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Hay cine bélico bueno y hay cine bélico de películas locas y delirantes, sin pies ni cabeza. Hoy me referiré a sendas películas con guerras absolutamente impensables en el territorio norteamericano: Civil War (2024), de A. Garland; y Amanecer rojo (1984), de J. Millius.

 

CIVIL WAR (2024). Esta cinta, dirigida y escrita por Alex Garland, es una de esas obras sin sentido en su temática, salvo que el “sinsentido” sea el sentido. Está bien realizada, monta e interpretada, pero lo que cuenta es una especie de semblanza dañina, fatigosa, ardua y totalmente salvaje de cuantas cosas uno puede imaginar que le ocurran al mundo, a sus potencias y a los poderes que lo gobiernan.

No sabría bien a qué género atribuirla, salvo que es una película que explica y aclara poco, que carece de coherencia, o sea es un bluf, que no enseña nada y que parece realizada y producida para molestar y joder bastante al mundo, como si no hubiera suficiente con lo que hay.

Abunda en el terreno de la distopía política, que imagina escenarios potenciales, siempre que ocurran no se sabe cuántas cosas locas antes y ninguna buena, como haciendo una reescritura de la Historia, con insólitos escenarios que son naturalmente improbables, amén de sorprendentes. Quizá está hecha la cosa para alarmar, sin más.

Este cine sí tiene de acertado el análisis y crítica del periodismo. Los personajes del filme pretenden cubrir una guerra civil estadounidense. Se centra en dos reporteras gráficas encabezadas por Lee (Kristen Dunst), que van recorriendo un país sumido en el caos, para fotografiarlo con sus cámaras. Alex Garland examina y siembra puntos de reflexión sobre cómo se encara y retrata la violencia, por más cruda que sea.

Estas periodistas parecen impulsadas interiormente, voluntarias compulsivas de la noticia gráfica, que huyen de alguna manera del desamparo íntimo, o que pretenden algo tan romántico como como buscarse a sí mismas en medio del fuego y la metralla.

Pareciera que les fueran a ocurrir cosas milagrosas, arriesgadas, venturosas, encuentros y desencuentros y el afrontamiento de acontecimientos grandiosos. Personifican a hombres y mujeres que, si logran llegar al final de tanta sangre y muerte, es muy probable que sientan que su existencia ha cambiado.

Entre los intérpretes destacan y son creíbles Kirsten Dunst que está sensacional como Lee, la fotoperiodista principal con el objetivo de su cámara siempre presto a captar la imagen que sea de la guerra, si es truculenta mejor, lo cual plantea la ética del reporterismo de guerra y del periodismo en general.

Wagner Moura muy bien como periodista que acompaña en todo momento y dispuesto a jugársela. Stephen McKinley Henderson es el periodista mayor, una maravilla de papel: sensacional. Cumple también Gailee Spaeny como Priscilla, la muy joven e inexperta reportera; todos ellos encarnando las figuras del reporterismo. No olvido a Jesse Plemons, con la escena más terrorífica de la cinta e incluso de los últimos tiempos: un mercenario despiadado y demente.

En fin, estos reporteros tienen como misión llegar a Washington, antes que los rebeldes asalten la Casa Blanca, antes que arrebaten el control al propio presidente, para entrevistarlo.

Pero además del periodismo, el filme es una road movie tensa e intensa. Desde que el grupo comienza su viaje por carretera, se van viendo diversas secuencias pavorosas que producen una ansiedad permanente. La carretera se convierte, así, en un personaje más de la cinta.

No es una película de guerra, es más bien una especie de historia hoy por hoy de ficción y cero probable, pero que quiere hacer aparecer en el espectador y en la sociedad el demonio de la escisión, de la separación (hoy tan cacareada por la prensa), entre los estadounidenses de una tendencia y sus opuestos, trumpistas o de Laden, en fin, para mi manera de ver, fábula de mal gusto.

Película de situaciones equívocas y turbadoras que nos va descubriendo con innegable pulso, situaciones ambiguas y turbulentas.

Algo bueno tiene el filme, y es que Garland ha decidido desterrar todo el histalache digital que se suele llevar hoy en el cine, junto a cierta apoteosis de circo, para centrarse en un relato que ha sido rodado con poderío de cine clásico y nervio, que tiene momentos de impacto e incluso de sobresalto y alarma. Junto a ello, situaciones batalladoras e incluso angustiosas, dirigido ello a la incomodidad y al exceso.

 

AMANECER ROJO (1984). Era una tarde de invierno en Madrid, había ido a visitar a mi madre y salimos juntos con la intención de ver una película librados al azar, la que nos inspiraran en las carteleras de la Gran Vía. A mi madre le gustaba mucho el cine, yo diría que cualquier peli entretenida le venía bien.

En uno de esos imponentes carteles de aquellos años ochenta aparecía anunciada a todo trapo: “Amanecer rojo”. No lo pensamos mucho pues estaba por comenzar la sesión y el título era sugerente. Nos metimos en la sala.

No tardé en darme cuenta de que la palabra “rojo” tenía el simplón sentido político del comunismo. Así era la cosa. Resultaba ser que un ejército de soldados soviéticos, cubanos y nicaragüenses, sin previo aviso, en un amanecer cualquiera, habían decidido invadir ¡Estados Unidos nada menos y desde su propio corazón!

Es la III Guerra Mundial, una guerra loca de expansión insólita del comunismo por dentro del puro imperio.

En un lugar donde habían caído miles de paracaidistas y fuerzas de todo tipo, en una escuela o instituto yanqui cercano, al percatarse de la terrible invasión, unos jóvenes avezados, valientes y patriotas deciden hacer frente a todo ese descomunal ejército en un contraataque insólito a la vez que rápido.

John Millius, un director que tenía en su haber alguna peliculita entretenida y decentilla (Dillinger, 1973; El viento y el león, 1975; o Conan el bárbaro, 1982), parece que quiso jugársela a un todo o nada suicida dirigiendo esta película entre paranoica y surrealista. Una fantasía para espectadores adolescentes, temática infantiloide incluso, en la cual Millius salió desprestigiado y devaluado, según mi parecer.

Pero mi madre la disfrutó pues, la verdad, los actores no están mal, hay guerra de guerrillas, los jóvenes yanquis con arcos y cosas así ante la maquinaria soviética y soldados rojos saltando por los aires y todo eso. O sea, entretenida puede ser si se obvia la exaltación patriótica, la impensable invasión o el delirio paranoico. Y Millius, mal que bien, mantiene la historia en marcha, un poco tirando a “far west” bélico.

Tiene un reparto excelente, las interpretaciones son tan buenas y el ímpetu emocional tan potente, que incluso, haciendo abstracción del resto, se puede disfrutar. Actores y actrices buenos y conjuntados como Patrick Swayze, C. Thoemas Howell, Lea Thompson, Cherlie Sheen, Ben Jhonson o el gran Harry Dean Stanton.

Desde luego yo no me tomo la crítica de esta peli a la tremenda, como algunos comentarios que dicen que es cine para fachas y mencionan el gusto que le daría a Ronald Reagan visionarla, etc. Es sencillamente peli, como la anterior, delirante, pero de peor calidad.

Sí le encuentro un defecto muy yanqui: el bochornoso mensaje antieuropeísta de la cinta, pues sólo los británicos les ayudan en ese brete en el que se ven.