“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

Hay bastantes películas sobre aterrizajes forzosos. Algunas son de risa (Aterriza como puedas, 1980); otras dramáticas (El vuelo (Flight), 2012); políticas (Pánico en el concorde, 2000); y otras de acción y aventuras (Vuelo nocturno, 2005).

Hoy referiré dos de este subgénero: El piloto (2023), de J.F. Richet; y Sully (2016), de C. Eastwood.

EL PILOTO (2023). Al principio de la película, el piloto Brodie Torrance (Butler), telefonea a su hija adolescente (Hekking) en California, a quien espera visitar después del vuelo que se propone emprender: “Estaré allí a tiempo”, dice con un optimismo ingenuo.

Es Nochevieja y apenas una docena de pasajeros relativamente jóvenes donde se encuentra el enigmático Louis Gaspare (Colter), un hombre esposado, extraditado por un cargo de asesinato y escoltado por un agente del FBI.

Brodie, junto a su joven copiloto Dele (An) vuelan a través de una fuerte tormenta, cuando un rayo corta la energía eléctrica del avión y se ven obligados a realizar un aterrizaje de emergencia que finaliza bien milagrosamente.

El avión y los pasajeros ha aterrizado en la isla de Joló, una zona remota de Filipinas gobernada por milicias armadas. Torrance entiende pronto que sobrevivir a la caída del aparato es sólo el principio de una peliaguda aventura llena de peligros.

Nuestro capitán está obligado a proteger al pasaje de los terroristas. De esta guisa, se ve obligado a formar una alianza con Gaspare, quien resulta ser un antiguo miembro de la Legión Extranjera Francesa y conoce bien las tácticas de comando. Ambos salen a buscar ayuda o algún teléfono o radio para dar aviso del lugar donde han caído. Al regreso descubren que la milicia ya ha matado a dos de los pasajeros y capturado a los otros para pedir recompensas.

La compañía aeronáutica a través del ex agente de las Fuerzas Especiales (Goldwyn), contrata a un equipo de mercenarios veteranos para que realicen la misión de rescate. Estos mercenarios llegan casi a tiempo mientras Torrance y Gaspare se han puesto en marcha para salvar a los pasajeros.

Película de aventuras que cumple las habituales expectativas de este género: viaje en avión, caída del vuelo, supervivientes, nativos asesinos, golpes, disparos, acción, tensión y en general violencia bien dosificada.

Un vuelo a priori sin dificultades, rutinario, que impensadamente se tuerce, la mala fortuna, el azar, con accidente, villanos, armas y supervivencia. Esta es la esencia del libreto que adapta un relato del escritor británico Ch. Cumming, que resulta emocionante y de estructura narrativa sólida.

El director Jean-François Richet (del cual recuerdo satisfactoriamente El emperador de parís, 2018), se emplea con oficio y clase en contar una historia con un buen inventario de medios técnicos y un ritmo trepidante. Richet construye una historia de suspense, con secuencias de acción de una coherencia espacial que las hace genuinamente emocionantes.

Encabezando el reparto está Gerard Butler encarnando a Brodie, una actor bien plantado y experimentado en este tipo de personajes, que es principal para que la aventura salga a flote a base de sangre y fuego. Este veterano actor escocés tiene una presencia atractiva y carismática: llena pantalla. Otros actores importantes son Mike Colter, como Gaspare, un musculado actor que da la talla, nunca mejor dicho. Yoson An (el copiloto), un hombre inteligente pero menos temperamental. O Tony Gldwyn, el ex oficial de las Fuerzas Especiales que lidera el rescate.

Todos tienen su aportación y sin duda el espectador se solaza y divierte en una película pensada para ser vista y disfrutada en pantalla grande, pero sin más holgorios que la aventura, la emoción, excelentes especialistas y el oficio de Richet.

Película que es mejor de lo que parece. Un thriller ambientado en una remota isla selvática repleta de sicarios que es amena y se agradece como pasatiempo.

Más extenso en revista ENCADENADOS.

 

SULLY (2016). En su momento todos quedamos perplejos por el aterrizaje forzoso llevado a cabo por la hazaña del piloto Chesley Sullenberger. Una forma de heroísmo que le va muy bien al director Clint Eastwood, un hombre que elude la fama vacua y no entiende los trámites engorrosos.

En esta película Eastwood-Sully hace una oposición, artística y creativa, sobre el mundo de lo políticamente correcto. Eastwood ha declarado: «La época en la que yo crecí no se parece en nada a los tiempos de ahora. Antes, si pensabas en un héroe, imaginabas a alguien que había hecho algo extraordinario...

Sin embargo, en esta sociedad políticamente correcta, todo el mundo necesita irse a casa con un primer premio para no herir sus sentimientos. Regalan premios para todos. Nadie tiene la oportunidad de ser héroe de verdad, aunque sus acciones sean importantes. El mero término está sobreutilizado y resulta una sorpresa cuando alguien hace algo extra por los demás».

La película cuenta la historia del comandante Sullenberger, apodado Sully, piloto de aviación que, en una tarde de enero de 2009, consiguió posar el gigantesco Airbus 320 que pilotaba sobre las heladas aguas del río Hudson. Sully volaba desde el aeropuerto de La Guardia en Nueva York al de Charlotte en Carolina del Norte. Llevaba 155 pasajeros cuando una gran bandada de pájaros se le vino encima averiando irremisiblemente los dos motores del aparato.

