Los problemas neurodegenerativos en adultos mayores han sido tratados en películas diversas, algunas de ellas excelentes como: En el estanque dorado (1981) de Mark Rydel (clásico); El hijo de la novia (2001) de Juan José Campanella (genial); Nebraska (2013) de Alexander Payne (sensacional); o Arrugas (2011), historia animada del español Ignasi Ferreras (magnífica). Hablaré de ellas en su momento.

Para ilustrar esta candente temática comentaré hoy tres filmes sobre una forma de demencia descubierta en 1906 por el neurólogo alemán Dr. Aloysius Alois Alzheimer, el cuadro clínico más frecuente de deterioro neurológico en las personas de edad, el más frecuente y apremiante en nuestro mundo, todo un problema de salud pública.

La llamada enfermedad de Alzheimer se caracteriza por pérdida de memoria, desorientación y pérdida de la propia identidad. Presenta también alteraciones de la conducta, todo lo cual impide que en el medio y largo plazo la persona enferma pueda llevar a cabo su vida cotidiana de forma independiente. Conlleva pérdida de autonomía y la consecuente dependencia. Precisa de medicación psicofarmacológica para los estados de ansiedad y agitación, y medicación paliativa para ralentizar la evolución del deterioro, pero no hay fármacos curativos. Para estos pacientes se hace necesaria la atención personalizada y terapia de estimulación socio cognitiva.

Por momentos el enfermo sufre y también puede llegar a ser una difícil carga para los familiares. Es por lo que suele aconsejarse en estadios avanzados, la atención profesional de cuidadores preparados.

EL PADRE (2020). Basada en una obra de teatro de título homónimo del afamado dramaturgo galo Florian Zeller, quien a su vez ha adaptado su obra al cine con la ayuda de Christopher Hampton. El libreto tiene un origen autobiográfico, cuando la abuela de Zeller tuvo la enfermedad de Alzhéimer. Pero el relato está centrado en un padre y una hija, un parentesco más directo y más próximo en edad.

Zeller aborda esta temática de manera sutil en ocasiones y en otras de manera contundente: el deterioro del padre y los conflictos en que se ve inmersa la hija que lo atiende, una realidad demoledora.

Anthony (Hopkins) es un hombre de ochenta años mordaz y difícil que a toda costa quiere vivir solo y rechaza a cuanta cuidadora su hija Anne (Colman) le busca. Anne está desbordada, ella no lo puede atender diariamente y observa que mentalmente su padre empieza a tener dificultades graves. Anne sufre la progresiva pérdida cognitiva de su padre, pero también anhela el derecho a vivir su propia vida.

Lo que sobresale en la obra es un reparto de lujo: Anthony Hopkins y Olivia Colman (que se lucen). Pero sin duda el gran protagonista es Hopkins, que acierta a recrear un demente personaje, mirada perdida y vaga, repitiendo diálogos, con un ánimo turbulento y perturbador. El padre se aferra hacer su vida y su hija se siente superada. Ambos sensacionales en sus respectivos papeles.

Zeller refleja perfectamente un drama cotidiano y veraz para muchas personas. Mostrar el alzhéimer en un hombre que cabila confusamente, olvidando a cada paso lo más cotidiano y esencial, sus recuerdos volando como el humo, arrebatos de hosquedad, también de ternura, desequilibrio y por momentos el terror de sentirse perdido en un hogar devenido laberinto indescifrable.

Tiene su interés en la cinta el cáustico y sagaz padre-alzhéimer y su definición de la familia, según su imaginario. Para el padre, él es el más inteligente, capaz y enérgico de la familia; su hija menor, fallecida, es la segunda en brillantez. La difunta esposa fue de cortas entendederas. Y la hija abnegada que lo da todo por él, es igualmente considerada torpe y fea. Resulta penoso ver la cara de infinita tristeza de Anne, por lo mal que la considera su amado padre.

Pero está también el padre como ser humano. Al final, cuando ya ha sido ingresado en una institución, vemos que su propia identidad y sus recursos mentales se diluyen definitivamente. En este punto Anthony ha perdido el rumbo, está indefenso. Adopta una actitud infantil ante la enfermera que lo abraza mientras él exclama palabras como “mamá”, “mami”, intuyendo que ha de desentenderse del mundo exterior y dejarse llevar por esa imagen protectora que lo va a acompañar en adelante. Esa es la despreocupación regresiva del “ser-demente”, la vuelta a la infancia a que alude Rainer Maria von Rilke cuando escribió: «La verdadera patria del hombre es la infancia».

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FALLING(2020). Vuelvo a hablar de esta película, aunque ya la había incluido en una entrega anterior sobre Viggo Mortensen, en la cual Mortensen es actor, guionista y director del film, que tiene como protagonista a un padre enfermo de alzhéimer.

