Mi infancia cofrade va ligada a determinados lugares, y cuanto más tiempo pasa, más me acuerdo de aquella ya lejana infancia. A mi mente me viene el recuerdo de no poder salir en el Dolor, la hermandad que siempre fue la que tengo unida a mi padre y Ella, porque siempre y será la Hermandad de Ella, y que por aquel entonces no dejaba salir a niños.
Mi padre, por ello, nos dejó al cargo de la Hermandad de Barrabas y Martillo. Por ello mis primeros recuerdos me vincularán siempre a la Aurora, dejándome huérfano de recuerdos, el no poder ver su recogida… ¿hasta cuándo?, he aprendido que a veces los tiempos son eternos y hay cosas que pueden que o vea regresar.
Salto a mi otro encuentro con aquel patio, un patio que bullía de actividad en tiempos de cuaresma, un patio que jamás volverá a ser como antes, ya se acabó aquello de pedir martillo o alambre a los del otro cuarto, se acabaron aquellas noches interminables sentados en sus acogedores y fríos bancos, se acabaron los botellines, y Juan, Prudencio… y tantos y tantos otros.
Me aferré a los lunes de papeletas. Me aferré a ver, desde la secretaría del Dolor en Palacios las puertas abiertas del Hospital, entonces casi activo. Pero el tiempo también me robó ese recuerdo entrañable.
Todo evoluciona, todo cambia, todo pasa, y poco a poco, nos damos cuenta de que en nuestro corazón todo sigue igual. Mi mente y mi corazón se seguirán emocionando cuando vea a Barrabas y Martillo, pues fue la primera vez que un antifaz ocultó mi cara, y me seguiré negando a olvidar.
Mis ojos volverán a recordar al pasar por Postigo o San Sebastián los primeros botellines de cuaresma en aquel patio. Y al bajar por Palacios o cruzar por Micaela, a mis manos se aferrarán aquellas papeletas de sitio, la voz de Pepe Alonso y el Cristo de los Afligidos sin la parte de arriba de la Cruz.