Pocos acontecimientos tan siniestros y bárbaros como el gueto de Varsovia. Crímenes en masa, ignominia y maldad, pero también fue el escenario de mayor resistencia judía contra el genocidio de Hitler.
Hubo un levantamiento en de abril de 1943 durante la Pésaj o Pacua Judía, que duraría unos meses. Este episodio ocurrido en Varsovia es recordado como la principal revuelta civil contra el nazismo en Europa.
Fueron cuatro largos años en los cuales miles de judíos se vieron forzados a vivir encerrados en guetos, en un perímetro acotado por un muro de cemento, maderas tapiadas y alambres de púa, bajo la tenebrosa custodia de los soldados de las SS.
Más tarde eran enviados a los campos de exterminio. Un sistema que marcó el espanto y la aberración de la condición humana en lo que se denominó la “solución final”.
En estas líneas recuerdo y rindo homenaje a los mártires que fueron vilmente asesinados por un régimen diabólico. Hablaré de dos películas: El amor en su lugar (2021), de Rodrigo Cortés. Y El pianista (2002), de Roman Polanski.
La historia cuenta cómo en el enero de 1942, cientos de miles de judíos provenientes de toda Polonia fueron confinados más de un año por los nazis en un angosto gueto en mitad de Varsovia. Fuera del muro, la vida continuaba. Dentro, sus habitantes luchaban por sobrevivir.
Pero el alto muro no consigue parar la creación de un grupo de actores quienes, en una fría noche invernal, interpretan una comedia musical en el teatro Fémina. Los espectadores ríen y se emocionan ante una historia de amor, olvidando por unos momentos su fatal situación. La sala llena a rebosar. No se puede aplaudir para no llamar la atención. Apenas taconear en el suelo.
Entre bambalinas, los actores se enfrentan a un dilema de vida o muerte. Triángulo amoroso de dos chicos y una chica, los protagonistas de la pieza teatral, y el plan de fuga trazado por uno de ellos para escapar del encierro.
La película comienza con un magnífico plano secuencia, mostrando desde el principio las virtudes de una ágil cámara que va y viene, que recorre calles, la angustia reflejada en los rostros, oscuridad y miedo en medio de la barbarie hitleriana. Una sensación de agobio permanente, falta de aire, martirio en vida, hambre, frío y la muerte que acecha en cualquier esquina.
Diseño de producción de lujo y una impecable factura técnica y artística. Los primeros minutos son casi los únicos en el exterior. El resto de la historia está ambientada en el teatro donde se escenifica la obra del dramaturgo y compositor polaco Jerzy Jurandot, Love Gets a Room.
Esta obra fue representada realmente en el teatro Femina de Varsovia en aquellos días en que los alemanes invadieron Polonia. Sobrevivieron las letras de la obra, y Cortés las ha recuperado para acompañarlas de una excelente música original creada para la película por Víctor Reyes.
Un guion de lujo de Cortés, David Safier (adaptación de la obra de Jurandot), fotografía muy buena de Rafael García y un reparto de los muy buenos, fresco y ágil, con actores y actrices como Clara Rugaard, Ferdia Walsh-Peelo, Magnus Krepper o Freya Parks, entre otros.
El filme tiene un trepidante ritmo que apenas desfallece; las entradas y salidas del escenario, los problemas entre telones, carreras, idas y venidas. Todo ello y un gran romance se entremezclan con un apasionado amor al teatro.
Es teatro dentro del cine; o representación de la representación; es comedia dentro de la tragedia; es drama que toma aliento del dislate; es bonito musical que pone melodía a la desesperación personificada. Todo ello nos muestra lo que no pudiendo ser, fue.
Cortés demuestra de nuevo que se mueve bien ante los desafíos y que disfruta con este filme terrible que sabe investir de poesía. Confecciona una película con los mínimos elementos y el máximo talento.
Película que avanza entregada a componer una hermosa, dolorosa y divertida (tres en uno) reflexión sobre el arte como instrumento de supervivencia, sobre la creación como compromiso con la vida: la representación de lo irrepresentable.
Y la vida que continua siempre adelante, aunque no sepas cuándo vas a morir de inanición, del disparo asesino de un nazi o en una cámara de gas. Hay que aguantar antes de cerrar los ojos para siempre.
En un gélido enero 400.000 judíos llevaban ya un año confinados por las SS en un estrecho gueto levantado y amurallado en medio de la capital polaca. Dentro del siniestro muro la gente aguanta, instinto de supervivencia. El intento casi inútil de continuar en pie un día más al menos. Sólo 50.000 de aquellos prisioneros sobrevivieron.
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A partir de este punto todos los suyos y él mismo fueron recluidos en el gueto varsoviano. Con la ayuda de algunas amistades, Szpilman logra evitar la deportación a los campos de exterminio. Aun así, tendrá que vivir escondido y su vida constantemente pendiente de un hilo, aislado, pasando todo tipo de penurias.
Para sobrevivir tendrá que afrontar peligros de forma constante, el último de los cuales pone el punto y final al filme, con un desenlace imprevisto y estremecedor.
