La ciudad se prepara para acoger a su población no estable, El Puerto, la ciudad llena de segundas residencias no puede impedir la ocupación, además, kilómetros de playas se llenarán de vida llegada de pueblos sin costa.

Todo ello, entre la calma y el miedo, se irá intensificando día a día. Para colmo, las noticas no paran de mencionar rebrotes en países en los que la pandemia se había superado, noticias de localidades españolas con nuevos casos.

El verano en la ciudad se espera y se teme, pero, cómo evitar vivir, vivir como siempre lo hemos hecho. La prudencia y la ignorancia nos hacen fuertes y atrevidos, y llegamos a un punto en el que la relajación contrasta con el respeto de muchos por las normas.

Como es natural, los extremos nunca fueron buenos, y menos ahora. No se puede caer en la relajación más absoluta volviendo a una normalidad como si nada pasara, pero tampoco en un miedo irracional que niegue el poder vivir.

Quizás ahora se ponga a prueba el buen hacer, el respeto hacia quienes son más vulnerables, la responsabilidad cumpliendo las normas, la amabilidad acogiendo a quienes vienen a compartir nuestro modo de vida, la comprensión con quienes tienen aquí su segunda residencia… la prudencia, la prudencia más absoluta es la clave, el sentido común la base de todo, y la fortaleza para aguantar lo que puede o no venir, se hace fundamental el sentido común para seguir manteniendo nuestro modo de vida.

Cuando ya hemos pasado la peor de las incertidumbre, la más dura de las pruebas, cuando hemos dejado atrás el caos y el confinamiento, deberemos acostumbrarnos a vivir con naturalidad, con normalidad los nuevos tiempos, ni mejores ni peores que otros, pero en el que hemos comprobado que no somos invencibles, ni inmortales, y que a la vuelta de la esquina, algo, que no controlamos, nos puede volver a golpear en donde más nos duele… la vida.