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Scherfig lleva nos obsequia con la interesante película La contadora de películas, basada en la novela de igual título del escritor y poeta chileno autodidacta Hernán Rivera Letelier. Un texto dramático y en ocasiones con su vis cómica, con prolijas cargas éticas y emocionales cuya traslación a la gran pantalla ha gustado a público y crítica y de la cual hablo hoy.

Y en estos días otoñales hemos tenido otra primicia, esta vez de la mano de I. Coixet quien, junto a Laura Ferrero, ha adaptado fidedignamente, en un libreto bien hilado, la exitosa novela homónima de Sara Mesa de 2020: Un amor., una interesante obra sobre el deseo femenino.

LA CONTADORA DE PELÍCULAS (2023). Estamos a mediados del pasado siglo, desierto de Atacama, Chile. María Magnolia es una mujer hermosa que transmite a su hija María Margarita, su pasión por el arte, entre otras por el cine. María M., ya mayorcita, ante la dificultad de bastantes de sus convecinos para pagar la entrada del cine, se convierte para ellos en la contadora de las películas que ella ve en la gran pantalla.

La obra se solapa en el tiempo con la creación «de todos los movimientos sociales» en el país andino, una época que precedió la llegada de Salvador Allende al poder, lo cual cercenó el golpe militar de Augusto Pinochet en septiembre de 1973.

Está dirigida más que mejor y de forma minuciosa, gran puesta en escena y rigiendo en el capítulo actoral, por una realizadora danesa llamada Lone Scherfig (que fuera partícipe del movimiento Dogma). El libreto está muy trabajado por diferentes autoras que adaptan la novela de Hernán Rivera. Un texto dramático y a veces cómico, con cargas éticas y emocionales.

Tiene la cinta una elegante música de Fernando Velázquez y una admirable fotografía de Daniel Aranyó que sabe aprehender el paisaje del desierto chileno y los rostros curtidos de sus habitantes.

Sensacional reparto con figuras como Berénice Bejo (la madre con espíritu de artista), Antonio de la Torre (parco y sólido, como el padre), Daniel Brühl (gerente europeo de la explotación salinera), Sara Becquer y Alodra Valenzuela (ambas como María Margarita en edades diferentes, la cuenta-películas: sensacionales), y otros. Todos en un gran nivel.

Podemos ver una vida típicamente chilena, muy de Atacama, esa zona de salitre que fue combativa en los años sesenta y más, y que devino zona abandonada finalmente. La historia de una familia de mineros que se ilumina cuando María Margarita se convierte en una contadora de películas. Ella tiene el don de contar las películas.

Van saliendo a lo largo del metraje, un listado de películas, con sus reconocibles secuencias, una selección donde hay westerns dramáticos, películas psicológicas, sensuales o grandes producciones cuidadosamente seleccionadas como El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford; Días de vino y rosas, de Blake Edwards; El apartamento, de Billy Wilder; De aquí a la eternidad, de Fred Zinnemann; Los diez mandamientos, de Cecil B. DeMille; o Espartaco y Senderos de gloria de Stanley Kubrick, y alguna más. Iconos de la pantalla.

Esta película de la Scherfig señala claramente a lo que ella y muchos imaginamos y creemos que es el poder del cine para cambiar la vida, el cine como medio para enseñar a vivir, a ser felices, diría que a resistir.

Una hermosa mirada a la vez que conmovedora sobre la capacidad del cine para unir a una comunidad y por extensión, para unir a los espectadores que aún continuamos asistiendo a las salas de proyección. El cine como sanador, con capacidad para suturar corazones dolientes.

Y un conglomerado de personajes muy interesantes, una madre con vocación artística, padre breve y roto por una explosión casi buscada, hijos muy unidos, y cosas que no se dicen entre los personajes, pero cuyas no-palabras se entienden muy bien.

Una apología en defensa del lenguaje del cine, un lenguaje que los espectadores y amantes de la cosa, como María, hemos interiorizado. A veces también lo hemos transmitido contando pelis a sobrinos o a amigas o a hermanos; nuestros relatos sobre lo visto, que no es lo visto, pero que se le aproxima, contenidos de ilusión, de ganas o de firmeza.

En suma, la simplicidad y un realismo que más que realismo es «realismo imperfecto» hacen de esta obra un semillero que de seguro habrá de florecer en inesperados e imposibles jardines, como imposibles fueron los desiertos salados de esta historia.

Publicado más extenso en revista de cine ENCADENADOS.

 

UN AMOR (2023). Con una sólida estructura emocional en el relato, vemos el traslado de Nat al pueblo de La Escapada, zona rural en absoluto idílica, a la sombra de una enorme punta de roca y permanentemente bajo nubes.

