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En una de las películas de las cuales hablaré hoy, Cuestión de justicia (2019), un cartel da la bienvenida a Monroeville (Alabama), que es la ciudad donde se desarrollan los hechos del filme; pero que es también el pueblo de la inolvidable película, Matar a un ruiseñor (1962), basada en la famosa novela de Harper Lee de título homónimo, que fue llevada a la pantalla por Robert Mulligan con Gregory Peck en el papel de Atticus Finch, el abogado que defiende a un hombre negro de la falsa acusación por haber violado a una mujer blanca en los años treinta.

El conocido personaje Atticus Finch ha representado desde años atrás, el modélico héroe estadounidense cuajado de compromiso ético y democrático en un escenario adverso. También como paradigma del “salvador blanco” en los problemas ligados a la desigualdad racial. De manera que en el mismo lugar el que se desenvuelve Matar a un ruiseñor, se ambienta la película Cuestión de justicia, drama judicial basado en hechos reales. Y no precisamente en los años de la segregación racial, cuando se desarrollaba el relato de Lee y la película de R. Mulligan, sino en los años noventa, en los cuales no habían cambiado muchas cosas para los afroamericanos.

A todo ello añadimos la presencia de un noble abogado negro dispuesto a luchar por la defensa de los más desfavorecidos, y una falsa acusación que puede llevar a un inocente a la pena de muerte. En este punto sí tenemos paralelismos entre ambas películas. Pero claro, no hay dos iguales, de modo que junto a la temática del racismo en ambos filmes, hay notables diferencias, sobre todo en cuanto a la calidad de la narración, el retrato de ambientes y el dibujo de los personajes. Pero veamos qué se puede decir al respecto.

MATAR A UN RUISEÑOR (1962). La historia es una adaptación de la novela del mismo título de Harper Lee, que narra los avatares de una población del sur de EE.UU. en plena época de la Gran Depresión. Atticus Finch (Gregory Peck) es un abogado de provincias a quien por indicación del juez le toca defender de oficio a un hombre negro acusado de haber violado a una mujer blanca. Y aunque nada lo incrimina de manera irrebatible, el veredicto de un jurado compuesto por blancos es tan previsible que finalmente el reo es condenado. No obstante, Atticus Finch hace una valerosa y emotiva defensa del acusado que le granjea enemistades, pero le otorga el respeto y la admiración de sus dos hijos, huérfanos de madre.

El film tiene una dirección maravillosa de Robert Mulligan, un excepcional guion de Horton Foote basado en la novela de Lee (Oscar), fotografía nítida y preciosa de Russell Harlan (B&N), una archimeritoria dirección artística (que le valdría otro Oscar) y por supuesto la genial interpretación de Gregory Peck, que valdría para el tercer Oscar del filme. Igualmente llamativas son las interpretaciones de los niños, auténticos protagonistas, pues es a través de ellos, sobre todo de la hija, que se narra la historia.

La película es un cántico a la honestidad y al civismo en una época oscura de racismo, intolerancia e ignorancia, donde un hombre viudo y sus hijos se convierten en adalides de los más desfavorecidos, la gente de color –sobre todo- y los enfermos mentales, encarnado en un personaje demente que acaba jugando un decisivo papel en la historia. Una película aleccionadora y bella, emotiva y tierna.

Una película que nadie con sensbilidad debe dejar de ver. La mera presencia y genial interpretación de Gregory Peck ya es suficiente, pero la película tienen mucho más. Es un cántico a la vida, a la vida tal como es, incluidos sus aspectos terribles. Pero como le dice Atticus a su pequeño hijo: quería evitarte que vieras estas cosas (tremendas) de la vida, pero es algo que no se puede impedir. Un diez para este film de siempre jamás.

 

CUESTIÓN DE JUSTICIA (2019). Bryan Stevenson (Michael B. Jordan), recién licenciado brillantemente en Derecho por Harvard llega a Monroeville a finales de los años ochenta con el objetivo de defender a los negros encarcelados en el corredor de la muerte. Son víctimas de sentencias racistas por parte de tribunales arbitrarios.

Alabama sigue llena de hombres entre rejas, mayormente negros. Stevenson solicita abrir el juicio de D. McMillan (un espléndido Jamie Foxx), sentenciado por la muerte de una chica blanca, todo ello sin pruebas irrefutables, más bien al contrario. Stevenson pretende reabrir el caso haciendo que el testigo principal (blanco), se retracte de la falsa acusación que en su momento hizo. Si la cosa no va bien, McMillan será ejecutado.

Buena la dirección Destin Cretton que sigue un guion bien escrito por él mismo junto a Andrew Lanham, adaptación del libro de memorias del protagonista en la realidad, Bryan Stevenson (2014): “Jut Mercy: A Story of Justice and Redemption”. En ocasiones el guion parece simple, con tendencia a aleccionar, con sobrados subrayados sobre el racismo y lo mala que es la policía de Alabama. A cambio, mantiene la tensión sobre el destino del encausado McMillan, incluso aunque se prevea lo que va a ocurrir.

No es un filme original, pues Hollywood ha hecho ya otras películas sobre la pena de muerte en clave de melodrama procesal y carcelario. Pero aporta la novedad de que, además de denunciar la pena capital, también cuestiona la Justicia, o sea la conjunción jurisdicción-policía en el Sur, donde los negros acusados son prácticamente prejuzgados con procesos e investigaciones irregulares.

Podemos presenciar a lo largo del metraje situaciones violentas de racistas blancos contra negros indefensos, o por parte de las fuerzas del orden y de la justicia. El reparto es un valor y sostén de la película gracias a un brillante Michael B. Jordan que está muy convincente, al igual que Jamie Foxx, más contenido que en otras ocasiones; y hay que sumar la estupenda Brie Larson en el papel de Eva Ansley, la principal ayudante de Stevenson en la organización que funda (Equal Justice Initiative).

Destaca igualmente el sutil trabajo de Rob Morgan, que interpreta al reo que será ajusticiado. Este cuarto largometraje de Cretton es una propuesta tradicional que tiene el sabor de las películas clásicas de juicios, con momentos genuinos y trascendentes en los cuales se sintoniza con los personajes principales, pues además hay tramos documentales reales; también es palmaria la sensibilidad con que Cretton aborda la sincera hermandad entre los reos del corredor de la muerte. Todo ello le pone alma y corazón a un relato que conmueve y sensibiliza a la vez.

Sin embargo la película, por más que interesante, no acierta a calar sustancialmente, no tiene la fuerza ni la entidad que a priori parece querer asumir como cinta adalid de los derechos de los negros. «No conoces realmente a una persona hasta que te calzas sus zapatos», dijo Atticus Finch en «Matar a un ruiseñor». Y dudo que en esta película nadie se haya ha calzado con crudeza y verismo los zapatos de nadie. De esta guisa, la obra de Cretton, siendo notable, no alcanza el sobresaliente. (Crítica publicado más extensa en la revista Encadenados