Los acontecimientos habían dejado paso a la rutina, a la normalidad, rota por aquella pandemia, de la que prefería hablar en pasado. Los hábitos que no había podido adquirir volvieron a mí, a mis paseos, a mis horas apoyado en aquella barandilla mirando a la otra ribera del río. Apenas había barcos, y los de recreo que ocupaban casi medio río quedaban a mi derecha, y prefería no mirarlos. [Lee aquí los capítulos anteriores]

Frente a mí, aún quedaban los restos de la polémica noria. Miré el paisaje ahora medio vacío, la vuelta a una rutina extraña y absurda de inmovilismo en donde lo que hacía la mano derecha era censurado por la mano izquierda, y a la inversa. Pues si era la mano izquierda quien lo hacía, la derecha trataba de destruirlo.

Mirando el río se me asemejó a la política, una margen izquierda y una derecha, pero en función de donde estuviéramos colocados. En medio, el río, el que dando sentido a ambas orillas a veces era olvidado, pues las riberas se empeñaban en llenarse de maleza y sedimentos que agotaban la propia vida.



La vuelta a la rutina no me dejaba indiferente, mis cafés, mi “Bigotes”, “mi” ciudad de adopción, a la que poco a poco comprendía y amaba.

Seguí mirando aquel río, el sol aun calentaba lo suficiente como para ser muy agradable, y lentamente, me fui dejando caer en una ensoñación en la que la que la imagen frente a mí se limpiaba de miserias y se convertía en un espacio agradable, un hermoso paseo, construcciones, y se unía a la ciudad.

Tal y como fue creciendo la imagen en mi cabeza, fue creciendo la realidad de una oposición, daba igual el color, pero fuere quien fuere el que decidiera darle vida a aquella margen, se encontraría con la crítica destructiva de quienes no faltarían en acusar de corrupción, de favorecer o de perjudicar a la ciudad… cada día tenía más claro que daba igual la ciudad, el país, daba todo igual, la política era el quinto jinete del apocalipsis, el que frenaría, destruiría y acabaría con la humanidad, y acabaría con ella a base de envidia, incultura, fanatismo  y dulce oposición.

En fin, abrí los ojos, era hora de tomar un café y seguir soñando.