que no existe—, mientras dejamos pasar la oportunidad de engrandecer nuestro legado cultural.
Cuando llegue el Día de la Poesía, ya me preocuparé por los poetas de El Puerto. Pero en el Día del Teatro, algo me dice que solo un nombre debería ocupar los titulares, los reconocimientos, las protestas, las reivindicaciones y, sobre todo, nuestro agradecimiento. Porque, como dijo él mismo, podrán quitarle muchas cosas, pero jamás le quitarán su obra. Una obra que, en aquellos tiempos, lejos de buscar inmortalidad, grandeza o genialidad, solo pretendía algo tan sencillo como distraer.
Ahora nos entretenemos con series de Netflix, pero imaginen unos años sin la oferta televisiva que tenemos hoy. En aquellos tiempos, el teatro era la gran evasión, la "caja tonta" de la época. Obras cuya única finalidad era hacer que la gente pasara un buen rato y olvidara sus problemas.
Y como todos los santos tienen novena, el Día del Teatro también la tiene. Sirvan estas palabras como homenaje a quien tanto nos hizo —y sigue haciendo— reír.