Desde luego el tenis, como cualquier otro deporte, tiene momentos de emoción. Pero no me voy a referir a este asunto con este título. Más bien trataré dos películas en las cuales se puede ver cómo, con el pretexto del tenis, hacen acto de presencia otras emociones: rivalidad, envidia, triángulos amorosos y rencor también.
Las películas de hoy son metáforas de lo dicho: Rivales (2024), de L. Guadagnino; y La guerra de los sexos (2017), de J. Dayton y V. Faris.
RIVALES (2024). Comienza el filme con un partido entre Patrick Zweig (O'Connor) y Art Donaldson (Faist), observado atenta e intensamente por Tashi Duncan (Zendaya) desde las gradas. La tensión es palpable, lo cual da a entender una historia compartida que la película pronto va a revelar yendo hacia atrás en el tiempo. Unos hechos que se remontan a los años de juventud del este trío.
Esta cinta pretende utilizar el deporte como metáfora de la dinámica interpersonal y romántica de los personajes, aunque acierta sólo a medias.
Art y Patrick son grandes amigos y tenistas desde la adolescencia y verán su vínculo a prueba, no solo por su naturaleza competitiva, sino de manera particular por su recíproco afecto por la guapa Tashi.
En del comienzo ella es una formidable jugadora de tenis, lo cual provoca admiración e incluso intimida a Patrick y a Art, que aún están por debajo. La chica habla con ellos de su dedicación al deporte, mezcla de humor y desaire, a la vez que rechaza sus pretensiones afectuosas.
El cuento se intensifica cuando los amigos persuaden a Tashi para que vaya con ellos a su habitación del hotel. Ella, con ciertos juegos sensuales viene a concluir que la amistad del dúo es un “romance de varones”.
Con el tiempo, Tashi mantendrá una relación con Patrick durante el período universitario, pero hay un momento crítico en el que ella sufre una lesión y es Art quien está a su lado como firme apoyo. Este incidente afecta al trío, alterando el curso de la amistad entre ellos. Asoman las complicaciones del amor, la lealtad y las aspiraciones en sus vidas adultas.
Tashi, que ha visto truncada su carrera por la lesión, se convierte en entrenadora de quien acaba siendo su marido, ceño constantemente fruncido detrás de la estancada carrera tenística de Art, un jugador inseguro a quien convierte en campeón de varios torneos.
Pero Art encadena un rosario de derrotas. En esas, Tashi le inscribe en un importante torneo, en el cual se reencontrará con su antiguo amigo y exnovio de Tashi, Patrick, rival en lo deportivo y en lo amoroso.
Luca Guadagnino nos obsequia con esta película de smashes, dejadas, saques, passing-shots, drives y voleas, muchas voleas y peloteos, tanto en la cancha, como de candentes emociones humanas y conflictos amorosos oscuros y soterrados. Es un trabajo filmográfico falto de seguridad a la hora de mantener la tensión de la película.
En el reparto, una Zendaya arrolladora de largas piernas y voluptuosos labios hace un gran papel de fuerza y ??sofisticación; Tashi queda es alguien que controla las vidas de Art y Patrick, una mujer seductora y manipuladora. Curioso resulta que sabemos lo que sienten por ella los chicos, pero no lo que ella siente por ellos.
Josh O'Connor y Mike Faist tienen una química por encima de la mera rivalidad. Además, se sugiere una relación más profunda de sus personajes, que roza lo carnal, moldeado ello por años de amistad, masturbaciones compartidas y competencia deportiva.
Faist, gana como jugador, aunque es un ser manso y dubitativo. Mientras que O'Connor es atrevido y encantador.
La música de Trent Reznor y Atticus Ross, con sus elementos de tecno pop de los 80, resulta acorde con la película.
La película pretende explorar el complejo mundo del amor, la amistad y la competencia mirando la cosa a través del cristal del tenis, un deporte que es un ejercicio de fuerza, pero también intenso, fino y muy psicológico.
Hay destellos que refieren el paralelismo entre las estrategias del tenis y las maniobras de los personajes en el amor y en la vida. Se muestra la naturaleza de los afectos sujeta a causas imprevistas de ida y vuelta, como las bolas en un partido.
En el relato hay bastantes idas y vueltas en el tiempo, flashbacks que nos muestran los orígenes de las relaciones de los protagonistas. Estos frecuentes saltos en el tiempo ralentizan el impulso del relato. Un enfoque así, no lineal, necesita de un manejo más diestro y preciso para mantener un flujo constante. A Guadagnino le falta ese magisterio.
