Provengo de una zona en donde el frío es habitual, y el clima de esta ciudad me sigue pareciendo benigno y agradable. Eso no quiere decir que no maldiga el calor excesivo o el frío excesivo, ya que ni las casas están preparadas para el frescor ni para el calor que debe darse en invierno.
He visitado a amigos con casas antiguas, restauradas, y en ellas, en verano se nota el frescor de los muros, y en invierno el calor se mantiene. Las casas nuevas no conservan ese particular clima.
Aún así, a mí que no me gusta el verano, el calor ni la playa, va llegando un clima ideal. Me gusta abrigarme, pasear sintiendo el frío en la cara. Me gusta la playa, sin nadie, escuchando el mar de fondo y notar los rayos de sol tratando de calentarme. Disfruto con esos largos paseos en cualquier playa, sintiendo la humedad, agradeciendo los calcetines de lana y las botas y dejando que la orilla se me haga placentera.
Supongo que cada cual tendrá sus gustos, y es extraño que viva en una ciudad veraniega, y que sin embargo, me encuentre más reconfortado cuando llega el invierno. Muchos pensarán que se trata de un error, y que para la playa está el verano, que el sol está para disfrutarlo, pero para mi gusto, el sol de invierno, es mucho más agradable y acogedor.
Quizás sea también una de las razones de que ahora viva aquí, el bullicio del verano me disgusta, pero lo disfruto, el frescor del invierno, me reconforta, el otoño me acoge y la primavera me causa alegría.
Ahora que ya puedo opinar de esta ciudad en toda su extensión, comparado todas las estaciones, sin ningún género de dudas, me identifico más con el invierno y el otoño, disfruto más de su costa, de sus paseos entre los pinos, sintiendo esa humedad verde y olorosa. Y, sobre todo, porque no, prefiero la ropa de invierno, llevar el cuello cubierto, sombreo o gorra, y disfrutar de los paseos sin sudar.
Ya llevo más de un año ininterrumpido en la ciudad y creo que ya, entre la edad y gozo, quizás nunca la abandone, al menos por voluntad propia.