Hay películas americanas de adolescentes que lo pasan relativamente mal en sus acomodadas vidas, filmes de gente pija y con problemas que no lo son, o sea, niñas bien que aspiran a ser animadoras del equipo de su colegio o a ligarse al guapo y rico joven que no les hace caso.
Pero hay películas de muchachas con problemas reales que salen de estos parámetros light, que nos muestran lo duro que es darse de bruces con la realidad al atravesar la adolescencia. Títulos como Soñadores (2003), de B. Bertolucci; Mommy (2014), de X. Dolan; Los héroes del mal (2015), de Z. Berriatúa; o La vida de Adele (2013) de A. Kechiche.
Sobre esta temática hoy traigo a esta sección dos historias, lejanas en el tiempo, pero interesantes ambas. El estreno: Girasoles silvestres (2022), de J. Rosales; y La Raulito (1975), de L. Murúa.
Julia es una madre joven con dos hijos, que queda prendada de Óscar (Pla), un muchacho conflictivo y poco recomendable, ya se lo dice una amiga. Pero se irá a vivir con él.
Pasan el tiempo en la mutua convivencia y Julia acabará por comprender que, efectivamente, no es Óscar el hombre que necesita a su lado pues incluso llega a agredirla, supuestamente por celos. Lo cual la lleva de nuevo a vivir con su padre y emprender un nuevo viaje personal en busca de su felicidad y la de sus hijos.
Para ello recala en Melilla, donde está destinado como soldado el padre de sus hijos (Ávila), pero eso tampoco satisface sus expectativas, pues el muchacho no quiere compromisos ni, como dice, que le “agobien”.
Finalmente tendrá una tercera relación, un hombre joven de clase media más asentado y cabal (Marqués), con el cual comienza, no sin dificultades, una vida familiar, y tiene un nuevo hijo con él.
En suma, la vida de una muchacha en tres actos. En cada uno de ellos hay un tipo de hombre, una clase social también, varones con su forma de ser y estar en el mundo particulares. Este es el planteamiento claro e incluso sencillo de esta obra.
La joven es zarandeada e incluso agredida, primero, por una pareja riscosa, sin oficio ni beneficio interpretado muy bien por Oriol Pla; un hombre pasado de rosca que acaba dándole mala vida y termina detenido por violencia de género.
El que viene luego es un soldado tan fiel a las reglas y las órdenes, que es víctima de su propio desconcierto, pues ni sabe ni acierta ni quiere tener la mínima responsabilidad, interpretado meritoriamente por Quim Ávila.
El tercer candidato es un “clase media” aburguesado, voluntarioso, pegajoso y con una visión pasiva sobre cada iniciativa que la familia debe tomar. Pero este ser perezoso, muy bien encarnado por Lluís Marqués, será el que mejor resulte para que Julia pueda rehacer su vida.
En el reparto aparecen también con solvencia Manolo Solo (en el rol de padre de Julia) y Carolina Yuste. Fotografía de Hélène Louvart aceptable y una música cuya mezcla se hace rara: el grupo sevillano de rock progresivo andaluz Triana, junto a diversas arias de ópera como: “Una furtiva lágrima”, de Donizetti.
Filme que es una forma de provocación, pese a sus incuestionables fallas y faltas de sustancia y base. Que habla de pobreza y desarraigo, que no acierta a ejercitar el verbo diltheyano “comprender”, convirtiendo en ocasiones el relato en una historia pueril, sobre todo en el primer acto. Pla, aunque pone empeño y profesionalidad, resulta ridículo y excesivo, lo cual es culpa del guion y de una dirección falta de tonos.
En los pasos siguientes la película empieza a ganar en precisión y también en aspereza y rigor, cobrando su lugar el impecable trabajo de Anna Castillo.
El problema no es, como en ocasiones parece querer indicar Rosales, la toxicidad de la masculinidad. Yo lo veo más bien en másculos (masculus) que pertenecen a diferentes esferas culturales, sociales y educativas, junto a una joven madre inmadura e inestable psíquicamente, que ha querido improvisar e incluso hacer experimentos amorosos con hijos incluidos, estando con hombres por confiables. Como dice el dicho: “Los experimentos con gaseosa”. Ese pretender Rosales un exceso malignidad en la testosterona, me parece quijotesco y alegre.
Todo ello desemboca en una cinta que provoca, que es lanzada con fuerza a la cara del espectador para que debata y “se pelee con ella, contra ella y desde ella” (Martínez).
Pese a su aparente happy-end, el filme muestra la encerrona de una mujer cercada por tres arquetipos de hombres: el violento, el que no quiere o no sabe comprometerse, y el que aparentemente está dispuesto a formar un hogar. Mientras los dos primeros exhiben músculo y tatuajes, el último responde a un tipo de hombre educado, tolerante y dispuesto a asumir responsabilidades, si bien algo pasivo.