El peloteo melodramático que pretende el filme deviene volea fallida en el guion de un dramaturgo y novelista joven, Justin Kuritzkes, que vertebra una película errada en sus principales lineamientos, pues no da la talla ni como romance, ni como triángulo amoroso, ni como drama deportivo de los buenos.
Más extenso en revista ENCADENADOS.
LA BATALLA DE LOS SEXOS (2017). La película está basada en un hecho real que luego se ha repetido y que nos hace repensar el fenómeno del deporte femenino, cuán poco valorado está comparado con el del hombre aún hoy día.
Robert Larrimore "Bobby" Riggs (1918-1995) fue un tenista norteamericano de éxito durante los años de la Segunda Guerra Mundial, campeón de Winblendom y muy conocido igualmente por sus duelos ante tenistas mujeres cuando ya superaba los 55 años. Riggs se enfrentó por vez primera ante la tenista australiana Margaret Court, en 1973, y ganó con facilidad. Este primer partido se jugó el Día de la Madre y la prensa lo calificó como: “Mother's Day Massacre”.
Pero el encuentro más famoso fue el que jugó el 21 de septiembre de 1973 ante la norteamericana Billie Jean King (1943), ganadora de cinco torneos de Wimblendon, en lo que se llamó la "Batalla de los sexos".
Este duelo tenístico atrajo 30.000 espectadores a la cancha y en la TV lo vieron más de 50 millones de telespectadores. Deportivamente hablando fue mediocre, pero se convirtió en una especie de referéndum sobre la legitimidad e igualdad en cuanto al cobro dinerario de las mujeres deportistas; y esta polémica se extendió a sus derechos sociales.
La película es, conociendo imágenes de la época, muy verosímil a lo que ocurrió. Incluso los protagonistas y los actores que los encarnan en el filme tienen una notable caracterización y parecido. Cuenta muy bien cómo fue aquella rivalidad entre Bobby Riggs (Carell), individuo chistoso, extenista profesional cincuentero, y la contestataria Billie Jean King (Stone), carismática jugadora de 29 años y mujer comprometida con las ideas feministas.
En ese legendario partido se dirimieron asuntos diversos: la brecha salarial hombres-mujeres, y demostrar que una mujer podría derrotar a un profesional masculino. Este duelo afectaba al rol de la mujer en la sociedad. Pero también reveló las inclinaciones sexuales.
Los directores Jonathan Dayton y Valerie Faris, han llevado a cabo una unión comedia-drama de un evento que tiene su complejidad, siendo fieles ambos realizadores a ese estilo propio tendente a divertir y a la vez contravenir las normas.
Bobby Riggs es un bocazas, insoportable y a la vez simpático; y la King con su combatividad y su prohibido romance lésbico. Pero la historia acaba destacando de Billie su bonita historia de amor. Es de recordar la escena que Billie-Stone comparte con Andrea Riseborough en la peluquería, que dibuja el enamoramiento que unió a ambas mujeres.
También, Billie, el funesto y tragicómico Riggs, no es meramente un payaso machista, sino la cara del verdadero poder androcéntrico del momento, o sea, la fachada de quienes defendían la desigualdad de géneros en lo deportivo y en general.
El guion de Simon Beaufoy, inspirado en los hechos reales y la singularidad de los protagonistas resulta ser un libreto escrito de manera inteligente para mostrar a los personajes sin juzgar. Para ello se utiliza el camino más sencillo: caer bien al espectador y aderezar la trama con pizcas de comedia, drama romance, homosexualidad o denuncia social.
El reparto corre a cargo de dos excelentes intérpretes. Una Emma Stone transfigurada en la Billie King original, morena, con gafas, en un trabajo lleno de matices. Y Steve Carell, como Riggs, su actuación de ludópata machista y cara dura está muy bien llevada, tanto que incluso llega resultar divertido y simpático a pesar de sus groserías. Acompañando la encantadora Andrea Riseborough, la amante peluquera de Billie.
Los productores y realizadores acertaron al recrear la época empleando con rigor detalles del periodo y trabajo de cámara para examinar el punto crítico, el momento cuando el equilibrio de poder entre hombres y mujeres, la corriente dominante y las marginadas, comenzó a cambiar.
Así fue en aquel 1973 cuando el árbitro proclamó por los altavoces: “juego, set y partido”. En ese punto surgió algo nuevo que definitivamente unió el deporte con la política y el cambio social.