[Tercer día confinamiento: Daños corazonales] Toda medida drástica, como la que vivimos tiene daños colaterales, personales, y no podemos pedir que instituciones u organismos piensen en ellos, es normal, tiene que tender a la generalidad.

Aun así, cada caso es un mundo, cada familia una historia, cada compromiso un sacrificio, en definitiva, cientos de miles de millones de intrahistorias que no saldrán de los entornos más íntimos.

En ese orden de cosas, lo mejor es pensar en que no algo personal, no hay una conjura de los astros contra una persona en particular, pero, sí que es cierto, que, para cada persona, su caso será único, inenarrable y sobre todo el peor de todos, porque, claro está, le afecta personalmente.

En momentos así habría que detener la caja de los sueños, parar el pensamiento, y pensar en algunas historias que pueden ser peores.

Me imagino ese enfermo, de cualquier otra cosa que no sea el virus, y que, por culpa de él, se ve obligado a estar solo con un acompañante, y sobre todo en el resto de la familia que no puede estar con él. Imaginemos si además se sabe que son los últimos días. Imaginemos esos padres, residentes en la costa, o en otros lugares, o incluso en las mismas ciudades… esos padres cuyos hijos y nietos no pueden ni siquiera acercarse a darles un beso… imaginemos esa pareja de novios con pocos años, inseparables, que mueren de amor si un lunes la otra persona tiene que ausentarse.

El confinamiento es el más débil de los sacrificios, porque quien lea esto, de seguro que tiene un caso mucho más duro… aunque sea la muerte a pellizcos de estar con los niños 24 horas seguidas, por mucho que se les quiera.

Piensen en los cientos de parejas que se podrán reconciliar en estos días, porque como en los barcos, no hay más que popa y proa.

Reflexionen, eliminen la angustia, el tiempo se ha detenido, pero la vida sigue y seguirá en unos pocos días… porque cuando se ama, que son dos días, diez o cuarenta días.