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Tanto Kubrick como Nolan nos han lanzado su bomba atómica desde la pantalla, para que explote en nuestra cara en forma de aviso. Con perspectiva histórica, o dramática, o satírica. A ver si de esta forma nos ponemos a “pensar” en las consecuencias letales de las armas nucleares. Con mensaje claramente: antimilitarista, antibelicista y antinuclear.

Comento a propósito las grandes películas: Oppenheimmer (2023), de C. Nolan; y de A. Kurosawa: Rapsodia en Agosto (1991) y ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964)

OPPENHEIMER (2023). “Prometeo robó el fuego y se lo entregó a los hombres. Pero cuando Zeus se enteró, ordenó a Hefesto que clavara el cuerpo de Prometeo al monte Cáucaso. Allí pasó muchos años, encadenado”. (Apolodoro).

La creación de la bomba atómica es tal vez el acto prometeico más colosal de nuestra civilización fáustica. El hombre logró entrar en la intimidad del átomo, una de las partículas elementares de la materia, y extraer de ese acto un poder destructivo de alcances insospechados. 

La cita de Apolodoro, de hace más de dos milenios, es premonitoria de la vida del físico nuclear J. R. Oppenheimer cuya biografía, “El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, Prometeo americano”, escrita por Kai Bird y Martin Sherwin, inspiró esta película.

Brillante película de Christopher Nolan sobre el padre de la bomba atómica, el físico estadounidense Julius Robert Oppenheimer (Murphy), quien al frente del proyecto Manhattan lideró los ensayos nucleares.

Muy afectado por el poder destructivo del artefacto, Oppenheimer se debatió personal y moralmente por las consecuencias de su creación. Ya desde entonces se opondría al uso de armas de destrucción masiva.

Gran dirección y guion de Nolan basado en la biografía del brillante físico protagonista, que cuenta con un reparto brillante donde destaca Cillian Murphy (un brillante trabajo encarnando a un Oppenheimer con todas sus contradicciones a cuestas), Emily Blunt (muy bien como su esposa), Robert Downey Jr. (perfecto como el villano Staruss ), Matt Damon (general del Cuerpo de Ingenieros del Ejército USA), Florence Plugh (excelente como psiquiatra inestable), Jason Clarke (juez y abogado de la Corte americana), Tom Conti (Albert Einstein), Jos Hartnett (premio Nobel de Física), y otros como Rami Malek, Alden Ehrenreich, Gary Oldman, Casey Affleck o Ben Saidie.

Estos intérpretes hacen creíbles a sus personajes. A lo que se une una música potente de Ludwig Göransson y una fotografía sensacional de Hoyte van Hoytema que encandila y atrae.

Todos estos recursos humanos y técnicos provocan el éxtasis y la fascinación de lo que podemos calificar de obra maestra, en la cual Nolan roza las estrellas con los dedos en un sugestivo y subyugante ejercicio de cine espectacular, íntimo y reflexivo.

Se trata de un tema árido para un filme grande que posee clima, personajes estudiados psicológicamente, diálogos inteligentes (tal vez algo excesivos) y una fuerza visual que deslumbra en algunos momentos.

 

Oppenheimer tenía 62 años cuando falleció, el hombre que había leído en Proust que “la indiferencia ante el sufrimiento que uno causa es una forma de crueldad terrible y permanente”. Quizá no cayó en la cuenta en vida, como dijera el maestro Quoelet en el Eclesiastés: “Donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia, acumula dolor” (Ecl. 1,18).

Él era muy consciente del padecer que había causado a muchos otros en su vida, pero no sucumbía ante su culpa. Aceptaba su responsabilidad, pues no hay poder sin responsabilidad, aseguraba. 

Thriller político inmersivo, una experiencia que hipnotiza al espectador. Nolan construye su obra más política y compleja, a la vez que puede ser comprendida fácilmente si uno no se obsesiona con la abundante presencia de personajes, datos o confabulaciones.

Es notable que entre tanta acción y golpes hollywoodienses de estreno, tengamos al fin un ejemplo de anti-blockbuster veraniego.

 

RAPSODIA EN AGOSTO (1991). Recuerdo del holocausto de Nagasaki, una joya del cine de Akiro Kurosawa que aborda el histórico y dramático episodio de nuestra Historia, cuando Harry Truman, presidente de EE. UU., lanzó dos bombas atómicas, una en Nagasaki, en 1945.

Kane es una abuela superviviente de esa bomba (una “hibakusha”), donde perdió a su esposo. En el filme, Kane recibe a sus dos hijos y sus mujeres, criados en el Japón de posguerra, a sus cuatro nietos y también a Nisei Clark (Gere) que se ha educado en América.

Esta maravillosa película es ante todo la historia de tres generaciones con la letal bomba de fondo. Los nietos de Kane han venido a estar con su abuela en su casa de campo en Kyushu, durante un verano.

En una visita a Nagasaki los niños pueden ver el drama que allí acabó con la vida de su abuelo, tomando conciencia de ello por primera vez en sus vidas. Esto concluye en un enorme respeto y admiración por su abuela, como superviviente y auténtica heroína.

