[Lee aquí el Capítulo IX] Me levanto con la pena del silencio, tras días de actividad casi frenética, las calles están solas, los camiones parecen casi más tranquilos, y el murmullo no es el mismo de los días de Navidad. Disfruto de esa paz, y echo de menos los ir y venir de cientos de personas.

Con “El Bigotes” bajo buscando un bar donde tomar el primer café, y tras cruzarnos con los habituales de los días de invierno, nos refugiamos de la lluvia bajo los toldos. Todo es tranquilidad, hasta nosotros mismos, cansados de tanto beber y comer en días que parecían no acabar nunca.

Me advierte mi amigo de que en breve llegará el carnaval, y aunque no me disfrace, y el doble sentido de los grupos que cantan aún me resulta difícil de descifrar, espero ansioso la nueva fiesta.

Pienso que las treguas entre fiestas solo sirven para reponerse, sin tiempo a perder los kilos de más, pues a todos los que conozco viven con intensidad todas y cada una de las fiestas.



Apuro el café y decidimos pasear, la sensación es la misma en toda la ciudad, que como si tuviera resaca, descansa y se prepara. Mis pies se pegan en algunas calles, y hacen un peculiar ruido pegajoso.

Los caramelos derretidos se pegan a mis pies, y pienso en la suciedad que arrastraré hasta casa. La desagradable sensación y las protestas de “El Bigotes” me llevan a sopesar que es lo mejor, particularmente no entiendo porque se tiran al suelo miles de caramelos, que ensucian, y el mismo que protesta se me queja de aquellos años en los que apenas se tiraban caramelos.

Ahora viene la gran duda, caramelos sí o caramelos no, me recuerda cuando los caramelos eran duros, y no solo pringaban el suelo, sino que creaban como una costra de pergaña pegada a los zapatos, una costra que solo salía metiendo las suelas en lejía.

Le digo a “El Bigotes” si no sería mejor eliminarlos, pues me parece una práctica un poco antihigiénica, y el mismo me responde con un imposible, y dentro de su lógica, fruto de su peculiar filosofía me expone un ejemplo que tampoco entiendo, piensa que una cabalgata sin caramelos es como una procesión sin cirios, que me explica que son las velas grandes que van derramando cera por el suelo.

Me parece igual de mal ensuciar el suelo ya sea con caramelos que con cera, pero las costumbres son las costumbres, y, al fin y al cabo, quien soy yo para criticar.