Recorrer los vientos de El Puerto, al amparo de sus palacios, dejando secar la melancolía al ritmo de las mareas. Recorrer caminos y calles, dejando atrás los aromas de las botas olvidadas. Recorrer el presente, dejando que los vientos asienten los sentimientos y la desgana que se va olvidando.
La ciudad despierta como tantas veces, arropada por sus vientos, al compás de esas mareas, que ocultas por los pinos, van filtrando su frescor hasta llegar a la ciudad.
Ya no es tiempo de los llantos, el recuerdo no se olvida, la pena y la tristeza se buscan un nuevo hueco en nuestro pensamiento. Es tiempo de presente, tiempo de vientos, de encontrarse con los paseos y las terrazas.
El manido tema queda atrás, presente aun con el miedo a las espaldas, pero encarando una visión mecida por el viento. El Puerto vuelve a mirar a sus cielos, a su levante, preguntándose si durará tres días o siete, disputando con quien sabe, un recuento siempre incierto. Y es que, al final, pase lo que pase, las cosas van buscando el lugar que nunca perdieron.
Más que nunca, las trivialidades adquieren una importancia que a veces olvidamos, y el levante, el viento que siempre acompaña, se vuelve temido y amado, vaciando playas, secando muros, envolviendo y arropando los cuerpos caldeados de quienes buscan la paz.
El Levante, el Levante y El Puerto, el viento y el mar, los motores de una vida que vuelve poco a poco a su normalidad. Una vida que se olvida y que recuerda, con la misma fuerza, los días pasados y los días futuros, porque si ya vivimos el miedo, el futuro es tan incierto como verdaderamente desconocido.
El presente, el ahora, el momento que ya es pasado, se vuelve levante, rápido y veloz, como tratando de despegarse de aquellos momentos malvividos. El Puerto es hoy presente, presente y Levante.