El Sol ha vuelto a salir, las nubes me ocultan a veces el calor que me acompaña, dejándome una extraña sensación, igual que cuando tumbado en la arena, dejaba pasar las horas mientras las olas me ofrecían un concierto maravilloso. [Lee aquí los capítulos anteriores]

Echo de menos algo a lo que no pude llegar a acostumbrarme, echo de menos algo que pensé que jamás olvidaría, echo de menos mis paseos, mis cafés, mis charlas, mi Sol.

Desde la balconada contemplo las calles vacías, me transporto a otros lugares, a otros momentos, y es que en tan poco tiempo, deseaba este Sol sobre El Puerto, necesitaba conocer el abrazo dentro de esta ciudad, y la pérdida de movimiento, la constante vigilancia, las miradas acusadoras, me devuelven a tiempos que solo conocía de oídas.

Me devuelve a lugares que solo veía en los telediarios. Veo noticias de otras ciudades, de otros países, hablo con mis conciudadanos, con los que dejé atrás, y al final, decido no ver noticias, ni abrir el Facebook, pues peor que la pandemia, peor que la enfermedad, es el capote gris que cubre todo, falso o verdadero, la realidad es abrumadora.

Mi Sol nace cada día, y cerrando los ojos, vuelvo al único lugar que me consuela, a la playa, a esa playa cercana que casi puedo oler, sueño con dejar que mis pies se hundan en las doradas arenas, cierro los ojos y noto el calor que me sube por las piernas, me detengo allí, y de pie noto que al calentarse mis sentidos, una ola me acaricia los pies, noto la humedad con olor a sal que me reconforta, casi tanto como el calor. Una mezcla sabrosa entre el calor y la fresca humedad que me otorga el equilibrio necesario para respirar, respirar, respirar ese viento cálido y fresco que me transporta al bienestar.

Gracias a todos, gracias a todo, mi mente confinada se recupera, resucita, el Mar del Puerto me devuelve a una vida que me han quitado.