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Hoy hablaré de una obra emblemática que creó época entre los musicales de Hollywood, cuya temática, “mutatis mutandi”, vuelve a llenar las salas de cine en 2021.

Comentaré en sus dos versiones: el West Side Story (1961) de Robert Wise y Jerome Robbins; y su remake de igual título W.S.S. (2021), dirigida por Spielberg. Sesenta años separan ambas versiones.

Me referiré sucintamente a la primera versión; y luego hablaré, más extenso, sobre la versión actual.

WEST SIDE STORY (1961. Los Montesco y los Capuleto, en este filme, en vez de familias son bandas callejeras. No viven en Verona como en la célebre obra de Shakespeare sino en Manhattan, y sus piques los hacen bailando al ritmo de la música de un clásico: Leonard Bernstein.

Fue un musical de enorme éxito que adaptó de Broadway la historia de Romeo y Julieta, con unos clamorosos números de baile. Esta obra conseguiría nada menos que diez Oscar. Pertenece ya a la historia de los grandes musicales del cine.

Es una cinta apoteósica, maravillosa y cuanto diga es poco. Los más rumbosos bailes sobre unos decorados perfectos de las calles neoyorquinas. Toda la película de principio a fin es un regalo: la dirección de Wise, la coreografía de Robbins, los títulos de crédito de Saul Bass y la música-Bernstein son una delicia para los sentidos. Bonitas letras de canciones de Stephen Sondheim, como MariaTonight, I Feel Pretty y Somewhere, que hacen soñar.

Protagonizada por actores y actrices, bailarines/as de enorme nivel como Natalie Wood, Richard Beymer, Gorge Chakiris, Rita Moreno, Russ Tamblyn, Simon Oakland, Ned Glass, William Bramley o Tucker Smith, entre los más importantes. Un reparto de lujo.

Un lujo prodigiosamente montado. Nunca antes se había visto algo así: ágil, violenta y plagada de emociones.

Historia de amores pandillescos que no ha perdido con el paso del tiempo. La película sigue manteniéndose tan lozana como el primer día. Un clásico en toda regla.

Todo es perfecto en esta obra y aprovecho estas líneas para aconsejar a los más jóvenes que la vean.

 

WEST SIDE STORY (2021). La película de Sielberg es un fiel remake de su anterior y al igual que en aquella, los adolescentes Tony y María, a pesar de pertenecer a pandillas diferentes y rivales en Nueva York, los Jets y los Sharks, se enamoran. Corren los años cincuenta.

El odio entre las dos bandas es tal que no son capaces de coexistir en el mismo lugar de la ciudad. Pero cuando Tony -mejor amigo de Riff y antiguo Jet- se encuentra con María -la hermana pequeña de Bernardo-, su amor será imparable, por encima de los marcados límites impuestos por los clanes.

En estos días de diciembre de 2021 Steven Spielberg cumplirá 75 años. Hace más de cincuenta que es director de cine y a decir verdad, ha filmado de todo. Le faltaba un musical. Asignatura pendiente que queda saldada con esta versión, lo cual era, al parecer, un viejo sueño suyo (la película está dedicada a su padre).

Sumamente respetuosa con la historia original (el show de Broadway de 1957 y la película de Wise y Robbins, la música de Bernstein y las letras de Sondheim), tiene al mismo tiempo resonancias actuales. Notable incursión en el género por parte de Spielberg, que revela de nuevo gran director que es.

Es un musical austero, contenido y clásico. Al fin, la obra es una adaptación de “Romeo y Julieta” a las calles de la Nueva York. Una cinta espectacular (lo muestra el plano secuencia aéreo inicial con la cámara apostando a un encuadre que muestra el derruido Hell’s Kitchen en un Upper West Side que parece zona de guerra: genial).

El Romeo y la Julieta de la película son Tony (un excelente Ansel Elgort) y María (Rachel Zegler, actriz y bailarina de origen colombiano). Su amor es prohibido porque ambos pertenecen a bandos opuestos. Un entorno que enfrenta a los Sharks de origen puertorriqueño con los Jets, una pandilla de jóvenes estadounidenses, muchos de origen europeo.

Racismo, nacionalismo, orgullo, la identidad y la supuesta “pureza”, todo lo cual alimenta el odio y la violencia.

Las canciones, las interpretaciones y la coreografía están muy bien filmadas, pero sin alardes petulantes. No es demagógica (habrá público que pida eso); tampoco es la típica peli-Spielberg, lo cual puede ahuyentar al público más spielbergeano.

Una audacia de Spielberg es haber elegido intérpretes de latinos para los sharks y una parte sustancial del diálogo se escucha en español sin subtítulos ni traducción.

En esta entrega, a diferencia de la primera, en que los intérpretes cantaban doblados, aportan sus propias voces. Y salen a bailar a las calles y en escenarios reales, cuando en la primera todo eran decorados.

El resto pasa por el brillante trabajo en fotografía de su habitual Janusz Kaminski, que mantiene los colores y el estilo expresionista de la primera versión, utilizando maravillosamente la sombra y la luz para darle más dramatismo a las peleas de baile.

Es principal el casting. Los aportes expresivos y vocales de Rachel Zegler como la María (que interpretara antaño Natalie Wood), la extraordinaria Ariana DeBose como Anita, el líder de los Jets Riff (Mike Faist) o David Alvarez como el boxeador Bernardo que lidera los sharks.