La fragilidad de la protagonista no encuentra en ese lugar ayuda ni sostén. La casa que ha arrendado está ruinosa y el casero es un hombre autoritario, hosco, mal encarado y especialista en pequeñas pero constantes agresiones. La relación e intercambios con Nat son de terror, difíciles de contemplar, con un clima amenazador que impregna esas escenas y otras.

El tal casero le regala un perro callejero al que pone de nombre Sieso, curioso nombre que en Andalucía se puede traducir como «malaje». En vano la muchacha intenta entrenar al animal, pero sí se encariña mucho de él y el perro y la casa acaban por ser parte de la protagonista.

Hay otros miembros en la comunidad como Piter (Silva), un «artesano del vidrio y la luz» y aficionado a la poesía; el «feliz matrimonio» compuesto por la joven Lara (García-Jonsson) y Carlos (Carril), urbanitas que viajan de la ciudad al pueblo los fines de semana para hacer barbacoas. Un hombre con su mujer demenciada que pedirá ayuda a la protagonista.

La razón de la protagonista es dejar atrás su pasado como traductora para una ONG. Pero en ese lugar establece con los habitantes una relación, mezcla de hostilidad y paternalismo, donde la cosifican, la humillan, a veces la invitan y agasajan, todo bajo unas apariencias donde late la incomprensión y la desconfianza: «pueblo pequeño, infierno grande».

Entre los parroquianos hay un trabajador de nombre Andreas (Keuchkerian), hombre solitario y taciturno de origen armenio al que conocen como «El Alemán». En un punto, este le declara a Nat que le «gustaría entrar en ella» a cambio de realizar reparaciones en el tejado de su casa. Esta, sorprendida, se niega.

Pero impulsada por su soledad, Nat aparece en la puerta El Alemán cambiando de opinión. Finalmente, el consentimiento sexual abrirá la caja de Pandora en el corazón de una mujer en huida constante de sí misma y sin saber bien dónde se mete.

Este raro y confuso encuentro deriva en una pasión intensa, obsesiva y desbordante que envuelve a la chica por completo y la llevará a dudar y a cuestionarse el tipo de mujer que cree ser. Además, es justo esta propuesta sexual el gran disparador de la historia, lo que deja al espectador un tanto perplejo y a la protagonista rota.

Uno de los puntos fuertes del filme son las escenas de sexo rodadas con franqueza, audacia y con la fuerza y la potencia que podemos ver. Y contar con la complicidad y la entrega física y emocional de dos actores sensacionales: Costa y Keuchkerian.

La joven Nat piensa, siente y se debate en el mismo centro de una historia de amor-enamoramiento impensable poco antes para ella, que la sobrepasa. Hacer sexo incluso de manera pretendidamente terapéutica y al poco aborrecer cada momento de ese acto carnal hasta que, de golpe, hay un giro y el asco se vuelve pasión. Todo un ejemplo de la representación del deseo femenino.

Es una película penetrante e inquietante. La crudeza y el aire sencillo del filme lo señalan como un intento de Coixet de volver a los fundamentos emocionales del ser humano, lo cual se le da muy bien.

Coixet sabe aprehender relaciones extremas inusuales y descubrir verdades ocultas. Esta cinta no defrauda en tal sentido. Nat, sin percatarse, se ha metido en una situación difícil de asumir para sus valores supuestamente civilizados. Pero ahora está obligada a afrontar el deseo, el sexo e incluso cierto enamoramiento carnal, por vez primera en su vida.

Una película directa en su relato, sin florituras ni artilugios estilísticos; apenas el recuerdo ocasional del pasado de Nat traduciendo para una refugiada africana rompe este impulso.

Laia Costa hace un excelente trabajo, como para llevar de la mano al espectador través de varios movimientos autodestructivos y emocionalmente complejos. Hovik Keuchkerian tiene una magnífica presencia en la pantalla, pero lo que importa es la mucha química entre ambos. Acompañan artistas de nivel como Luis Bermejo, Ingrid García Jonsson y Francesco Carril. Y escenas poco iluminadas, tonos sombríos, con la singular fotografía de Bet Rourich.

Cinta contada con rigor y penetrante interés humano. Su sencillo título desmiente una panoplia de matices detrás de la idea del amor y de cómo éste nutre, nos construye o nos destruye.

Puede no ser mayormente agradable para el espectador medio, pues la mirada de la perspectiva de género es compleja y su análisis del sexo como moneda social de cambio es franco y turbador.

En esta empresa de adaptar una novela exitosa al cine, la Coixet sale airosa y con nota. Consigue, dentro ese naturalismo que el relato demanda, encajar momentos de mucha fuerza, pasajes de inquietud y partes de poesía muy interesantes.

Publicado más extenso en revista de cine ENCADENADOS.