Las noticias sobre el pico y la curva me hacen posar la mirada en la sierra, en San Cristóbal, nada me impide volar hacia el campo, hacia las suaves lomas de una sierra casera y urbana.
Pienso en las cimas, en las grandes montañas, en las ascensiones, y aunque sé que nadie vendrá a escalar nuestra sierra, si me consta la grandeza de la misma.
Dominando las alturas, y con el mar casi a sus plantas, dejando que un río bordee sus fronteras, la historia se abre hueco por entre sus piedras. Su legado se nos pasa desapercibido para la mayoría, y miramos sus rocas cuando al pasar con el vehículo, le restamos importancia.
Ahora, ahora precisamente que se hace imposible pasear por ella, la recorremos ilusionados, nos atrae el misterio de sus cuevas, y nos dejamos arrastrar por antiguas historias de fenicios y de griegos.
Nos trasladamos a un Tartessos mítico, y descubrimos la longevidad de nuestras costas y nuestro asentamiento. Lo dilatado en el tiempo, el sufrimiento, las conquistas, las formas, los cambios… todo se pasa por delante de mi confinamiento recordándome que todo pasa, y que quizás, cuando pasen muchos años, estemos o no estemos los hombres ocupando los mismos espacios, formaremos parte de una historia.
Ahora que se me hace imposible recorrer sus senderos, nuestra sierra se me abre en una mente deseosa de conocer más, a sabiendas de que muchos la estudian y analizan, esperando la tan ansiada puesta en valor de sus características.
Hoy, cuando todo parece no tener un fin me siento pequeño ante la historia, meto en las alforjas los días pasados, ni siquiera los siento como una pesadilla, sino como unos días vividos, y poso mi mirada en el día de mañana, pero viviendo el presente.
Hoy, hoy decido visitar los senderos, hoy echaré de menos a personas que junto a mi comparten la vida en la distancia, hoy, hoy será un día más en mi vida, y mañana… mañana viviremos el día sin lamentar lo vivido.