No hay que olvidar que el director polaco Polanski, nacido en 1933, contempló con su mirada de niño los horrores que él mismo ha recreado en esta brillante obra sin paliativos; ocurrió en otro gueto: el de Cracovia.
El rodaje de la película empezó en 2001 en los Estudios Babelsberg, en Alemania. Para ello fue preciso recrear el Gueto de Varsovia y la ciudad circundante. Aunque la guerra la dejó en ruinas, la mayor parte de la misma se reconstruyó para la película, con el mismo aspecto que tenía durante la guerra.
Sirvieron viejos barracones soviéticos que reprodujeron una veraz visión de la ciudad en ruinas. Igualmente se utilizó una antigua casa en Potsdam y un abandonado Hospital soviético en Beelitz; el rodaje continuaría en los mencionados Estudios Babelsberg.
La puesta en escena, los efectos de guerra y disparos, el vestuario, vehículos, armamento, etc., están extremadamente cuidados y dan una sensación de autenticidad. Una reconstrucción hermosa a la vez que aterradora que logra conmover al espectador.
Siempre que veo buenas películas sobre el Holocausto nazi, me pregunto cómo en el curso de apenas ochenta años, Europa ha podido digerir y cauterizar las heridas de una de las mayores barbaries jamás conocidas en la Historia humana.
También pienso sobre el enorme esfuerzo en todo sentido, que ha supuesto la unión de los países europeos, y cómo, desde aquel entonces, salvo la excepción terrible de la ex Yugoeslavia en los años noventa, el resto de los europeos hemos vivido en paz y concordia.
Película con la dirección propia de un auténtico maestro, tal Polanski; genial guion de Ronald Harwood basado en un libro escrito por el protagonista de la historia, el músico Wladyslaw Szpilman (“El pianista del gueto de Varsovia”).
Maravillosa fotografía esplendente de Pawel Edelman, que retrata los horrores de la tragedia (una fotografía que expresa más que mil palabras de diálogo).
La música, coordinada por Wojciech Kilar. En mitad de la película suena la Suite para violonchelo nº 1, BMW 1007 de J. S. Bach; cuando el oficial germano Hosenfeld le pide una interpretación a Szpilman, éste toca la Balada nº 1 Op. 23 de Chopin, aunque en realidad Szpilman toca varias partes de la obra, puesto que su duración total es de casi 10 minutos.
Durante los títulos de crédito del final de la película, Szpilman toca, con acompañamiento orquestal, la Gran Polonesa Brillante de Chopin. Música toda ella que eleva por el aire el tono espantoso del film.
El reparto es sensacional, actuaciones memorables como la del protagonista, interpretado por Adrien Brody, al cual se une un elenco de excelencia con Thomas Kretscschmann, Maureen Lipman, Ed Stoppard, Emilia Fox o Frank Finlay: un equipo actoral de lujo.
En su currículo de 2002, esta obra posee los siguientes méritos: 3 Oscar: Mejor director, actor (Adrien Brody), guion adaptado. 7 nominaciones. Globos de Oro: 2 nominaciones: Mejor película y actor drama (Adrien Brody). Festival de Cannes: Palma de Oro. 2 premios BAFTA: Mejor película y director. 7 Premios Cesar incluyendo mejor película, actor y director. Hay más…
“El pianista” es ante todo una obra memorable que ambienta con brillante realismo la tragedia de la invasión alemana y los preámbulos del Holocausto judío en el gueto de Varsovia, donde malvivieron en condiciones indescriptibles, cientos de miles de judíos polacos.
Una prisión donde no existía la dignidad, donde se mataba caprichosamente por el mero hecho de llevar una estrella de David como brazalete, donde se sufría moral y físicamente al límite, donde los mínimos valores humanos no existían.
Polanski habla de la supervivencia judía con crudeza, pero sin caer en efectismos. Un profundo y emotivo análisis de los hechos, un filme de alcance histórico y de comprometida, imborrable y absorbente sinceridad.
Polanski ya era sabedor de que Spielberg había dado la puntilla definitiva al salvajismo hitleriano con su también enorme film “La lista de Schindler” (1993). Tal vez por ello, en esta cinta se centró en la perversa y trágica antecámara de los campos de exterminio. Todo esto sucede en la primera parte de la película, que refleja esta cruda realidad de manera formidable. Desde esta realidad, la película se eleva a cotas de interés extraordinarias, que hacen que no te muevas un ápice de tu asiento.
La historia de un hombre solo capaz de transitar una auténtica odisea macabra de desgracias, que culmina con la espeluznante y a la vez bellísima escena de la secuencia del pianista ante la imponente presencia de un oficial alemán.
Obra sobresaliente, superlativas actuaciones, destacado desenlace y una trama histórica a la par que pavorosa. Una auténtica maravilla.
Si pensamos un poco en lo que fue nuestra reciente Historia y lo que es hoy, verán que cuesta trabajo imaginar la actual Europa en la que parece que no pasó nada.
Más extenso en revista Encadenados.