La vida no deja de ser un sueño o, al menos, así la vivimos la mayoría de los mortales. Los cuentos pueden ser chinos, pero, a veces, se parecen más a los de las mil y una noches.
Actualmente la vida que llevamos no sé si compararla más a un cuento chino o a los vividos en el lejano oriente. De todos modos, no por ser de un lugar u otro, dejan de ser cuentos.
Aun así, como ya ocurriera en aquellos tiempos de fantasía y fábula, nos encontramos con situaciones tan rocambolescas e inusuales, que más parecen cuento que realidad.
Hemos desechado costumbres, que no por serlo pudieran ser buenas o malas, pero eran costumbres. Los hábitos de vida han cambiado, y lo que ayer nos parecía de lo más normal, hoy se ve como la mayor de las infamias.
El velo del decoro es tan fino que todo ofende, y el empleo de la palabra o la libertad de expresión se matiza con un filtro de falsa moralidad que da miedo, miedo hasta de decir lo que se piensa. Aquellos cuentos, aquellas novelas que nos parecían irreales cobran vida, y el miedo a vivir nos calla la boca para no ofender. Quien sabe a dónde llegaremos algún día, pero de momento, estamos en la España de Aladino, donde los genios sin lámpara roban a los cuarenta ladrones para salir volando en alfombras mágicas. Marco Polo recorre la china misteriosa y lo que creíamos especias se queda en pasta carbonara.
Al final, la vida seguirá girando, pero hasta dónde, porque al paso que vamos unos imponen su moral y otros nos tenemos que conformar con callarnos para no ofender. País de chiste y pandereta donde los que se llenan la boca con palabras como libertad contándonos cuentos de luchas irreales, luchan ahora para imponernos formas que dejan en pañales a las advertencias de los curas de aquellos años cuarenta.
Un país en donde por nuestro bien acabaremos por no poder ni caminar por la calle para o gastarla. Realmente no sé dónde llegaremos, pero si sé que esto se parece más a un cuento de terror que a la vida real que conocí cuando ya tenía conciencia.