“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

Wes Anderson nació en 1969 en Houston, Texas (Estados Unidos). Estudió Filosofía en la Universidad de Austin y dirigió obras teatrales antes de rodar su primer cortometraje, “Bottle Rocket”, un filme coescrito por su amigo Owen Wilson. El corto llamó la atención de James L. Brooks, quien le produjo el largometraje “Ladrón Que Roba A Otro Ladrón” (1996), una comedia criminal.

Tras su exitoso debut, las comedias con caracteres excéntricos escritas por Anderson y Wilson volvieron a repetirse en “Academia Rushmore” (1998); y “Los Tenenbaums. “Una familia de genios” (2001), película por la que Wes y Owen fueron candidatos al Oscar como mejores guionistas. También, Anderson hizo equipo con Noah Baumbach para escribir “Life Aquatic” (2004), comedia oceanográfica dedicada a Jacques Cousteau.

En “Viaje a Darjeeling” (2007) se narra el viaje por la India de tres hermanos estadounidenses. La cinta de animación “Fantástico Sr. Fox” (2010) adaptó a Roald Dahl para contar la historia de enfrentamiento entre zorros y granjeros.

En “Moonrise Kingdom” (2012) dos niños se enamoran y se marchan de su isla de Nueva Inglaterra. Posteriormente, inspirado en el escritor austríaco Stefan Zweig, rodó la comedia “El gran Hotel Budapest” (2014).

Cuatro años después llegaría “Isla de perros” (2018), filme de animación stop-motion (animación en volumen? o de fotograma a fotograma) ambientada en un Japón distópico. Y en 2021 se ha estrenado “La crónica francesa”, de ambientación periodística en la Francia de mitad del siglo XX.

Encubiertamente liviano y fingidamente frívolo, ardiente a la vez que distante, de una rectitud moral sorprendente, el cine de Anderson es una de las miradas más singulares de la cinematografía actual.

Para esta entrega comentaré dos de sus películas más famosas. El estreno: La Crónica francesa (2021); y El gran Hotel Budapest (2014).

LA CRÓNICA FRANCESA (DEL LIBERTY, KANSAS EVENING SUN) (2021). Wesley Wales Anderson reside en París y ha esperado un año para el estreno mundial de su última película y lo ha hecho en Cannes. Después del primer pase oficial, acabada la proyección, cuentan que hubo un aplauso de nueve minutos.

La película es una carta de amor al mundo de la prensa, un homenaje al periodismo, a los periodistas y a las firmas culturales y políticas que escribían en la revista The New Yorker en los años 50 y 60 del pasado siglo. Un homenaje a esos reportajes extensos e interesantes y a los editores que apoyaban a sus periodistas por encima de todo. No solo económicamente, sino también moral y emocionalmente.

Está ambientada en la redacción de este periódico estadounidense en una ciudad francesa ficticia del siglo XX, con tres historias interconectadas entre sí.

Lo que se cuenta es el cierre por defunción del propietario de una revista, donde un rico heredero (Bill Murray) llegó tiempo atrás con la lunática intención de contarlo todo y hacerlo en la redacción con un análisis semanal, de la política internacional, las artes y otros variados sucesos. Los periodistas de la redacción constituyen una galería de personajes singulares.

Parece esta cinta una obra medio onírica, diferentes historias dentro la redacción de un periódico rodadas con disposición geométrica de gestos, paisajes y colores ocres. Un universo humanista en el cual los personajes actúan rectamente (por demás), lo cual resulta bonito. Un mundo cálido que tiende a una intuición virtuosa y alegre.

No hay mínimo de obscenidad y sí profundidad, en un universo educado y feroz en su exigencia ética, que es obviamente estética, una especie de ética bella.

Como decía, estamos en la redacción de un periódico estadounidense en una población francesa. Los redactores van contando tres historias. Estas historias forman parte de un collage, pero sin pertenecer a una trama global, lo cual roza el surrealismo o el despropósito.

La dirección de Anderson es, a la vez que encomiable, alocada, por el efecto de un guion (también de Anderson; historia de Anderson, Roman Coppola y Hugo Guinness), que no logra conectar los diferentes relatos, salvo que el espectador haga abstracción de que ve UNA película, pese a parecer que está visionando varias. Estas historias son verdaderamente lindas, visuales y maravillosas, incluida la última parte, con una animación muy divertida.

Así pues, cada relato es independiente, no comparte personajes, ni escenarios. Están unidos por su editor, hombre que aparece al final (narrado con la voz de Anjelica Huston) para ofrecer una crítica constructiva de sus periodistas.

Anderson, como es predecible en su filmografía ofrece un catálogo de su peculiar estilo recargado, aventurero sentido del humor, paleta cromática vistosa y una puesta en escena propiamente de cómic.

Deja Anderson sus marcas de estilo: simetrías, colores pastel (aquí alterna con blanco y negro), muebles retro, etc.

Los decorados son una auténtica gozada: el café amarillo “Le Sans Blague”, con paredes correderas a la propia ciudad; la secuencia final con un camarero subiendo los pisos por una fachada irregular; o la escena de animación que narra un secuestro. Todo de una creatividad desbordante muy influenciada por el realismo poético francés, el cine de Jacques Tati y los cómics de línea clara, con tributo a Tintín a la cabeza, y un universo de proporciones y excentricidades estéticamente impecables.

