No recuerdo cuando comenzó nuestra amistad, tampoco era de aquellas que se pierden en el tiempo, pues siempre hay personas que conocemos, pero con las que apenas cruzamos un buenos días. Sin embargo, por circunstancias fuimos creando una buena sintonía, hasta el punto de que compartimos confidencias, proyectos e interminables conversaciones.
Estas eternas conversaciones son las que se me marchan a un lugar eterno, se marchan las interminables aventuras de su juventud, los recuerdos infinitos y su compañía. A decir verdad, su compañía seguirá presente, tan real como el último vino que compartimos hace apenas unos días.
La vida tiene estas sorpresas, ingratas, siempre ingratas, solo comprensibles desde un punto místico y cuyo conocimiento no alcanzamos jamás a comprender. Me quedaré con mi recuerdo, privado, como el de cientos, miles de amigos, los cuales tendrán su particular visión, e ingrato sería para su memoria enumerar los mismos.
Parte con la rosa que cada uno de nosotros le dedicaremos, parte con la mejor de la sonrisa con la que nos acordaremos de ella, parte con la más amarga de las lágrimas que a cada uno de nosotros se nos escapará por no poder volver a estar con ella. Y es que, hay personas de las que es difícil despedirse, de las que te niegas a despedirte, de las que no puedes decir más de dos palabras, pues todas son insuficientes e inadecuadas, con egoísmo me atrevo a decir que en nombre de todos puedo hablar, y decir que, en lo más alto de nuestros corazones, hablar de ella se resume en una sola palabra, Elisa, y con eso, queda dicho todo, tanto y más de lo que se merece, pues no caben en unas líneas el pensamiento de todos nosotros.
A veces, en esta vida, hay personas que encierran tanto, que dan tanto de sí, que basta su nombre para que con una lagrima le digamos simplemente, hasta mañana Elisa, que descanses.