Siempre es bueno retornar a los viejos recuerdos, los temas, a veces, se repiten de forma incesante, y resulta triste que siempre sea el mismo relato, los mismos argumentos, la misma desidia la que presida el comienzo de la misma historia.

La vista se detiene, como también el tiempo, cansado, solo y frío se nos muestra aquel albero, y ese espacio entre el todo del centro empezando o acabando según la dirección, ese espacio donde se unen el viejo Puerto y el nuevo Puerto, sigue su mismo destino de abandono y olvido, año tras año.

El Paseo de la Victoria, el parque olvidado, el rincón coqueto de la infancia de tantos y tantos que piedras tiramos a los patos, el mismo que año tras año, con impaciencia, espera y espera. Nadie duda de que esté cuidado, limpio, y frío.

Contrasta con el parque del Vino Fino, su gemelo separado por solo un carril, y en el que cada día, aficionados a los perros entrenan, en donde se improvisan partidos de pelota, y en donde una bandera, cada 28 de febrero, se alza orgullosa en homenaje a la comunidad. Y sin embargo, el dorado albero, la rocalla agotada y los parterres centenarios, quedan huérfanos, zona de paso, testigo de tímidos paseos, y sin embargo, y sin un motivo, sola y triste en cada tarde.

No hay culpables, porque los intentos quedan huérfanos, y sin embargo, con instalaciones a punto, qué no daría yo por sentarme bajo sus árboles en la terraza de aquellos sueños a tomar una cerveza al caer la tarde.

Cada año, cada etapa, cada gobierno, cada portuense, piensa y se acuerda, y, sin embargo, porque damos la espalda a uno de los más bonitos y viejos parques de la ciudad. Quizás una terraza, más eventos, o solo nuestra dedicación puedan hacer sonreír los alcorques olvidados.