Javier Botella.- No soy creyente, pero si algo aprendí en la asignatura de antropología en mi época universitaria, en mis años de trabajo fuera de El Puerto, conociendo otras culturas, y sobre todo en la vida, es el respeto por las tradiciones y por las señas de identidad que conforman el sentir de las sociedades.
En El Puerto, pocas expresiones sociales tienen tanta tradición y son más nuestras que la Virgen de los Milagros. Si cuando nuestro alcalde perpetuo, Rafael Alberti, venia a El Puerto solicitaba ver a su Virgen de los Milagros, era porque reconocía en Ella, a unos de esos símbolos que conseguía mantener unidos a los portuenses, fuesen creyentes o no.
Para mí como representante municipal de esta ciudad y portavoz de un grupo conformado por todo tipo de sensibilidades, un año más es un privilegio asistir a los actos en honor de la patrona de la ciudad.
En mi caso, no se trata de cumplir con un mero acto protocolario. Soy curioso y empático por naturaleza. Por ello, cuando acudo a la misa del ocho de septiembre, y en ella, entre sus lecturas, escucho mensajes alentadores sobre la búsqueda de la paz, la justicia, la libertad y el progreso, no solo es un privilegio, sino que también me reconforta como ser humano, yen particular como portuense.