La Semana Santa avanza implacable, como si nada sucediera, este año, como ya ocurriera en el pasado, y como ocurrirá en el futuro es Jueves Santo.
Litúrgicamente un día importante, cefradamente, día grande donde los haya. Ateamente, agonísticamente, o laboralmente, el principio de un puente para el descanso y el disfrute.
Hoy Jueves Santo, a todos nos trae recuerdos en un sentido u otro, para algunos, un día más en sus trabajos, pero especial. Este año sin embargo, todos compartimos un sentimiento que nos llevará a la Madrugá. Todo, todo lo que pensábamos, todo lo que somos, todo lo que defendemos nos da una lección de Humildad, la cerviz en ocasiones se tiene que doblegar, no por alguien o algo, no porque este alguien por encima.
La propia vida nos da una lección de humildad que nos lleva a poner en cuarentena todo lo que pensábamos. Derechos y libertades cercenados; familias alejadas sin poder dar un abrazo; parejas que no pueden verse unidas por el amor de la distancia; hijos lejos; el no poder tomar la mano en el último adiós. Todo aquello que en algún momento dijimos que era algo imposible, ahora es posible y lo vivimos.
Hoy cobra más sentido que nunca la Paciencia porque nada podemos hacer. Humildad y Paciencia para soportarla, y para soportar el peso emocional de una particular cruz que cargaremos, y aunque algunos tomen una piedra, una carga, o llámenlo como quieran, hoy a todos nos une nuestro particular peso de los sentimientos y problemas.
Hoy todos somos como aquel Nazareno, que con Humildad y Paciencia, tomó su cruz y avanzó. Sin embargo, como en aquel momento, llegará un día de esperanza e ilusión, porque nada es en vano, ningún sacrificio queda sin recompensa, que de algún modo u otro nos hará más fuertes.
Hoy, hoy especialmente, es el comienzo del fin, o el principio del final. Seamos humildes ante lo que vivimos, tengamos paciencia, carguemos con todo y mantengamos la esperanza de que al tercer día todo cambiará.