Los meses de otoño siempre me parecieron aburridos, no hace ni frío ni calor, o hace mucho calor, o noches frescas.

Siempre me pareció la estación más olvidada, preludio de las fiestas de invierno, eran como los meses de espera para la gran fiesta. Pero entonces llegué a El Puerto, a mi nueva ciudad, y aprendí que pasear por la playa era agradable, sobre todo para quienes no gustamos de los bañadores y de las cremas.

Comencé a disfrutar de largos paseos por La Puntilla, la playa a la que puedo llegar andando, dando un paseo junto al río. El otoño, asociado al marrón, al bosque, a las hojas caídas, me acercó a la playa, a las olas, al mar.



Al final me acostumbré a sentirme cómodo en los meses de otoño, a disfrutar del clima extraño de estas tierras, a la tibieza de una estación que me hacía descansar. Quizás sea en estos días cuando comprendo la grandeza de esta ciudad, sin turista que todo lo colapsan, sin el sofocante calor de los meses pasados, pero con un sol agradable que todo lo envuelve.

Hoy me siento en una de las dunas que ocupan la playa, miro a mi alrededor y respiro, y la paz que me transmite el paisaje me refuerza mi idea de hacer esta mi tierra para siempre. A veces siento nostalgia de aquellos que dejé en Italia, muchos ya se marcharon, y los que quedan se que de vez en cuando vendrán a verme, igual que yo iré, pero de visita a mi otra tierra.

Miro a mi alrededor y comprendo que en la vida, llega un momento que solo te necesitas a ti mismo y eres tú el que decides donde encuentras la paz, y yo, con pleno conocimiento, cada día estoy más seguro que la encuentro aquí. A veces me duele sentirme un extraño en aquella tierra que dejé, me duele sentirme mejor aquí que allí, pero todos somos extraños.

Me levanto y sacudo la arena de mis pantalones, me acero a la orilla, y al dejar mis pies en ella, y sentir las olas, cierro los ojos, y doy las gracias por haber encontrado mi paraíso.