En la historia del toreo siempre ha planeado el temor de que cuando determinada figura se retirase, la fiesta se quedaría huérfana, sin alguien que ocupara el vacío. Desde que Francisco Montes Paquiro desapareció de los ruedos, los denominados toreros complementarios surgieron ante la incapacidad de que un solo torero llenara él solo el espacio dejado por el espada chiclanero. Nacieron las “colleras de complementarios”, matadores dispuestos a competir para satisfacción del enardecido público del siglo XIX. Eso se podría trasladar a mañana, cuando hagan el paseíllo Manzanares y Pablo Aguado, pero en nuestra humilde opinión, Juan Ortega está llamado a ocupar un sitio importante en la fiesta. Atesora valor y torería, y un concepto de toreo caro, capaz de poner de acuerdo a los aficionados puristas y a los turistas que desembarcaron en el vuelo pilotado por el comandante Zúñiga.
Ayer asistimos a una de esas corridas entretenidas, con momentos de emoción y pasajes de belleza sublime. Luque y Ortega salieron triunfadores, mientras que El Juli se fue de vacío de la Plaza Real, que ya es complicado. A estas alturas nadie puede discutir que El Juli es uno de los toreros que a más toros les puede. Ayer ante un buen primero que se vino abajo en el tramo final del trasteo con la muleta, el torero madrileño anduvo bien con el capote y en los primeros compases del último tercio. En su segundo tuvo suficiente con estar delante de un ejemplar que no hizo nada bueno y que al final acabó rajándose. Otra vez será.
Daniel Luque se encuentra en un buen momento después de pasar largos inviernos en el dique seco. Parece que este torero poderoso lo ve muy claro y encuentra toro casi todas las tardes. En su primero, un toro noblote y muy blando nos dejó un buen toreo de capote. Para la muleta practicó una lidia encimista arrimándose como un novillero de los de antes, los de los trajes alquilados con el oro gastado. Es una lástima que las orejas en El Puerto no adquieran el valor que se merece, pero es que el nivel está muy bajo, y la segunda sobró. Otro souvenir de esta bonita ciudad. En el quinto el zambombo del encierro, dio la cara sacando pases sueltos y demostrando que quiere subirse al carro del escalafón. Habrá que seguir a este torero.
Y llegó Juan Ortega. Sorprendente el corte de este torero, sin aspavientos, sin retorcerse, jugando las muñecas con delicadeza, y toreando muy despacito. El tercero de la tarde no le dio la opción de interpretar el toreo que lleva dentro, pero en el sexto llegó la apoteosis. Se echa en falta el toreo despacito, con las manos bajas y dando el pecho. Y en la muleta… Unos trincherazos para iniciar la faena que pusieron al público en pie. Aromas de Chenel. Luego vinieron más muletazos en redondo, al natural… Buena faena que vino a menos en el momento en el que la banda de música rompió la magia con su afán de protagonismo desmesurado. También quería su souvenir lo que consiguió a modo de ovaciones. Aún no se ha enterado el público bullanguero que los aplausos y los pitos son para los toreros. Lo demás es accesorio. Las orejas las cortan los toreros, y la banda de música se empeña cada temporada en robar el protagonismo del ruedo. El repertorio de “La Concha Flamenca”, “Nerva”, “Ópera Flamenca”… está pensado para acaparar la atención de los malos aficionados que lejos de emocionarse con lo que acontece en el ruedo, están más pendientes de la música que de la lidia. Estos pasodobles se repiten más que el “ding, dong, ding” de la megafonía.
Dicen que Morante de la Puebla, el torero que ha generado la gran expectación por su encerrona de hoy en El Puerto, tenía la costumbre de ir al mismo barbero en Sevilla para que no le tocasen sus patillas otras manos inexpertas. Al parecer el fígaro, cada vez que arreglaba a Morante no paraba de hablar, y sus conversaciones tenían un hilo conductor, que no era otro que darle hojana al torero. Cansado del charlatán, la tercera vez que el de La Puebla se sentó ante el barbero, y ante la pregunta de éste, ¿cómo quiere usted el corte, maestro? Morante respondió: en silencio, señor peluquero, en silencio.