Ámsterdam es una bonita ciudad con numerosos encantos como sus canales, el exotismo del Barrio Rojo o los coffee shops donde se puede fumar toda la variedad de hierbas prohibidas sin temor a la justicia. En cuanto a arte tenemos allí el gran Rijks Museum, para disfrutar de la pintura de Vermeer o de Rembrandt, entre otras grandes paletas. Pero lo que anhelan muchos visitantes es adentrarse en el museo Van Gogh y poder experimentar la fuerza de las pinturas del maestro neerlandés (Zundert, 1853-1890).
De la vida Vincent Van Gogh se sabe bastante, en lo esencial que fue una persona genial a la vez que profundamente atormentada e infeliz. El cine ha abordado en diversas ocasiones su soledad desesperada (sólo le quisieron su hermano Theo y a ratos Paul Gauguin), su enorme capacidad creativa, su infinita sensación de fracaso al no conseguir vender un solo cuadro en vida, sus internamientos en hospitales psiquiátricos, lugares a los que le conducía su gran dolor existencial y sus delirios, su aislamiento y sus fases depresivas. Vincent se arrebataba ante los paisajes y la luz de Arlés y Auvers-Sur-Oise.
Puso un punto y final optando por el suicidio a los 37 años de edad.
En estas líneas comentaré un par de obras sobre su vida. El loco del pelo rojo (1956) de Minelli, protagonizada por un excepcional Kirk Douglas y un vitalista Anthony Quinn interpretando a Gauguin. La segunda película que comentaré es una maravillosa cinta polaca de insólita animación Vangohsiana, Loving Vincent (2017); y me referiré finalmente a Van Gogh, a las puertas de la eternidad (2018), que lleva la firma de Julian Schnabel, pintor además de realizador de cine.
EL LOCO DEL PELO ROJO (1956). Vincente Minnelli logra con este título una película superlativa, dramática y verídica sobre la vida del famoso pintor expresionista Vincent Van Gogh (Douglas) y su relación con Gauguin (Quinn). Kirk Douglas es el fiel retrato del pintor holandés, tanto físicamente como por su enorme trabajo interpretativo. Douglas le pone una gran carga dramática al artista que todos sabemos era impetuoso y desequilibrado. Acompaña un sensacional Anthony Quinn en el papel de Paul Gauguin, una interpretación llena de fuerza que valdría un Oscar de la Academia.
Minnelli es totalmente riguroso con las recreaciones, la ambientación y la iimpecable adaptación llena de fuerza, en un relato apasionante sobre la vibrante y atormentada vida del gran pintor del pelo rojo, que desde entonces ha quedado unida a la los rasgos y las características físicas intensas de un Kirk Douglas sembrado, que bien habría merecido la estatuilla de Hollywood, pero esa es otra historia; Douglas se sumerge en los intrincados laberintos mentales de VG. Además, Minnelli evidencia que es uno de los grandes maestros del color en el cine, consiguiendo un film de una enorme belleza visual, ayudado por una fotografía de lujo de parte de Freddie Young y Russell Harlan.
Impecable adaptación de la vida del maestro y gran recreación de la pintura de Van Gogh, una oportunidad para deleitarse con sus hermosas pinturas "La Noche Estrellada", "Los Girasoles", "Café de Nuit" y muchas otras.
Tiene el filme un guion de los muy buenos, muy poético y filosófico, que reflexiona sobre la naturaleza y su relación con el hombre, las dificultades por las que pasamos en la vida y es también una muestra de sufrimiento y esperanza. Esas ansias de vivir de Vicent, su valor para convivir con una enfermedad que lo consumía y su incondicional amor a la pintura.
LOVING VINCENT (2017). Insólita y bella cinta polaca dirigida por Dorota Kobiela y Hugh Welchman, con formato de cine de animación en el que todas sus secuencias han sido pintadas por un grupo de artistas imitando la técnica y los colores que utilizaba Van Gogh. Tiene su lógica que la primera película de animación pintada al óleo y completamente a mano esté dedicada a VG, un pintor de formas y colorido inexplicable.
En la cinta, el artificio en sí es una obra maestra y cuesta mucho no quedar hipnotizado con sus trazos espesos y vibrantes. Porque el cuadro que ab initio es estampa fija, pugna constantemente por salirse de los límites del marco, algo común en VG y sus paisajes en constante fuga. Así, esta evasión concluye en un fluido que nos lleva de personaje a personaje, de obra en obra, camino a Auvers-sur-Oise con el fin de desentrañar un enigma en torno a la muerte del pintor. “El resultado es, por una parte, un hito del continuo ir y venir de influencias entre pintura y cine, gracias en esta ocasión a la suma de rotoscopia, stop motion y pincel, que sobrepasa con creces el concepto del tableau vivant” (Arantzazu). Hay en este afán detectivesco, el problema de, por su insistencia, perder algo de la pureza del arte, de la voluptuosidad de una pintura intensa y casi sólida.