Es, así, una película sobre “la mujer”, pero aún más sobre la clase social y esos estigmas insalvables que infectan la relación ante la falta de recursos económicos.
La película es el relato de un aprendizaje, el de Julia, aprendizaje por sucesivos ensayos. El propio director ha declarado: “Para mí la película tiene ese elemento del aprendizaje del amor a través de la experiencia, y la experiencia es prueba y error. El primer hombre, a pesar de las advertencias, le genera un deseo muy grande y se convierte también en una decepción; luego busca un hombre que es diferente, que en realidad es una segunda oportunidad, una segunda oportunidad que viene por el hecho de pensar que en este tiempo él ha madurado; y el tercer hombre sí es un hombre maduro”.
El elemento más destacable de la personalidad de Julia es que no se resigna, no se victimiza, más bien sigue buscando, sigue luchando. No renuncia ni a sus hijos ni al amor ni tampoco al ascenso social; ella quiere mejorar en la vida desde el punto de vista profesional, quiere ser enfermera y ocupar un puesto de trabajo más digno que los que suele tener en la limpieza.
Obra que a golpe de bruscas elipsis y con la música de Triana estratégicamente colocada, nos acerca con naturalidad al micromundo cambiante y marcado por las dudas que asaltan a sus componentes; o sea, permite a las historias fluir de una a otra y al espectador situarse emocionalmente en cada una de ellas y seguir a Julia en su girar buscando el sol.
Existe un cuarto hombre en la vida de Julia, pero no puede volver con él: su padre, su paraíso perdido. Con su padre y con su hermana se la ve relajada, amparada. Con nadie descubrimos la complicidad duradera que la une a su progenitor, nadie da la seguridad que el padre le ofrece.
Paraísos perdidos, paraísos soñados, paraísos inexistentes. En el fondo de eso es de lo que trata la película.
El resto de los personajes son muchachos inexpertos. Todo para llegar a ese lugar esperanzador donde, como dice el grupo sevillano en su canción “Sé de un lugar”: “Broten las flores / Y allí construiremos nuestra casa / Que la bañe el sol / Donde el niño que nace / es feliz / Abre tu corazón / que hoy vengo a buscarte, amor”.
Cuenta la película una historia real, la de María Esther Duffou (1933-2008), "La Raulito", muchacha con apariencia masculina y un duro pasado de vivir en la calle, reformatorios, comisarías y establecimientos terribles y lesivos.
Era fanática del club bonaerense Boca Juniors, lo que la hace delinquir sistemáticamente rompiendo escaparates y en tiendas, para hurtar alguna camiseta del tal club y otros objetos menores.
Seguir sus impulsos naturales la llevaron por un camino incierto de desamparo y a un destino de persecución constante. La Raulito, enjuiciada y conflicto tras conflicto con la ley, acaba por convertirse en la aficionada fanática más importante y aceptada del club de la Boca. Tan es así que cuando falleció en 2008, el estadio guardó un minuto de silencio por ella.
Lautaro Murúa rodó con notable éxito de público en su momento este filme social y entrañable que canta a la libertad de la muchacha protagonista que para sobrevivir se viste de hombre y se rebela contra el destino y el mal trato que la vida le depara.
Además, la película cuenta con una llamativa música, a veces con solos de armónica, de Roberto Lar, una estupenda fotografía de Miguel Rodríguez y meritoria escenografía de Germen Gelpi.
Fue ésta una película realizada en el país austral un año antes del Proceso Militar de Videla y compañía. La gran interpretación de la Ross le habría de servir a la actriz argentina para trabajar en España cuando tuvo que salir por pies de la Argentina, perseguida por los siniestros “milicos” en el gobierno.
Marilina Ross es cantautora y una “actriz de método” sensible e inteligente, en quien Murúa basó sus aciertos, limitándose a veces a seguir el desarrollo de su trabajo interpretativo, sin manipularlo ni reescribirlo.
Pero además de Ross, otros excelentes actores y actrices secundaron y dieron fuerza al filme con sus trabajos llenos de verismo y pasión: María Vaner, Pablo Cedrón, Roberto Carnaghi, Luís Politti, etc., todos muy acertados y eficientes.
Esta película provocó devoción entre el público español que en aquel tiempo de posfranquismo anhelaba un nuevo aire en las pantallas y también en la vida. De hecho, la penetración en el cine español de indiscutibles talentos argentinos como Marilina Ross y muchos otros, vigorizó nuestra cinematografía, lo cual es de agradecer.
Película completa: