Quizás fuese porque el listón estaba bajo, o simplemente porque la típica frase de que El Puerto esta muerto era ya demasiado conocida. Todo puede ser una influencia, pero lo cierto, y lo que nadie puede negar, es que últimamente El Puerto está de fiesta.
Puede gustar más o menos, ser mejorable, reemplazable, o simplemente no gustar, pero la más absoluta de las verdades es que hay un antes y un después.
Era tanta la apatía que los colores vuelven a la ciudad, la ciudadanía tiene ganas de salir, de entrar, de ver, ya sea simplemente por curiosidad, y lejos de analizar, ensalzar o criticar, al menos, por mi parte, hay una luz especial.
Ojalá esto no sea un espejismo, ojalá no hundan el barco, el cual puede ser hundido tanto por fuego amigo como por fuego enemigo, ojalá, todos saquemos provecho de esta nueva luz que ya va más allá de nuestro límites.
Para los más ortodoxos hay mucho por hacer, dirán que con fiesta no se arregla nada, y aún así, nadie se olvida de cuando El Puerto era la locomotora de la Bahía, y curiosamente no fue por la oferta empresaria, ni por la producción industrial, ni empezó por la pavimentación lujosa de sus calles o el arreglo de los edificios.
La gente venía en masa a la ciudad a divertirse, más de cinco discotecas, pubs a raudales, fiestas, conciertos, playas, turismo, y mucha fiesta. Eso comenzó a revolver la ciudad, a hacerla crecer a dinamizarla, y quizás hoy por hoy, sea este el camino, el camino para repoblar el centro, en donde sea atractivo vivir; el camino para atraer empresas de ocio; el comienzo de que grandes marcas se fijen en nosotros; el comienzo de que el comercio tradicional sea efectivo y se pueda vivir dignamente gestionándolo.
Son tiempos de fiesta, de luz y de aprovechar el carro que comienza a navegar. Ojalá al menos no pongan obstáculos, y aunque no empujen el carro, lo dejen pasar.