La gran dirección y guion de Kurosawa, ahonda y reflexiona sobre la matanza nuclear, con la abuela como elemento protagonista. El lenguaje de la anciana es expuesto de manera casi silente, una mujer que con una amiga que la visita, arrodillada la una frente a la otra y sin mediar palabra, se dicen todo lo que querían compartir: “hay gente que guarda silencio mientras conversa” y “hay cosas que se pueden entender sin recurrir a las palabras”.

Se puede ver la escena aquí:

 

Excelente música de Shinichirô Ikebe y genial fotografía de Takao Saito y Masaharu Ueda. Se une a ello un gran reparto donde destacan Hisashi Igawa, Sachiko Murase y Richard Gere, que bordan sus respectivos roles.

Cinta teñida de melancolía sonde se trenza la tradición con la modernidad. Un país que parece haber tomado un camino hacia la occidentalización y que, a la vez, hace una negación del nefasto día en que Nagasaki explosionó.

Mediado todo por la firme memoria de una frágil anciana que sabe transmitir a sus nietos lo que aconteció y la historia de su familia. Una cinta antibelicista, esperanzada, con una fuerte carga de ternura. Minimalista y brillante obra de un director que ya es Historia en el cine contemporáneo.

Más extenso en revista de cine ENCADENADOS.

 

¿TELÉFONO ROJO? VOLAMOS HACIA MOSCÚ (1964). Sátira endiablada de Kubrick que se mete de lleno en la pugna de EE. UU. contra la URSS en la llamada “guerra fría”, que alcanzaba su cénit en los 60.

La trama se desarrolla en este contexto, moviéndose en unos límites cómicos y surrealistas. Se adentra en la posibilidad de la aniquilación de la humanidad como consecuencia de una guerra nuclear a gran escala.

El general estadounidense Ripper, un desequilibrado, está convencido de que los comunistas están impregnando con flúor el agua para contaminar los "preciosos fluidos corporales" de los estadounidenses. Entonces decide por su cuenta invadir la URSS en un ataque de locura paranoica, con una flota de aviones cargados con armamento atómico.

Lo que no sabe Ripper es que los soviéticos cuentan con un "Dispositivo del Fin del Mundo", el cual se activa de manera automática en caso de detectar un ataque atómico sobre su territorio.

El capitán Mandrake (Sellers), su ayudante, es un funcionario militar que participa en un "programa de intercambio" con la Fuerza Aérea estadounidense, y trata de impedir el bombardeo.

Paralelamente, en una reunión en la cumbre de Jefes de Estado Mayor, el Presidente de los EE. UU. Merkin Muffley (Sellers), en una actitud un estúpida y servil, se pone en contacto con el presidente ruso, a la sazón borracho de vodka, para transmitirle que se ha iniciado por error un ataque nuclear, pero que el tal ataque va a ser atajado.

Mientras, el asesor del Presidente americano, un científico ex-nazi en silla de ruedas llamado Strangelove (de nuevo Sellers), confirma la existencia del Dispositivo del Fin del Mundo o Máquina del Juicio Final, capaz de acabar con la humanidad para siempre.

Ante el temor del devastador de dispositivo soviético, el Dr. Strangelove recomienda al presidente norteamericano Muffley que un grupo de humanos se oculte en un profundo pozo donde no llegue la radiactividad, para poder repoblar la Tierra.

En este punto, el Dr. Strangelove se levanta de su silla de ruedas y cuando cae en la cuenta de que puede caminar, grita "¡Mein Führer, puedo caminar!", a un segundo de que las bombas del juicio final empiecen a detonar, concluyendo con en el fin de la humanidad.

Demoledora sátira contra la guerra fría en la que Kubrick despliega todo su genio entremezclando el humor, el drama, la tragedia, la crítica cáustica y un dominio de la técnica cinematográfica a todo nivel en la realización de esta delirante odisea que une diversión y angustia.

El filme cuenta una realidad posible y por eso genera angustia, a pesar de su loca trama y de los propios personajes. Esto ha estado a punto de ocurrir varias veces en nuestra reciente historia (en la guerra árabe-judía del Yom Kippur, 1973; o en la crisis de los misiles en Cuba, 1962 con J. F. Kennedy en el poder). La idea pues no es peregrina ni mucho menos.

Excepcional dirección del maestro Kubrick y un gran guion del propio Kubrick y otros como Peter George (autor de la novela que inspira el libreto: “Red Alert”). Gran banda sonora de Laurie Johnson emulando el género western y una superlativa fotografía de Gilbert Taylor (B&N) que sabe captar a la perfección esta humorada negra y trágica a la vez.

El reparto es uno de sus valores firmes con un Peter Sellers superlativo en sus tres papeles de Capitán de aviación de la Royal Air Force, como el presidente de los Estados Unidos y como asesor ex-nazi del presidente. Sin olvidar unos actores sensacionales como George C. Scott, Sterling Hayden, Keenan Wynn o James Earl Jones, entre otros.

Esta película se estrenó en plena guerra fría, lo cual es muy meritorio, pues hace sátira de un tema muy sensible en aquellos entonces. Y lo hace al modo más surrealista y ácido posible, sin dejar títere con cabeza, desde los militares dementes, a un Presidente USA cretino y pusilánime.

Le siguen la diplomacia rusa con su afán de espionaje constante, el presidente ruso beodo; o el científico nazi afincado en Norteamérica. Todo un sainete con un reparto coral memorable y un mensaje ineludible para que nunca olvidemos el riesgo que denuncia el filme.