Nunca importa qué pasó ni cómo, pero hoy me asomo a tu pasarela particular, y al no tenerte a mi lado, la cerveza se me hace más amarga. [Muere Daniel Bastida, apasionado de la cultura, la música y la comunicación]

Tu pasarela se asomaba a ese río del olvido, por el que transitaban ideas, momentos, vivencias. Y a veces, mientras compartíamos el sol de nuestra calle Vicario, tú me invitabas a verlo. Comentábamos puntos de vista, ideas y posturas ante diversos sinsentidos que, ahora me doy cuenta, nunca merecen la pena, a menos que sean para compartir una conversación enriquecedora.

Me hubiera gustado asomarme más veces a tu pasarela, aprender más de ti, y que tú hubieras aprendido de mí, porque cuando coincidíamos, los dos ganábamos y crecíamos. Hoy, tímidamente, me acerco a tu pasarela, a la tuya. Me lleno de valor y me asomo a esa mágica barandilla que me lleva a tu río.

Comprendo por qué es el río del olvido, el de las amargas despedidas, y, sin embargo, nuestro sol se refleja en esas aguas a veces oscuras. Me acerca tu reflejo desde la otra pasarela, en la otra orilla, al otro lado de nuestro río. Te grito y me sonríes, alzas tu brazo y brindas por aquellos momentos que compartimos, por nuestras diferencias, por nuestra calle, por nuestro río.

Comprendo que no te has marchado, simplemente has ido a buscar otra perspectiva, a vivir nuevas vivencias. Pero, a pesar de la alegría que puedas sentir, me enfado, pues, por mucho que quiera, de momento no vamos a tomar nada juntos.

Apoyo mis manos en tu pasarela y por mi mente pasan fugaces recuerdos. Veo lo cerca y lo lejos que estamos. Tu abuelo me vio el culo más veces que mi mujer, y aún me duele aquel afilado acero, el olor a alcohol quemado… su bata blanca.

Cómo pasa el tiempo. Cuántos recuerdos con tus tíos, contigo… Qué cerca y qué lejos estábamos. Y ahora, ahora que ya nada tiene sentido, cuánto te añoro.

Sigo viendo tu reflejo sobre las aguas. Agarro firmemente la barandilla de tu pasarela, grito hasta que los nudillos se me ponen blancos de apretar. Pero por más que grito, ni un solo sonido llena el aire espeso de la mañana, una mañana que poco a poco se vuelve más gris y emborregada. El sol se marcha con tu reflejo, con tu sonrisa, hasta que me quedo solo… solo con tu pasarela.

Nos vemos, pisha, donde y cuando sea, pero volveremos a encontrarnos en tu río del olvido.