María Alba.- Me he despertado esta mañana con la triste noticia de que había fallecido Tico Medina. Para todos el gran periodista. Para mí, mi tito. Y me han venido a la mente multitud de recuerdos de niña, cuando empecé a hacer mis pinitos con la escritura y le llevaba los cuentos que escribía en mis cuadernos cuadriculados con letra de colegiala a los encuentros familiares.  Y él los leía con cariño y luego le decía a mi padre: esta niña tiene madera y yo, que era una muy tímida, me ponía roja como una amapola. O aquella vez que fui con el cole de excursión a Granada, su tierra natal  y le traje piononos y luego me mencionó en su columna del ABC. “De sabores, riquísimos los piononos que me ha traído mi sobrina, que además escribe muy bien”.

Cuando era pequeña me llamaba mucho la atención el tatuaje de un barco con tinta azul que le ocupaba todo el brazo derecho. Era la primera vez que veía a alguien con un tatuaje, que me parecía cosas de piratas.  Una vez le pregunté por él y me lo mostró entero y me dijo que se lo hizo en México pero que le faltaba parte del velamen porque cuando el maestro estaba terminado de hacerlo “le dolía mucho” y le dijo que parara. Una de tantas anécdotas de su vida.

Me ofreció mi primera oportunidad en esta gran profesión que ambos amamos a finales de los años ochenta: trabajé como su ayudante en la Cadena Rato en Madrid, en un programa que se llamaba “Los domingos de Tico Medina” e incluso tenía mi sección propia “La brujita María”, donde leía los horóscopos que previamente me inventaba, todo hay que decirlo. Y luego estuve durante meses ordenando sus documentos, sus discos, sus escritos y transcribiendo a máquina (no había entonces ordenadores) las entrevistas que le hizo en un magnetofón a la genial Lola Flores y que luego usaría para escribir su biografía. Fuí de las primeras en España en enterarme que Antonio Flores había escrito una canción “de un gato” y que la iba a grabar su hermana Rosarillo y que “iba a ser un éxito”.

Le vi por última vez en Madrid, en su casa hace dos años (maldita pandemia) en compañía de mi marido y mi hijo. En ese salón rodeado de recuerdos, donde no cabía ni un alfiler, estaba sentado en su sillón junto a su mujer, mi tita Mayni.  Nos estuvo contando anécdotas como siempre de sus viajes y de su vida, de las personas que conoció; me preguntó si estaba escribiendo, que había que escribir siempre, que no lo dejara y por los libros que estaba leyendo. Pasamos una tarde muy agradable y mi hijo salió encantado. Le pareció un hombre muy interesante. Desde luego, con Tico no te aburrías.

Hoy ya no estás y me da mucha pena porque aún tenemos pendientes muchas conversaciones. Vamos a echar de menos tus entrevistas, tus palabras, tus cartas en la Cope, tus apariciones en Canal Sur en el programa de Juan y Medio. Pero estoy segura de que, en cuanto has llegado al Cielo, te has lanzado a hacer preguntas a san Pedro y a todo el que se te ha puesto por delante para documentarte y escribir tu última primicia en las nubes: las experiencias de un periodista desde el más allá.