John Petersen (Mortensen) es un piloto de aviación homosexual que vive con su marido Eric (Chen) y la hija adoptiva de ambos en el sur de California. El padre del protagonista, Willis (Henriksen), es un granjero de ochenta años, de pueblo, hombre conservador, violento y nada afectuoso. La madre ha fallecido y su padre está mayor, desorientado. Petersen decide traerlo a Los Ángeles a petición suya pues ya no puede mantener la granja.

Una vez todos juntos, Willis muestra señas de estar perdiendo la cordura, y lo expresa con una forma de actuar soez y dañina para su hijo y familia. Saca a relucir heridas del pasado, sus inapropiados comportamientos con su esposa y con sus propios hijos cuando eran pequeños, lo cual siembra gran malestar.

Nos vamos enterando a lo largo del metraje que John no fue un hijo felizmente deseado. Henriksen encarna la figura del padre que atropella y violenta. La brutalidad del personaje forma parte de su manera de ser, lo cual se acrecienta con la enfermedad.

La historia familiar actual está dominada por los sentimientos encontrados y la violencia infernal de un alzhéimer extremo. Y con la demencia, la moral y los buenos modales han quedado suspendidos, y la responsabilidad se disuelve.

Es la primera película que dirige Mortensen. No es propiamente autobiográfica, aunque está dedicada a sus hermanos. Como director se ve que ha aprendido mucho de su trayectoria de actor con múltiples realizadores y que entiende el capítulo del mal de Alzheimer.

En el nutrido reparto descuella un veterano y rotundo Lance Henriksen, en un papel que da miedo a la vez que repugna como demente fiero de sucia lengua. Viggo Mortensen está sensacional en su rol de hijo bueno. El resto del elenco es muy acertado con actores y actrices como Terry Chen (marido de John, bien), Sverrir Gudnason (como el Willis joven, correcto) o Hannah Gross (buen trabajo como la madre, mujer bonita y amorosa).

Es una historia sobre el enorme coste emocional de un hijo que quiere a un padre que no le corresponde. Mortensen soporta de su progenitor exabruptos intolerables, una serie de interminables peroratas racistas, misóginas y homófobas. Una visión compasiva de un padre demente, un padre con grandes faltas a sus espaldas difíciles de ignorar, aunque la cinta tiene el sello del perdón.

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EL VIAJE DE SUS VIDAS (2017). Película de viajes (“Road movie”) en la cual un matrimonio de ancianos con escasa salud, incluida la mental, viaja para huir de la sobreprotección de sus dos hijos y médicos; y para visitar la casa de Ernest Hemingway, un escritor admirado por el esposo.

El guion de Stephen Amidon es adaptación de la novela homónima del estadounidense Michael Zadoorian, todo un best-seller en el mercado editorial italiano. Y aunque el guion esté bien trabado, no por ello resulta menos lacrimoso y previsible.

Dos cuestiones importantes. La primera es que Virzi se lanza a su aventura americana alejándose de su parentesco con la comedia italiana, haciendo evolucionar la trama en un terreno que no conoce bien, usando claves provenientes de un lenguaje ajeno y mal asimilado.

La segunda cuestión es que Virzì pretende compensar ciertas deficiencias suyas con el carisma de su pareja de actores. Esto hace que deje en manos de Mirren-Shuterland asuntos como unas pinceladas de la América de Trump, que resultan triviales por ciertas fallas en el guion y en la realización.

La película tiene como valor principal la presencia de dos actores superlativos: la británica Helen Mirren, de 72 años; y el canadiense Donald Sutherland, de 82. La prestigiosa Mirren hace un trabajo muy bueno y tiene buena química con Sutherland. Ella es presencia esencial en esta cinta. Sutherland sintoniza perfectamente con la Mirren y aporta su conocida virtud como actor resuelto y de larga experiencia.

Creo que Paolo Virzi resuelve sin esforzarse demasiado la aventura sentimental de los dos protagonistas longevos, gracias a que Sutherland y Mirren colocan cada idea y cada detalle, cada rosa y cada espina, con lo mejor de sus grandes talentos. Hay en la película drama, humor, intensas emociones, entretenimiento y escenas un poco locas.

Sin olvidar que es un film sobre el olvido, el olvido del alzhéimer que padece el protagonista, un viejo profesor de Literatura al que las ideas le van y vienen, exhibiendo una presencia de mirada vaga ante el estupor de una esposa que sabe que su amor y sostén se va por momentos al terreno ignoto del descuido y la indiferencia.

Su marido, empedernido lector, ya no puede iniciar la lectura de una frase sin perder el sentido, antes de llegar al punto final. Ella empieza a vivir a su esposo como un extraño que ha reemplazado a quien fue su compañero.

La película pretende ser una aventura emocional de gravedad y diversión, a vueltas con asuntos como el tiempo, la memoria, la familia, el perdón o el amor. Y el alzhéimer a modo de hilo conductor para un rosario de metáforas dolorosas.

Desde mi parecer es un film que pretende ser humanista pero que se le ve el plumero, dibujando claramente que la vejez es dolor, amargura y desdicha, vómitos y sábanas mojadas de orina. Su conclusión no emociona tanto como parece desear su director.

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