Tanto me habían hablado de la Semana Santa Andaluza que estaba deseando que llegara. No faltó quien me aconsejó que fuera durante la cuaresma a Sevilla, al parecer capital del sentir cofrade, pero otros me hablaron de Córdoba, Huelva, Cádiz… en fin, para gustos colores, y había muchísimos. [Lee aquí los capítulos anteriores]

Para, la Semana Santa se centraba en el Jueves Santo y en el Viernes Santo, en la Resurrección, y en muy poco más. Los vídeos que veía me resultaban atractivos, misteriosos y extraños. No entraba en mis pensamientos criticar un modo de sentir o de pensar, y hasta el momento, toda mi experiencia era a través de fotos, libros o vídeos, multitud de vídeos que mostraban esos majestuosos… no sabría bien como definirlos para que yo mismo me entendiera, sobre todo acostumbrado a parihuelas pequeñas en donde un santo o una virgen eran portados por pocos hombres.

Ya sumidos en la Cuaresma, pero aún respirando carnaval, comencé a notar, sobre todo porque mi amigo si estaba bastante unido a ciertos sectores se la Semana Santa, una especie de euforia, sentir y constante hablar del tema. No podía ni imaginar que sería en ciudades como Sevilla, porque aquí el ambiente que se respiraba no te dejaba ajeno a meditar sobre la Pasión. Aún sin haberla vivido, para alguien tan ajeno a estas costumbres, te sentías participe del ambiente.

Una de las noches que salíamos a tomar algo, mi amigo se detuvo frente a lo que me explicó que era un ensayo. Un nutrido grupo de personas se concentraba en torno a uno de esos altares, pero que carecía de adornos y figuras, no representaba nada, comprendí que para aguantar luego esas largas horas en la Semana Santa, quienes portaban a sus imágenes tenían que ensayar.

Por primera vez en mi vida sentí que para esas personas la Iglesia, o lo relacionado con ella era tan cercano y propio que sin darse cuenta eran parte vital de la misma, con sus formas, sus maneras, su respeto y su sacrificio hacían un tipo de oración especial y particular. Mi amigo me explico que no siempre sentaba bien a la Iglesia aquellas manifestaciones, pero mi perplejidad se dejó sentir. Cualquier forma de oración merecía respeto, y algunas, algo más que respeto.