Desde la perspectiva psicoanalítica y antropológica es conocida la obra de Sigmund Freud: “Tótem y tabú”, 1913, un brillante ensayo en el cual se habla de una “horda primera”, nuestros ancestros primitivos, en la cual los hijos se rebelaron contra el “padre primordial”, que tenía la fuerza, el poder y la exclusividad de copular con las hembras.
Los hijos mataron al padre (“crimen primordial”), comieron su carne para asumir sus atributos (antropofagia-internalización del padre y de su autoridad) y mantuvieron relaciones con las hembras (endogamia).
Con el transcurrir del tiempo esta acción devino culpa para los hijos por lo que hicieron y el advenimiento de tres tabúes que son pilares de nuestra civilización: el tabú del crimen, del incesto y el tabú de la antropofagia.
Hoy toca la antropofagia. Películas que hacen del canibalismo el eje de sus argumentos, un tabú respetado por toda persona civilizada. Hay películas sobre el tema como: El silencio de los corderos (1991); Delicatessen (1991); ¡Viven! (1993); Ravenous (1999); Frontière (s) (2007), etc.
El canibalismo, considerado como uno de los más arraigados y poderosos tabúes culturales, funciona en el cine como un subterfugio o pretexto argumental para hacer críticas o reflexiones paralelas, o meramente para provocar terror.
El historiador y crítico de cine Antonio José Navarro, en su obra El imperio del miedo: El cine de horror norteamericano post 11-M (2016) escribe: “Me di cuenta de que el tema del canibalismo era muy recurrente en el cine de terror estadounidense de los setenta en adelante y que, en la época que yo abarcaba en ese libro, volvía a aparecer”.
En fin, siempre parece que tenemos que ennoblecer el cine, pero el cine sobre canibalismo, más allá del repudio, cuando se ahonda, se observa que esta temática tiene otras finalidades como la crítica social, la crítica política, de valores o sencillamente provocar espanto.
Hablaré hoy de: Hasta los huesos: Bones and All (2022), de L. Guadagnino; y Soylent Green (1973), de R. Fleischer.
HASTA LOS HUESOS: BONES AND ALL (2022). Película cruda y mundos psíquicos recónditos en esta producción dirigida por Luca Guadagnino. Es adaptación al cine de la novela romántica adolescente de Camille DeAngelis, “Bones y All”, que habla de humanos caníbales. El relato se centra en dos adolescentes en Virginia (EE.UU.), años ’80.
Cuando la muchacha Maren Yearly (Russell) es invitada a una inocente fiesta, en un momento del juego, muerde imprevistamente el dedo a una amiguita cortándolo (se oye el crujido del hueso al partirse). Vuelve a casa y con su padre huyen a Maryland, para quitarse de en medio.
El padre, desesperado, en el decimoctavo cumpleaños de Maren, acaba por abandonarla dejándole su documentación, dinero y una cinta magnetofónica donde le relata a su hija lo que le pasa desde muy tierna edad: es caníbal, y le desea que algún día pueda superar sus impulsos.
Maren viaja Virginia, donde nació su madre, Janelle (Sevigny), de quien no tiene recuerdos. Al tomar el autobús a Columbus, Ohio, se tropieza con un excéntrico personaje que la sigue por el olor, es Sully (Rylance). Acaban en una casa donde el sujeto y Maren se comen a una mujer.
Luego conoce a Lee (Chalamet), un joven también caníbal, con el cual emprende un largo viaje por las carreteras de los EE. UU. En el viaje, los jóvenes se encuentran con Jake (Stuhlbarg) y Brad (Gordn Green); es Jake afirma que el éxtasis del canibalismo consiste en comerse el cuerpo con los huesos incluidos, lo que marca un antes y un después en tan sublime experiencia (recordamos que el título es “hasta los huesos”).
Una última parada determinará si su amor puede sobrevivir a sus afinidades, diferencias y avatares diversos, con imágenes duras y un final apoteósico, para una peli delirante y excesiva.
El reparto está muy conseguido con Taylor Russell como Maren Yearly, una chica confundida por su pulsión caníbal y necesitada de afecto: ambos muy bien en sus roles, consiguiendo que lo espantoso adquiera un tono natural, del mismo modo hacen que lo natural parezca terrible: ambos víctimas y beneficiarios de su maldición.
Está sensacional, inquietante y llenando pantalla el talentoso actor Mark Rylance, que encarna a Sully, un maduro caníbal que protagoniza escenas de auténtico pavor, con gestos tremendos, una voz y palabras cavernosas horripilantes.
André Holland está muy bien como Fran Yearly, el atribulado y desbordado padre de Maren. Michael Stuhlbarg y David Gordon Green están turbadores y dan miedo como Jake y Brad, el uno caníbal, el otro aprendiz de ídem.
Chlöe Sevigny es la madre, una mujer interna en un psiquiátrico y que se abalanzó contra su hija y le espetó que más le valiera morir. Aparecen otros actores de reparto, TODOS BIEN.