A sus ochenta y seis años, Eastwood hizo de nuevo gala de sus dotes para narrar, deteniéndose en detalles sustanciales, la anatomía de un lapso de poco más de tres minutos. Los personajes de su filme son, a la vez que auténticos héroes, gente frágil que se sienten sudorosos ante las cámaras de TV cuando son entrevistados.

El relato discurre con una claridad enfebrecida, allí donde el director demuestra algo muy parecido a la maestría. O sea, Eastwood está imponente. Aunque esta no sea su mejor obra, Eastwood es ya un cineasta de culto.

El guion es fruto de la pluma de Todd Komarnicki, basado en la obra autobiográfica de 2009, «Highest Duty», de Chelsey Sullenberg y Jeffrey Zaslow, que recoge las memorias del piloto. El libreto, sólido, consigue trenzar lo real, lo virtual y lo «pesadillesco» de lo que le ocurrió y lo que le pudo haber pasado al comandante Sully; es decir, las dos versiones de lo que podía haber por estudios de simulación.

Se llega a poner en duda la figura del valiente Sully, que finalmente sale victorioso cuando alude en el interrogatorio al «factor humano» en su decisión de aterrizar en el Hudson versus la frialdad de los simulacros por ordenador que prácticamente se reducían a una especie de videojuego.

Muy buena la música de Christian Jacob y Tierney Sutton Band. Excelente fotografía de Tom Stern rodada casi en su totalidad con cámaras digitales IMAX. Muy bien por los efectos especiales y la puesta en escena.

En cuanto al reparto, Tom Hanks está sobresaliente y vuelve a demostrar esa genial pericia para colocarse justo en el lugar del que le observa; un actor pleno de recursos. Le secunda un Aaron Eckhart sobrio y ajustado en el rol del copiloto, que aporta momentos de alivio a la tensión dramática. Y acompañando un equipo de actores y actrices perfectos encabezados por Laura Linney (la nerviosa y amante esposa) a la que siguen Anna Gun, Autumn Reeser o Sam Huntington, entre otros. Todos ellos en una obra que reconstruye los hechos y funciona también como una penetrante radiografía de la duda.

La “duda” que se abate sobre el protagonista para dirimir si Sully es héroe o villano. Vemos enfrentados en una lucha desigual a los poderes políticos, empresariales, las aseguradoras, todo ello encarnado en las investigaciones que la NTSB (Junta Nacional de Seguridad del Transporte) llevó a cabo después del acuatizaje, enfrentados a un modesto piloto juzgado tras su acción heroica.

Eastwood sigue siendo para algunos un cineasta de derechas, pero la forma en que trata la historia reciente invalida esta reduccionista consideración. En esencia, en Eastwood está la imago del héroe anónimo, y cierto desencanto hacia los tiempos modernos que buscan crear leyendas para destruirlas.

El sencillo hombre contra el sistema y los poderes mediáticos que se le echan encima con la furia de un tifón; cómo intentan destruir a ese héroe nacional, sobre el cual y posteriormente, se desencadenó un drama que afectó a su reputación. Sullenberger tuvo que hacer frente a infinidad de entrevistas y juicios para esclarecer lo ocurrido, lo cual marcó su vida personal y profesional.

Eastwood aborda una historia de 208 segundos tremendos y lo hace de manera precisa, compleja y a la vez equilibrada. La de Sully, es el encuentro entre el héroe cabal y sencillo que asume riesgos y salva a sus pasajeros, armado con su saber hacer y con su instinto; y cómo la ley de la ciencia, la informática, los cálculos matemáticos, pretenden acusarlo de imprudencia.

Los oficiales de la aeronáutica norteamericana y los leguleyos pretendiendo hacer astillas de un árbol al quieren hacer caer. Hay grandeza en la sencillez con la que se soluciona ese duelo, una película redonda sin el menor relleno, sólida y ejemplar.

Eastwood explica el suceso así: «Sully Burger hizo un trabajo fabuloso al aterrizar el avión en el río Hudson, salvó la vida a los 155 pasajeros que llevaba. Los oficiales de la Sociedad de Transporte Nacional le acosaron hasta generarle dudas, hasta que demostró que había tomado la decisión correcta. Como realizador buscaba el drama, más allá de su maravilloso aterrizaje, su vida familiar. Su relación con sus compañeros y su actitud me ayudaron a contar esta historia que, personalmente, considero fascinante».

Los héroes de Eastwood son personas comunes que un día son capaces de convertirse en líderes, sencillamente porque la gente los necesita. «Llevo muchos años haciendo películas sobre héroes con actores heroicos. En este caso, la aviación y mi fascinación por el tema tuvieron una gran influencia en mí. Creo que me gusta explorar a los héroes que hacen cosas por los demás. Son hombres que me obligan a cuestionarme, a preguntarme si sería capaz de hacer lo que ellos han hecho. Cuando alguien piensa en los demás antes que en sí mismo, arriesgando su propia vida, despierta mi admiración», afirma Eastwood.

«En este filme hemos hecho cada uno de nosotros lo que debíamos hacer, igual que Sully. He retratado la historia con veracidad (…) Soy un tipo muy normal, me gusta trabajar, es algo que disfruto».