La cosa consiste en asistir a unas crónicas del tal periódico, que Anderson filma a su modo, al tiempo que son leídas: la crónica de un pintor psicópata encarcelado y su modelo (que es carcelera); homenaje al Mayo del 68; y una especie de thriller culinario.

Tiene un reparto con figuras de talla como Benicio del Toro, Francés McDormand, Owen Wilson, Jeffrey Wright, Steve Park, Bill Murray o Saoirse Ronan.

Pero a pesar de sus méritos de imagen, encuadres, y escenas locas y abigarradas, contando con estos ingredientes, confieso que pasado el ecuador del filme, me pudo cierto sopor por ese estilo-Anderson tan deslumbrante y al borde de la congestión de signos; una inundación excesiva, irracional, naif, lo cual que me embargó, como dice Boyero: “un tedio infinito”.

 

EL GRAN HOTEL BUDAPEST (2014). Película encantadora de Anderson que hará las delicias de cualquier aficionado al buen cine, con un profundo sentido del humor y de la vida.

La película es el relato que uno de los personajes del filme, Zero Moustafa, le va haciendo a un escritor, contándole toda la historia del Hotel Budapest. El tal escritor, que pasaba unos días en el Hotel, se interesó por un señor solitario de cierta edad, y éste, enterado de ello le invita a cenar esa noche para contarle la decadente historia del establecimiento.

El señor resulta ser el propietario. Al principio de la cinta, este escritor, más mayor, cuenta en pantalla, que no son los escritores imaginativos los que relatan, sino que es la gente sencilla la que expone historias para que ellos las cuenten. Y como ejemplo, habla de lo que el propietario del Hotel le contó, lo cual viene a continuación.

Al estar narrada en forma de “flashbacks”, lo que va mostrando el filme adquiere las tonalidades de recuerdo que guarda el relator Zero, y la forma en cómo quiere contarlo, que no está exenta de nostalgia y una mirada tierna rozando la melancolía.

En la historia que le cuenta, Gustave H. (Ralph Fiennes) era el antiguo conserje de este hotel europeo de entreguerras. Gustave entabla amistad con su joven empleado, especie de botones, el propio Zero Moustafa (Tony Revolori) –el narrador-, y lo convierte en su ayudante y protegido.

Habla de las muchas peripecias vividas con Gustave, sus innumerables romances con mujeres mayores, especialmente con una señora millonaria y asesinada por la propia familia al poco de abandonar el Hotel. La señora le deja en herencia a Gustave un cuadro de enorme valor que luego tiene que robar para recuperarlo.

Como trasfondo están las convulsiones y levantamientos que transformaron Europa durante la primera mitad del siglo XX, aunque no se habla de países, ejércitos o intereses concretos, sino que la guerra queda descrita de una manera universal. Tanto podrían haber sido blancos como rojos; lo que sí eran es matarifes; la nación del filme es ficticia, la República de Zubrowka.

Anderson, esteta, tejano preciosista, dirige con insólita maestría este filme situado entre las dos Grandes Guerras, con un elevado sentido narrativo y visual; un espectáculo cromático. Película distraída y espectacular: un placer para la vista y los sentidos, con una trama ágil conducida por un gran guion del propio Wes.

Deliciosa fotografía de tonos cálidos de Robert D. Yeoman, magnífica y alegre música de Alexandre Desplat y una exquisita dirección artística que repara en todo lujo de detalles.

El resultado es una película cautivadora y cargada de imaginación, evocadora de otros tiempos pasados, una comedia que hace las delicias de quienes degustan esta sofisticada y elegante farsa.

La película transcurre por varias épocas y formatos de proyección: cambia al blanco y negro y juega con el cuadro de visión, porque, como confiesa Anderson, “ahora con el digital puedes hacer lo que quieras”.

Reparto lleno de grandes nombres. Destaca la pareja protagonista, Ralph Finnes, que demuestra una vis cómica genial; y su acompañante, Tony Revolori, que interpreta al joven botones, quien junto con Finnes, manifiesta un creíble entusiasmo y energía. Interpretaciones geniales.

Destaco también a Willem Dafoe en su papel de villano de comic y abrigo de cuero; o a Jeff Goldblum que está impecable. Pero lo que consigue Anderson es una actuación coral que suena de maravilla, donde están también Saoirse Ronan, Bill Murray, Jude Law y otros.

El período de entre guerras es presentado como un espacio donde las tensiones políticas podían desencadenar una balacera en cualquier momento, por los motivos más inopinados y en el lugar más insospechado. Todo ello ha sido deformado a través de la extensión, la radicalidad coloreada y la creación de unos insólitos personajes tan excéntricos y cordiales como conflictivos.

Anderson agradece la inspiración proporcionada por la obra del gran escritor Stefan Zweig: “No había leído nada de él, es que ni siquiera conocía su obra, hasta que hace ocho años leí su, creo, única novela, La piedad peligrosa. En Estados Unidos es un autor desconocido. Empecé a leer más y más de él, y me gustó el aroma de su trabajo, su estructura de historias dentro de historias. Espero que la película responda a su estilo”.

Pues sí, con Anderson la Europa que vivió Zweig (1881-1942) antes del desastre, vuelve como utopía necesaria. El gran hotel Budapest viaja al origen trágico de lo moderno de la mano del escritor vienés.

Más extenso en revista Encadenados.