Tiene mérito, y del grande, atreverse a montar el Libro de buen amor en plena época del metaverso y cuando lo medieval no es ya sino el decorado idealizado para muchos videojuegos o la  inspiración de series interminables de gran éxito en las plataformas.

Por eso se quita uno el sombrero cuando un grupo teatral se embarca en  el proyecto de versionar, sin más licencias que las necesarias, una obra de hace casi setecientos años, poliédrica, imaginativa, redonda en tantos aspectos y actual en muchos de sus mensajes, como buen clásico que es esta pretendida autobiografía de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita.



Como ya nadie discute que la buena literatura es también inmejorable fuente histórica, nada mejor que empaparse de esta joya para viajar hasta el Toledo del lejanísimo Medievo y acercarnos a lo que pudo ser ese curioso guirigay de culturas y costumbres, anhelos y usos amorosos. Y es precisamente la compañía extremeña Guirigay quien ocupó el pasado sábado, 26 de agosto, las tablas del colegio de San Luis Gonzaga, que ciertamente se les quedaron pequeñas, ya que la puesta en escena transcurrió prácticamente por el patio entero, en un guiño cómplice a la nunca suficientemente reconocida labor comunicadora de los juglares, por más que sea otro mester el de la obra del Arcipreste.

Es casi imposible trasladar la riqueza de la obra de Juan Ruiz a apenas dos horas de representación, pero esta versión de Agustín Iglesias logra que el público disfrute de un más que surtido crisol de temas y formas gracias a una nómina de actores  experimentados y solventes -que se desdoblan con atlética agilidad-, una escenografía funcional, pero hermosa de ver al mismo tiempo, un cuidado vestuario de época y el acompañamiento musical que pone la banda sonora a un fresco del siglo XIV que ha sabido dar con las claves escénicas que hacen posible mantener despierta la atención de un auditorio atento y agradecido a este más que aceptable trabajo en desusado alejandrino. Se suceden con habilidad los más conocidos episodios del Libro del buen amor, los de los apuntes de nuestros años escolares: la historia de los amantes perezosos, la de Pitas Payas, los amores de don Melón y doña Endrina, y, cómo no, el eterno combate entre don Carnal y doña Cuaresma.

La representación cerró el XXXII Festival de Comedias, que alcanza ya veteranía de evento cultural imprescindible y se convierte en una de las citas más prestigiosas del teatro de comedias de nuestro país. Fuerte ovación a la programación de esta edición, con su apuesta por el teatro de texto y su mirada a los clásicos. Un público, que en casi ninguna obra ha llenado, ¡ay!, el aforo, ha vuelvo con agradecida nostalgia a los orígenes al aire libre del patio de los jesuitas: la intemperie y el verano sin techo le sientan bien al viejo oficio de la farándula. Tiempo de recoger trastos y de esperar lo que nos traiga el otoño en el Pedro Muñoz Seca. Telón.