Y la legendaria Rita Moreno (que interpretara en la primera versión a Anita, Oscar a mejor actriz de reparto), a sus 89 años, vuelve a la historia en la piel de Valentina, propietaria de la tienda donde trabaja Tony. Además es productora ejecutiva.

Acompañan con absoluta excelencia: Ansel Elgort, Josh Andrés Rivera, Corey Stoll, Brian d’Arcy James, Maddie Ziegler, Ana Isabelle, Mike Faist, Rginald L. Barnes, Jamila Velazquez.

Excelente puesta en escena, versatilidad, planos y encuadres muy cuidados, así como los movimientos de cámara que nos introducen tanto en las calles neoyorquinas como en las disputas de los protagonistas.

Había una cualidad mágica y única en la versión inicial de West Side Story. Podríamos decir que hay una magia análoga en la nueva versión, con una dirección perfecta de Spielberg, un guion inteligentemente concebido de Tony Kushner y Arthur Laurents, y un cuerpo de baile vibrante y colorista, sobre todo del rojo al amarillo.

Una de las variaciones en el guion es darle a Tony (Elgort) una nueva historia, pues en esta versión está en libertad condicional, después de haber pasado un año en prisión por golpear a otro hombre casi hasta matarlo, una experiencia que le ha llevado a reformarse. Puede ser difícil aceptar el cambio del personaje de delincuente a alma sensible, pero esto agrega otra capa de ironía trágica.

El baile y la música son cinéticos y la nueva coreografía de Justin Peck mantiene el ADN de la original de Robbins, pero agrega un atletismo que hace que se sienta fresca y etérea.

La película hace honor a las raíces de la producción original, al tiempo que le da una sensibilidad propia del siglo XXI. Spielberg reproduce la película original de Wise, consiguiendo una obra idéntica y pretendidamente diferente. Todo se parece y por tanto todo es diferente.

Razones políticas

Apunto ahora algunas razones de tipo político que Spielberg afirma le inspiraron esta empresa. Yo me permito dudar de estos argumentos, pero creo que es de ley hacerlo saber. Digo que lo dudo porque la industria del cine es muy exigente y se rige por la ley del mercado, más que por la política. Más aún cuando se invierten muchos millones, como es el caso.

El cineasta dice estrenar esta versión de WSS como una alegoría de la división y el enfrentamiento racial en el entorno latino desde que llegó Trump al poder. Spielberg afirma: “Estoy muy preocupado, incluso más que hace dos años, por lo que ocurre en Estados Unidos. Creo que la democracia está en peligro”.

Ese peligro estaría causado por una polarización social que afecta a los EE. UU. y a gran parte del mundo. Una división que para él tiene raíces históricas y que desde que se creara West Side Story en 1957 para Broadway ha ido, según él, “a peor”.

“Desde la guerra civil de secesión no hemos sido capaces de reconciliarnos del todo. La historia nos lo cuenta con lo que pasó a lo largo del siglo XX con el asesinato de los Kennedy o Martin Luther King. Somos una nación dividida, pero esta división no ha resultado jamás tan avivada ni verbalizada como desde 2016?.

Según Spielberg, tras la presidencia de Trump se produjeron ataques furibundos y odio hacia los latinos. Esto fue según él una razón importante para hacer su propia de protesta recuperando este título adaptado al tiempo de hoy.

Spielberg se declara cansado de la escalada de rencor organizada en foros políticos y mediáticos: “El parloteo de hoy en las noticias es el de una persistente división: política, racial. Si en la guerra civil se enfrentaron los azules de la federación contra los grises de la confederación, ahora son los rojos republicanos contra azules demócratas; o, en el caso de la película, las bandas de los sharks latinos contra los jets. Todo forma parte de la misma discusión”.

Pero nuestro director es optimista: “Lo soy, si aprendemos a escucharnos, a integrarnos y dialogar con personas con las que no estamos de acuerdo; sobre unas bases comunes, podremos reparar algo. Pero llevará su tiempo”. Y añade: “Los temas que trataba la obra en 1957 eran relevantes, pero hoy lo son diez veces más”.

Para hacer veraz esta problemática Spielberg, como decía antes, pidió que todos los miembros de los sharks fueran latinos y también, darle más toque de salsa a la música de Bernstein, para lo cual contó con la presencia del director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel, el cual ayudó a potenciar el tono salsero a la obra. Spielberg pretende aportar su grano de arena a la reconciliación.

Mi opinión

Personalmente, si tuviera que elegir, me quedaría con la primera versión de Robert Wise. Tras salir de la sala trataba de imaginar las razones por las cuales Spielberg, este genio del celuloide, corre el riesgo (cinematográfico, económico y de reconocimiento) al hacer la reposición de un filme que sigue vigente. Más allá de otras cuestiones de las que ya he hablado.

Además, la película actual es casi un calco de la anterior: conserva la partitura, las canciones y los números de la obra original de Broadway que inspiraron la primera versión. Igualmente respeta prácticamente el libreto de Lehman, la letra de Sondheim y el concepto, dirección y coreografía de Robbins, con los cambios que he apuntado. Y Romeo y Julieta continuan ahí.

A pesar de todos los méritos que la película tiene, que son muchos, la cinta resulta, por un lado, excedida de metraje (156 minutos); se hace pesada, sobre todo hacia la mitad; y no alcanza el enorme nivel ni el ritmo de la película de Wise.