Desde luego, el italiano Luca Guadagnino hace un buen trabajo de dirección, con un excelente guion de Dave Kajganich. Una historia de encuentro y viaje entre una chiquilla humilde que tiene que huir, y un joven, Lee, que pasa la vida desapareciendo.
Aunque la trama tiene como núcleo central la relación entre los dos jóvenes, está infiltrada así mismo de otros personajes y acaecimientos que mantienen en vilo al espectador.
El viaje de los jóvenes se anima con los códigos del estilo “road movie” y por una música gustosa y ochentera de Leonard Cohen, Joy Division o New Order. En el transcurso del trayecto hay paradas que estremecen, como el episodio con la madre o la aparición del caníbal Sully (Rylance), lo más espeluznante y sangriento del filme.
Pero Guadagnino no pierde el norte de la estética y abrillanta, en cierto modo, los conflictos personales y sociales de los jóvenes. Además, no predica mucho sobre la dimensión ética de esos personajes. Incluso, la condición de fragilidad e indigencia de los protagonistas hace que el espectador se aproxime emocionalmente a ellos.
Hay una cuestión, empero, es que en el desafío entre el bien y el mal, entre el amor y la dentellada, Guadagnino queda entre sorprendido y atónito y no remata bien el duelo.
Esta apetencia de Guadagnino es, según lo pienso, un canibalismo vinculado a la rebelión, a la marginación y la identidad disidente. No dudo que está diseñada pensando en una audiencia joven, gran parte veganos y otros, para los cuales esta peli resultara bizarra, e incluso retadora. Queda igualmente vinculada la cinta a la pobreza, la falta de oportunidades para la juventud y la vergüenza secreta de ese tipo especial de hambre y de otras hambres inconfesables que acompañan la supervivencia.
Película extravagante, chocante, aterradora, desagradable y sorprendente en su ensortijado idealismo romántico.
Publicado en revista ENCADENADOS.
SOYLENT GREEN (1973). Recuerdo bien el Cinema Salamanca y recuerdo también el enorme cártel en el frontal de la fachada con un Charlton Geston en plena madurez y en una especie de mundo del futuro. Sin pensarlo mucho compré la entrada y me metí en la sala para ver esta película de título extraño.
El contexto es la ciudad de Nueva York en el 2022, año inimaginable en aquel encontes, siendo que hoy ya hemos pasado esta fecha. Millones de personas viven agolpadas, reprimidas y alimentadas con un alimento sintético al que llaman “soylent green”.
Un policía avezado (Heston), animado por un viejo que lo anima (Edward G. Robinson), inicia una investigación sobre lo que acontece y el extraño alimento universal que se reparte a la multitud.
Hay por supuesto barrios residenciales donde se vive de lujo, donde hay comida fresca: carne, pescado, frutas y verduras, mermeladas, etc. pero este tipo de alimentos son muy escasos. Porque la película nos muestra un tiempo en el que los ríos, la vegetación y todo lo natural ha sido prácticamente devastado. De ahí la falta de alimento fresco y esta especie de comida sintética en forma de verdes galletas que se reparte groseramente entre los ciudadanos hambrientos.
El secreto del film es, por un lado, un augurio que ya se empieza a dar con la actual comida industrial que no se sabe bien de dónde proviene; y de otra parte tanta devastación de mares, ríos o bosques como se está produciendo. Y como hablamos de canibalismo, lo que descubre el detective (los ciudadanos no lo saben) es que esas galletas que alimentan a una población hacinada y hambrienta que espera el tal alimento verde, es ni más ni menos que la carne huma procesada, proveniente de las personas fallecidas. Todo un horror: antropofagia social.
El eficaz Richard Fleischer (a quien siempre recordaré por su película de 1958, “Los vikingos”), todo un maestro del cine comercial, acomete con tesón artesanal esta ficción de lucha por la supervivencia. El estupendo trabajo de Fleischer fue conducido por un buen guion de Stanley R. Greenberg, adaptación de la novela de Harry Harrison “Make Room! Make Room!”, donde se habla del peligro de la superpoblación y cuanto ello conlleva. O sea, de la supervivencia individual y de la especie, que está amenazada en lo que se conoce como la trampa de Malthus: que el exceso de población supere la capacidad de recursos alimenticios.
En el plano actoral hay tres nombres importantes. Por supuesto Charlton Heston en el papel de policía inquieto, bebedor y que camina por todos los espacios de la gran ciudad. A su lado, como dato curioso, un siempre grande Edward G. Robinson, que firmó su última película antes de fallecer el mismo año del estreno. Amén de la bonita Leigh Taylor-Youg que cumple su cometido.
Yo diría que es una obra meritoria de Ciencia-Ficción, con tintes apocalípticos y cara de thriller, historia policíaca con tintes antropofágicos. Con un sesgo de crítica social, enfoque humanista y ecológico muy interesante. El mensaje no es muy alentador ni alberga mucha esperanza en el género humano.