En la historia, transcurrido un año tras la muerte de Vincent, 1891, el cartero Roulin le pide a su hijo Armand que entregue en mano la última carta de VG a su hermano Theo, carta que no había llegado a destino. Sin mucha convicción, Armand que no tenía buena opinión de VG acepta con disgusto el encargo por el afecto que su padre sentía por el pintor.
Es el primer largometraje compuesto de pinturas animadas y es un homenaje en toda regla a VG. Cada fotograma es un cuadro pintado sobre óleo al modo de VG, y hay decenas de miles de fotogramas pintados uno a uno por una pléyade de magníficos artistas, a lo largo de varios años. Estilo VG en estado puro, cine artesanal muy hermoso.
Pulso, colorismo, belleza que brilla con apabullante originalidad formal, fiado el film a un asombroso óleo fotográfico, pues de eso se trata. Uno queda fijo en la pantalla con los vibrantes trazos que vemos en la pantalla.
Van Gogh pleno en un trabajo impactante, no sólo desde un punto de vista plástico, también como emocionada consideración y admiración a un pintor controvertido que no fue comprendido en su momento.
VAN GOGH, A LAS PUERTAS DE LA ETERNIDAD (2018). La historia narra la época en 1886, en la que Van Gogh (Willem Dafoe) se mudó de Holanda a Francia, donde vivió un tiempo conociendo a miembros de la vanguardia pictórica de la época, incluyendo a Paul Gauguin (Oscar Isaac) en Arlés. Un tiempo en el cual produjo obras maestras hoy muy conocidas.
Julian Schnabel es un director reconocido y a la vez es un pintor de fama, de corte neo-expresionista. Y se nota que la cinta ha sido dirigida por un pintor. Schnabel se adentra en el espíritu de Van Gogh con una gran intuición y sacando a flote vivencias y pensamientos del artista que sólo se entienden bien desde la perspectiva de otro creador plástico. Además, Schnabel sabe atrapar el cromatismo de los interiores vangohianos, así como la explosividad que plasma en esos lienzos intensos que, como le dice Gauguin, parecen escultura más que pintura, por el grueso de sus poderosas pinceladas.
La cinta tiene un libreto importante que realza el mundo interno de VG y sus conflictos con la gente de Arlés y sus desacuerdos con Gauguin. Pero sobre todo subraya las reflexiones y los abundantes intercambios epistolares que mantuvo con su hermano Theo, autocalificándose a veces como "una nulidad, un tipo raro o un ser humano desagradable".
Grandísima fotografía de Benoît Delhomme, que en ocasiones se funde con el estado de ánimo de V.G. y con los amarillos de sus pinturas.
En el reparto destaca por encima del resto Williem Dafoe, sin duda una elección más que acertada para el papel protagonista de Vincent; por empezar, su físico es muy parecido al de VG; y por seguir, Dafoe se funde en la personalidad del pintor de forma medida, pues es sabido que VG fue excesivo y excéntrico y para un actor cabe el riesgo de la exageración. De otro lado, Rupert Friend está igualmente brillante como Theo Van Goh; estupendo Oscar Isaac en el rol de Paul Gauguin; Mads Mikkelsen excelente como el sacerdote del manicomio que ha de darle el alta. Schnabel consigue en su obra lo que otras versiones no vieron, revelar al pintor metido de lleno en el proceso de creación. Schnabel nos enseña que la locura de VG contiene elementos necesarios para entender su genialidad, de la misma manera que en su genio hay atributos de locura. No tenemos más que pensar en esas escenas en las que V.G. se asimila al entorno untándose la cara con la tierra o abrazándose a un trigal pues el artista siente una fascinación y apego vital con el paisaje. Y paralelamente se produce en él una actividad febril y pintaba hasta la extenuación. Pensemos que cuando VG muere a los 37 años dejó la friolera de 2100 cuadros acabados.
Maravilloso punto y final cuando la pantalla aparece totalmente amarilla mientras se escucha un texto de Gauguin sobre Van Gogh. Un instante sereno e intenso que cierra con broche dorado, nunca mejor dicho, esta meritoria película.
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